viernes, 21 de septiembre de 2018

El refugio



Confinada a sus sombras, a sus aristas, la calle desierta guardaba un secreto, una pequeña alcantarilla que no servía para nada y que era sólo una tapadera para acceder al más oscuro de los refugios nucleares. Bajo el subsuelo de asfalto, pasando la prensada capa de minerales y hormigón, se encontraba lo que se construyó cincuenta años atrás con la idea de resistir a un brutal fuego de protones.
Aquella instalación secreta permaneció cerrada, abandonada al tiempo por cuarenta y siete años, puesto que hacía sólo tres que había sido ocupada. La inquilina era una joven, casi una niña, que respondía al nombre de Helana. El miedo fanático al fin del mundo había obligado a su madre a abandonarla allí, a su suerte, porque cuando la puerta se cerró ya no pudo abrirla nunca más. Estuvo horas, días, intentado forzarla, pero jamás consiguió hacer saltar la cerradura. Y un día, ya mortificada, regresaba de la ferretería para ejecutar su ciento dieciséis mil intento de apertura,  cuando un camión la arrolló, matándola en el acto. Aquello determinó la suerte de la niña. Toneladas de cemento sobre su cabeza la separaban del mundo exterior, gruesas paredes de varios centímetros de ancho capaces de soportar terremotos, caídas de meteoritos e incluso semanas de inundaciones, la aislaban de todo. Nadie sabía que estaba allí porque no tenían a nadie. Y bajo la capa de concreto vivió lo que le supo a una eternidad.
La rueda del tiempo giraba a veces rápido pero casi siempre lo hacía muy lento. Acostumbrada a malgastar la arena del reloj se pasaba horas evocando pequeñas conversaciones vividas, oídas tiempo atrás en un lapsus que con frecuencia resultaba catatónico.
La humanidad debe poner fin a la guerra, o la guerra pondrá fin a la humanidad…
            ¿Quién decía eso? Su memoria se enturbiaba, mezclando imágenes y sensaciones. En lo turbio de esos recuerdos siempre había un hombre con la ropa llena de escudos, distinciones e insignias. ¿Su padre, un pariente?, ¡no lo sabía! Siempre era esa voz y no otra la que se elevaba por encima de todas.
            ¿Usted cree que esta guerra ponga fin a la raza humana?
El recuerdo de aquellos periódicos apilados a un lado de la alfombra del perro seguía fresco en aquel joven cerebro. Venían a ella como diapositivas:
“El controvertido programa nuclear militar ha generado varias crisis internacionales”.  “La escala de tensiones crece”. “Miles de armas nucleares listas para lanzarse en minutos”. "Los soviéticos se enfadan". “El programa nuclear iraní amenaza con el uso de armas nucleares, biológicas y químicas”. "Corea del Norte anuncia que ha realizado con éxito una prueba nuclear subterránea". “El desacuerdo sobre un escudo antimisiles podría revivir la Guerra Fría”.
Literalmente el planeta es una bomba de tiempo y sólo se necesita una pequeña chispa para detonarlo. Seguro que sabe que el gobierno gastó millones diseñando planos para refugios a prueba de bombas durante la guerra. Si sucede lo que tememos el mundo será enviado mil años atrás, no podemos desechar ese plan b.
La voz de ese atildado hombre se le había quedado insertada a fuego en su mente, sin quererlo retumbaba en las paredes del refugio y de su cabeza:
El plan era construir refugios para civiles en los edificios existentes debajo del nivel del suelo, lo que no se anunció fue que se fabricaron igual o mejor que los que los funcionarios de alto rango hacían para sus instalaciones militares más importantes. Si sucediera algo, esta es la combinación de la puerta del bunker, es como una caja fuerte de seguridad, allí estarás bien.
¿Qué podía suceder? La madre de Helana creyó que se avecinaba un holocausto de lluvia radioactiva, de fuego infernal con tormentas de partículas beta y rayos gamma, ira y rayos, un castigo divino, el exterminio definitivo.
¡Cómo odiaba aquella voz, a ese hombre que había introducido las peores paranoias en la cabeza de su madre, el que lo había propiciado todo…! Ahora Helana lo sabía, ese individuo y su madre estaban contagiados por el mismo virus, el más imparable: el miedo. Gracias a ese miedo ella sobrevivía en aquel agujero día a día, racionando tristes latas, añorando la luz del sol, preguntándose cómo sería ese mundo vivo y florido que existía sobre su cabeza y que no había visto en doce meses. ¿Volvería a verlo?
Volvería.
Fue rápido y extraño, algo crujió en la puerta, esa losa pesada y sellada de su sepulcro se levantó. Helana pasó por alto el color verde del piloto que siempre había sido rojo, ¿cómo distinguir esos colores si siempre habían sido grises? Con timidez empujó la puerta y atravesó una galería polvorienta que la llevó hasta unas escalerillas. Un arco de luz se difuminaba arriba, en las fisuras de una tapa redonda que se adivinaba abombada y frágil. Le temblaban las piernas cuando logró levantar la tapa, y un viento desolador le bailó en la cara desordenando sus cabellos, aguando sus ojos. Sintió sus lágrimas como ríos de lava, la misma que parecía haber abrasado ese paisaje que tenía ante sus ojos. Extrañó estar a salvo en su defensa construida para resistir el polvo y la arena más letal. Ni rastro de humanidad. Era la heredera de un mundo de desecho, arcaico, seco, arenoso, con nubes tóxicas y mutantes deformados. Era la dueña de un mundo que había hecho de su madre materia vaporizada.




