No
era un lugar de moda, oscuro, pequeño, frío. Aquel bar había estado situado en
aquella esquina desde siempre, desde que él podía recordar, y ya formaba parte
del mobiliario de la ciudad: una taberna para vagos y tunantes.
Se
decía que tenía más de cien años, aunque bien podían ser mas, las paredes daban
fe de la edad, así como los techos llenos de goteras. Chapones de yeso de
antiguos arreglos convivían con las humedades, las arañas y sus telas, además
de varias guirnaldas y emblemas deportivos pasados de moda. Sin embargo había
cierta armonía en su desorden.
No
había camareros eficientes ni buena música. Pero banda sonora nunca faltaba, ya
se ocupaban de eso los alegres y beodos parroquianos quienes entonaban con
timbrada voz los éxitos, nuevos y viejos, que hiciera falta. El vino sólo era
pasable y la compañía, invariablemente, tendía a mejorar cuando él bebía un par
de tragos. Pero lo mejor era que para llegar sólo tenía que cruzar la calle.
Era una ventaja, no podía dudarlo. Ahorraba mucho en combustible.
Visitaba
la taberna bastante a menudo, sobre todo cuando discutía con su resuelta novia
Lola, algo que sucedía cada dos por tres.
Esa
tarde Miguel ya llevaba tres horas allí, ahogando las penas y castigando el
oído de sus achispados vecinos. Ya ni recordaba porque había salido de su casa
dando un portazo. Pero no importaba… Quizás era por la bronca de haber dejado
una toalla retorcida y mojada en el suelo del baño o tal vez era por algo mas
serio, una nueva amenaza sobre abandono y dejar plantado. Pero, ¡oh mala
cabeza!, ya no podía discernir cual era la verdad de aquello.
Miguel
se sentía mareado. Lo que no le impedía seguir tragando…
-¡Mas
vino! -berreaba y su cabeza casi rozaba la pulida barra del bar.
¿Se trataba de algún
concurso? ¿Cómo vencer mejor y más rápido su dura resistencia etílica? Pues iba ganado, y el premio, ¡por qué
no!, podía ser un coma o un infarto.
Miguel había comprado todas las papeletas para ello.
-Te
va a sentar mal -le advertía Paco, dueño, camarero y administrador del
lugar. Un hombre con infinita paciencia
y mucha resignación.
-¿A
parte de tabernero también eres médico? ¡Me importa un bledo si esto me envía a
la tumba! ¡¡Llénalo!!
Paco
asentía y obedecía. ¿Para que partirse la
cara por un loco?
-Gracias
Paquito, ¡que bueno, que bueno que eres! -farfullaba Miguel escupiendo su
áspero aliento sobre el pobre hombre–. No,
tú no eres médico, pero algo de psicólogo si tienes, ¿verdad? ¡Tanto escuchar
las penas…!
Paco
con gesto muy serio prensaba los labios y soportaba el discurso del borracho.
Era parte de su trabajo. Y si, había aprendido a oír, a ver y a callar. ¿Qué
otra cosa podía hacer?
-¡Pero
que bien que sabe esto! ¿Es por esos barriles? Nunca los has cambiado, los
reciclas, ¿verdad? ¡Por eso tu asqueroso vino sabe casi como el brebaje mágico
de la hada buena del norte, hay tantas mezclas en esto que casi estoy viajando
por el tiempo!
Miguel
ya desvariaba.
-No
estas bien, déjalo ya, ¿eh?, venga, vuelve a casa…
Paco
intentaba hacerle reaccionar, arrebatarle el vaso que él aferraba fuertemente
con sus dedos, pero, furioso, Miguel había arañado sus manos para
impedirlo.
-¡No
voy a volver, es temprano! Además aún hay tiempo para la penúltima…
Paco
sabía que no era temprano, pero las horas extras también formaban parte de su
trabajo.
