miércoles, 21 de agosto de 2019

Correr el mundo



Pisa charcos grises en aceras grises bajo cielos grises, le acompaña el ritmo del planeta pero no siente vértigo a pesar de la velocidad con la que todo gira, el suelo siempre se mueve pero nadie lo percibe, las mareas suben y bajan, el sol parpadea porque le guiña un ojo a la luna, y el aire arrastra pétalos de flores sin espinas.
Él ve poesía en los días nublados. En su barba de tres días anidan las pelusas de su almohada. Enredados en la punta de sus zapatos lleva sus ganas de convertirse en estrella, de gastar suelas, de alcanzar lo más hondo y lo más alto. Le gusta dormir y más aún soñar. Le gusta esa curva de felicidad en los labios tibios de los desconocidos que se encuentra al pasar. Y le gustan las miradas que abrasan con fuegos llenos de caricias. Ama la luz y el color de sus mejillas cuando corre por el parque. Y ama las epidermis sin secretos. Y el aire, y el verde apagado de los ojos tímidos.
Rueda por el césped con los ojos brillando por la emoción del viento que en su murmullo le cuenta historias de mares verdes en orillas de cemento armado.
Morder espigas le mata el hambre, lo mismo que los hilachos sueltos de su mochila de trotamundos que a veces mastica sin darse cuenta. Y si le dejas hasta besa el polvo.
Tiene claro que la prisa no le va a ganar.
Inquilino del mundo, es un naturalista, un contemplador, un viajero del tiempo en el espacio presente que lanza suspiros al tiempo futuro con ganas de arreglar el mundo. No quiere descansar, que lo hagan otros con menos ganas. Él va a saltar muros y escalar montañas, él va a correr detrás de trenes, va a cruzar ríos y conquistar planetas sin más gasolina en sus venas que esa alegría contagiosa de su guitarra. Sólo porque es el momento, su momento, y no lo va a dejar pasar. Que sus dolores no son más grandes que los de su cartera vacía, lo que ni en exceso ni en apuro le importa, sabe que ligero de equipaje se llega más lejos, y es lo que le apetece, lo que anhela, salirse de los mapas, trazar los caminos, los desvíos, hacerle un atajo al aire que llegue hasta los pulmones amados, todo menos descansar de ese mundo que gira pesado.


Música: Otra forma de sentir-Pedro Guerra

viernes, 2 de agosto de 2019

Corcheas



Tu voz me llega con cada golpe que doy al piano, me llega como la respiración de un asmático, chirriando como si los pulmones fuesen una maquina vieja. Ay papá, me digo para mis adentros. Papá te fuiste sin contarme tu secreto. ¡Qué lejos estás ahora!, y que lejanos parecen aquellos días de mi infancia, yo sentado ante el piano y tú a mi lado, chimenea viviente, aplaudiendo cada vez que atinaba una melodía, con los dedos llenos de ceniza, con tu risa bronca y severa, con tus ojos ardientes como las colillas que siempre te rodeaban. Quiero recordarte y te veo como el humo, indefinido, una serpiente vaporosa que se deforma con el oxígeno de la habitación, ya te estabas muriendo y nunca lo vi, ¿cómo iba a verlo?, ¿cómo suponer que cada cigarrillo era una pequeña puñalada en tus pulmones sin aire? Garganta con arena era el mote que tus amigos te habían concedido que tú aplaudías con una mezcla de sátira y sarcasmo. Lo veías y no lo veías, no lo querías ver. Los días se te hacían largos cada vez que intentaste dejar el vicio y por eso nunca te animaste, no te alcanzaba el valor de enfrentar un día sin nicótica, tu narcótico, tu sedante, tu escape de ti mismo. Si te dolía sólo tú lo sabías porque nunca lo dijiste, igual que nunca me confesaste quien te enseñó a tocar el piano, tu primer vicio, tu profesión, tu pasión, y en tus últimos años de invalidez tu frustración, ¿qué hay de un pianista sin dedos? La vida arrolló lo que eras igual que aquella camioneta descontrolada tu cuerpo de cincuentón maltrecho. Le dedicaste esfuerzo y ganas a tu recuperación pero el vicio y el alcohol ganaron la partida, nunca volviste a reiniciar el juego aunque todos te lo echaran en cara. Y mamá se fue. No quería verte perder. Ya perdí mis manos, decías con dramatismo, y te dedicaste a ir por la vida haciendo equilibrios, sin aire, sin ganas, sin ganas de seguir enseñándome tu canción, perdiéndolo todo, peor, tirándolo a la basura. Y ya me ves ahora papá, un pianista sin inspiración, sin voz, sin emoción, sólo porque cada vez que me siento ante el teclado te oigo a ti, te siento a ti, y no puedo aguantar la idea, no la soporto, de que ya no estés en el mundo, ni tú, ni tu olor, ni esa nube de tabaco revoloteando siempre en tu cabeza, ni tu risa, ni tus aplausos desmesurados, ni esa historia que nunca me contaste, ni lo que nunca me enseñaste. 


Música: Pablo Ziegler-Oblivion

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