Música: Isaac Gracie - Reverie

domingo, 9 de septiembre de 2018

Han pasado diez años…


Era tan adorable, ¡que pequeñín e inocente!, tan insignificante y ya tenía cierto brillo estelar, quizás porque lo envolvía una fina película de polvo de estrellas. Su nacimiento fue tan espontaneo y sencillo, no se trató de un parto difícil, ¡para nada!, sucedió de una manera muy natural: de pronto habían unos cuantos discos de gas girando en torno a una luz muy frágil, velocidad y escombros del universo unidos, la energía era adecuada, la explosión se veía venir pues la temperatura se elevó unos cuantos grados. En el espacio sí que hay ruido, y os aseguro que el sonido de aquella explosión sonó como música, guitarras eléctricas y cierto eco pop. Ya se le veía su lado bohemio, y como no podía ser de otra manera así bauticé a aquel nuevo planeta, a ese mundo en expansión de infinitos colores.

Han pasado diez años, un concepto muy ínfimo en la definición de tiempo, planetariamente hablando claro está, aun se le podría encuadrar en la categoría de los recién nacidos. En mi planeta original esto no sería así, me llamarían exagerada, ¡me gusta exagerar, tienen razón! Es un planeta joven pero ni mucho menos un bebé, sólo hay que asomarse a su historia para verificarlo: ¿recuerdas el tsunami de ideas del 2011?, ¿y la inundación de tinta del 2012?, seguro que aún te acuerdas de la terrible plaga de termitas extraterrestres que casi terminó con él en el 2014, ¿verdad?, ¿y qué me dices de la sequía del 2017?, ¡no entiendo cómo pudo sobrevivir a eso! Debe ser porque su núcleo es sólido, todo consiste en eso, en tener un interior fuerte.
¿Sabes?, Bohemio Mundi lo tiene, algo hierve dentro de él, algo que se resiste a dejarse arrastrar al agujero negro, una fuerza telúrica que lo empuja a seguir flotando por ese cosmos de energía y materia. Es pequeño, es verdad, pero sigue creciendo. ¿Y por qué un planeta así tiene que crecer y crecer? Pues porque se nutre de la buena energía, de luces que caen como lluvia, mensajes luminosos de sus visitantes eventuales, ellos generan la luz con su electricidad cósmica, esa que normalmente posee la gente que sonríe mucho. Y por eso a él a y a mí nos gustan las sonrisas, porque generan la mejor de las luces. ¿Qué me dices, sonreímos juntos otros diez años más?




Música:Happy - Pharrell Williams (on 10 Different Musical Instruments Cover) (ft. Gunhild Carling)



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