-¡Por
Baco! Mi amo, mi ejemplo y mi Dios.
Un
brindis lanzando con voz afónica que era algo así como un ritual. Una fórmula
para llamar, o activar, la inconsciencia.
-¡Que
alegórico te pones Miguel! -dijo uno de los parroquianos, tomando asiento a su
lado para pasarle, confianzudo, una mano
por el hombro y hablarle al oído–. Tú sólo respondes por Baco pero yo por
Dioniso, dios de la parra, ¡ahora sólo nos falta que encontremos por aquí a
nuestras ninfas de la lluvia!
-Ya
tengo una de esas en casa… ¡no quiero más! -bramó Miguel, desembarazándose de
él.
-Pero
venga hombre, no me cortes el rollo…
Miguel
le miró con ojos vidriosos, y después de su exhaustivo estudio, añadió:
-Idiota,
¿no sabes que las mujeres sólo sirven para amargarle a uno la existencia?
Vuelve con tus uvas y tus hojas en el pelo a tu Olimpo, y mira a ver si
encuentras a alguna que te manosee el cordel de la toga, ¡pero déjame
tranquilo!
-Uuuy,
¡pues claro que sí! Por nada del mundo querría yo molestar al señorito…
Paco
gesticuló un rato con el ofendido parroquiano, mostrando lo que era evidente:
que Miguel no estaba en plenas facultades y que ni sabía lo que decía, así que
no debía tomarse en serio nada de aquello.
Aquél
arqueó las cejas y se marchó, como quien dice, con la música a otra parte.
Durante
unos largos diez minutos Miguel se regodeó en el insondable color burdeos de su
vaso. Analizando el cristal, evadiéndose en su aroma, calculando la
consistencia y los grumos del preciado líquido como todo un entendido catador.
-Ya
no son horas decentes, ¿por qué no te vuelves a casa con tu Lola? Estará
preocupada por ti.
Miguel
hizo como que no había oído y siguió a lo suyo. Hasta que su cabeza fue a
posarse sobre la barra.
La
barra de aquel lóbrego bar siempre le había proporcionado un buen refugio.
¡Había tanta historia en su madera, en sus agujeros, en sus grietas! En sus
sinuosas betas estaban escritos todos sus malos y buenos momentos. Le unía
demasiado a aquella barra, después de todo siempre fue un cómodo lugar para
abstraerse y dejarse llevar por la nostalgia y el alcohol. No sabia si era de
pino, de roble o de haya, solo sabía que era un oyente mas, un cómplice de sus
borracheras. La acarició un rato, como quien rasca la barriguita de un amante
complacido.
-¿No
piensas en Lola? -le repitió Paco-, ¿no
quieres que se tranquilice? Estará inquieta…
-
Paco, no creo que esté muy preocupada, además puede que ya no este en casa -suspiró
hondamente, añadiendo-: Me dijo que estaba harta de mí y que pensaba
abandonarme para siempre.
-Pero
no puedes resignarte a perderla… ¡la quieres!
Miguel
no había esperado que el tabernero supiese aquello con tanta seguridad y alzó
la cabeza como si hubiera recibido un disparo al corazón. Su cara se desfiguró
en una mueca dolorida.
-Sólo
soy un gato callejero -gimió con pesar-, un arrastrado mendigo de su amor. Y
ella quiere a un gatito domesticado, ¿desde cuándo se puede domesticar a un
gato salvaje? He intentado ser lo que no soy por ella, pero ¿para qué?
-¿Por
amor? -murmuró Paco con ojos distraídos, como si estuviera, más bien, hablando
para si mismo.
Miguel
estampó el vaso contra la lisa superficie de la tabla y comenzó a reír, a reír
como un loco desquiciado que no sabe llorar y sólo puede reír.
-¿Amor?
¡No! Di más bien que fue una alucinación pasajera… y para ella ya pasó, además
ya tiene a otro.
-¡No
puede ser! -exclamó Paco sin pensar.
-¡Si
que puede ser! Se llama Arturito, lo conoció en el gimnasio, es su instructor
de fitness, es de los que hacen “miau miau” y hasta le ronronea, ¡lo que ella
quería!
El
silencio de los dos hombres dejó paso a la voz cantadora del aparato de música.
Una desgarrada, profunda y rota Chavela Vargas que le solfeaba atinadamente al
desamor.
-¿Es
una broma? -chistó Miguel empinando el vaso para acabar su trago al tiempo que
olfateaba el aire-. ¿O es que algún
duendecillo cabrón se esta riendo de mí? ¿Quién ha puesto esa música?, ¿has
sido tú?
Paco
arqueó las cejas y sacó de debajo de la barra un vaso que llenó sin pensar. La
música había hablado por los dos, aquella música lo dijo todo. Ambos se
miraron, sacudieron la cabeza tímidamente, brindaron y bebieron a la vez.
-Será
el destino…
-¡Que
cruel que es a veces el desgraciado!
-¡Que
me vas a decir a mí! -bramó Paco limpiándose la comisura de la boca con un
dedo. Animado, sin saber porque, a compartir intimidades con su borracho
cliente.
Después
de todo, saber lo de Lola, a la que tenía por una mujer fiel y respetuosa, le
había hecho, definitivamente, dar por perdido al amor, un sentimiento, que al
igual que la fidelidad, ya no respetaba nadie.
-¿También
sufres por amor? -se interesó Miguel acercando su nariz al tabernero.
-¡Y
por todo! -masculló este, volviendo a beber del vaso-, pero no importa, Cupido ya se ha quedado sin
flechas para mí, ¡y eso que yo no recuerdo haberlas gastado todas!
-Pues
mejor, que sus bromitas y pinchacitos duelen…
Miguel
se frotó el pecho, justo encima de su roto corazón. Paco asintió riendo,
mirándole un buen rato, advirtiendo que era un borracho, sí, pero que después
de todo también era un buen tío, un tío con el que podía sentirse identificado.
Cuando
encontró el momento adecuado se atrevió a decir:
-Siempre he
pensado que eres un poco como King Kong.
-Ah
¿si? -se atragantó Miguel con el vino-. ¿Y
eso porque? ¿Acaso por qué soy un simio torpe, grande y peludo?
-No
–resopló el tabernero–, porque tienes debilidad por las rubias bajitas.
-Eso
es verdad -rió abiertamente Miguel en
una carcajada cascabelera-, bajitas,
rubitas, hermosas, con labios de fresa y un cutis tan bonito como el pétalo de
una rosa…
Los
dos se miraron cómplices, escuchando de refilón aquella voz ronca, profunda,
salir del cascaron de aquella garganta dolida que sabía que también de dolor se
canta cuando llorar no se puede.
“Nada me han enseñado los
años, siempre caigo en los mismos errores, otra vez a brindar con extraños y a
llorar por los mismos dolores”.
Selección
borrachina:
1. En el último trago-Chavela Vargas. 2. Por tu maldito amor-Alejandro
Fernández. 3. Se me olvido otra vez-Chavela
Vargas. 4. La copa rota-Calamaro. 5. No volveré-Chavela Vargas.
11 comentarios:
Aquí estoy Ana, por fin:
¡Qué relato tan maravilloso! Es que cada vez escribes mejor. Qué admiración siento hacia ti. Tú, un bolígrafo y un papel, o como hoy día sería, tú y un portátil sois la pareja perfecta.¡Menuda escritora!
No sé por qué no publicas ya una antología de tus cuentos.
Me encanta leerte.
He vivido el desamor del protagonista sentada en la barra del bar. ¡Si casi me emborracho hasta yo! Y eso que no bebo alcohol....
Tus personajes están vivos, y siento que algún día me los encontraré en cualquier bar al que entre para pedir agua e ir al baño.
Se nota que me ha encantado, supongo.
Voy a escuchar las canciones, que supongo que también son geniales, y te doy las gracias por compartir.
Espero que no te moleste que comparta en redes sociales.
Besos. Diré que todo es tuyo, Ana Bohemia.
Abrazos, de tu amiga:
Carol
Hola Carol, me subes los colores, te agradezco tus palabras, en serio, yo soy muy insegura con mis cosas, sé que no es un relato redondo, lo escribir hace tiempo, un par de años, y ha estado por ahí, hasta que se me ha ocurrido rescatarlo para el blog.
Te voy a ser sincera, ¡me encanta escribir! Pero es un arte que se tiene que pulir y ahí ando.
¿Que mejor lugar para ahogar las penas que una taberna sombría en donde suena Chavela? Ella si que sabía como llorarle al desamor.
Puedes compartirlo si lo deseas, abrazos y besos desde una islita que ahora mismo esta en alerta máxima por vientos y lluvias. Gracias por ser tan encantadora
:D
Ana. Me he deleitado con tu magnífico relato, lo has llevado esplendidamente que te atrapa hasta el final. Tendrías que hacerlo más seguido, tenías escondido en la manga (mejor dicho en las manos) una buena pluma para la prosa.
Espero otro prontito, Abrazos de éste amigo del otro lado del mar.
Hola Roberto, muchísimas gracias por tus cariñosas y amigas palabras. Me ha encantado saber que el relato te ha "llevado". Suelo escribir muy a menudo pero comparto muy poco material, sobre todo por timidez, pero tengo que quitarme ese complejo de encima.
Un abrazo grande desde este rinconcito del Atlántico.
;)
Hola Ana :) Me alegra leerte de nuevo. Espero que os esté yendo todo muy bien!
Ya veo que has vuelto a cambiar el logo bohemio, por decirlo de alguna forma.
Aunque la taberna y el amor sean temas comunes, me ha resultado curioso que escribieras sobre ello. Creo que es algo en lo que no pensamos para escribir, y además nos has puesto toda una selección borrachina, jaja, que eso no lo hace cualquiera.
Un abrazo =)
Magnífico relato, Ana, tienes un arte para escribir y describir increíble.
La situación, los personajes, el diálogo, todo está bien llevado, atrae desde el comienzo y no se puede para de leer. Me ha gustado mucho.
Un besito.
Hola Natalia, encantada de verte de nuevo por aquí. Lo del logo ya sabes que el mundi va cambiando y con él el aspecto. Taberna, borrachera y mal de amores son casi uno. Y con selección musical, para ponernos en la piel de los tunantes borrachines, jaja. Un abrazo y gracias por comentar.
:)
Hola Montse, muchas gracias, es un gusto saber que has disfrutado del relato, eres muy amable. Un beso, feliz finde y gracias por comentar.
:D
Sí... siempre los mismos errores. Nunca aprendemos. Lo bueno de los propósitos de Año Nuevo es que se olvidan con la resaca del día siguiente.
Un gran relato tabernario, Ana. Casi se puede palpar la gastada barra del bar. Espero que King Kong no tarde en encontrar su Fay Wray.
Saludos. Borgo.
Nunca aprendemos, lo olvidamos todo con el último trago, porque el vino a parte de hacer aflorar la verdad también hace olvidar.
Muchas gracias Miquel, un placer que el relato te haya resultado gustado. Sí, seguro que King encuentro su Queen...
Saludos
:D
Muy bueno, como siempre, deberías hacer caso y escribir más y sobre todo animarte a publicar, o participar en concursos literarios; tienes un don :)
Me ha gustado mucho el relato, y más con la selección borrachina que has puesto.
Un beso :)
Gracias hermanita, me gusta mucho la escritura como ya bien sabes, y no sé si es un don pero me encanta llenar papeles con cosas que han salido de mi cabecitra.
Un beso
:)
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