viernes, 20 de septiembre de 2019

Herida



Avanzó por la habitación rastreando el agua de colonia de aquel muchacho, eso era lo llamativo, haber estado dormida trescientos años y despertar por ese olor tenía que significar algo. Bergamota. Ese nuevo mundo no era como el que recordaba, los hombres olían muy diferente, y eso era nuevo, fascinante, y bueno… Sintió un irrefrenable deseo de retenerle y él se dejó atrapar sin hacer ademán de sacar su espada, quizá los hombres de esa época ya no usaran espadas. Ella parpadeó cuando el hombre que apretaba gimió soltando un instrumento rectangular y oscuro. ¿Qué nueva arma era esa?
                –Llévatelo y no me hagas daño –murmuró el joven con ese gesto de pánico que a ella tanto le satisfacía.
                No se atrevió a tocar eso que brillaba en el suelo pero lo apartó con un pie de una patada y se volvió hacía él interesada. ¿Cómo había entrado ese hombre en la catacumba si llevaba clausurada cientos de años?
                –Mira, sólo quiero volver a la fiesta, ¿de acuerdo?, no quiero problemas con borrachas…
                Sintió una oleada de apetito cuando aquel hombre trató de apartar sus manos de él, y su risa, que no había oído en tanto tiempo, sonó silbante, cruel y cascabelera. El hombre alzó la mirada para protestar y debió encontrar un brillo de malicia en esos ojos de intenso color rojizo porque enmudeció, pálido como la luna llena. Ella le observó de cerca deseando comprobar si su sonrisa seguía siendo infalible y letal. Muy pronto lo descubriría, pero antes quería jugar un rato. Le daría tres segundos de ventaja, después de todo seguía algo oxidada por el prolongado sueño, ¡maldita maldición y maldito Helsing!
                –Corre  –dijo ella casi con dulzura, forzando las erres por su trasnochado acento húngaro.
Y su presa corrió dócil y obediente sin encontrar la salida de la catacumba, cada vez más nervioso y torpe, arañando las paredes de piedra, intentando escalar hasta una lejana ventana, aporreando las puertas cerradas, deseando desandar los pasos que le habían llevado hasta aquella ratonera cuando lo único que buscaba era el lavabo. ¡Maldita suerte!, era ridículo encontrarse con una vampira resucitada en un castillo perdido. Gritó y lloró al unísono cuando sintió que ella le mordía una mano, dejándole otra vez un poco de ventaja, que él desaprovechó al tropezar en un escalón. Entonces ella le hincó los colmillos en su pierna, perforando con sus dientes la tela del vaquero. Él cojeó anestesiado por el miedo escaleras arriba, hasta la salida. Una gruesa cortina de lluvia anegaba el exterior del castillo, llovía con virulencia cuando sintió que ella, apareciendo de golpe a su lado, susurraba en su oído:
–Corres muy mal.
El sintió un aliento gélido posarse en su nuca. Se estremecieron; ella de placer, él de dolor. Sus cuerpos y sus almas se correspondieron. La sangre y la lluvia emulsionaron.  Timbales y flautas parecían resonar en los oídos de la vampira sólo porque le sentía cerca, y su muerto corazón crecía, inflamado por la felicidad de su contacto. No estaba soñando, no era el coma de la maldición, él era real, existía, y estaba ahí, en sus brazos, junto a ella, enseñándole como entrar en un mundo etéreo en el que las almas y los labios se tocaban. Los vampiros no saben besar, por eso que ello estuviera ocurriendo era algo tremendamente especial
–Hazme volar, hazme flotar, no dejes que yo caiga en el vacío, en ese fondo abisal profundo que igual que una placa tectónica, tiembla de dolor –se oyó decir la vampira,  poseída por un extraño recuerdo, cursi, intenso–. Quiero tejerme a ti lo mismo que una araña a su presa.
Eran las palabras que le había dicho a Helsing antes de que él la condenara al silencio, al hambre y la oscuridad. ¿Cómo era posible que ella hubiera deseado doblegarse y entregarse al hombre que podía terminar con ella? ¿Cómo era posible que ella se cegara por ese hombre a cambio de nada?
Él asesinó su amor, asesinó su corazón, su poca humanidad…
Y ella, confundida por el odio, creyendo que el hombre que mecía entre sus brazos era aquel tramposo amante,  devoró su corazón.


Música: The Curse

lunes, 9 de septiembre de 2019

Once… y muchas letras


Alguna vez he hablado de este peculiar planeta que es Bohemio Mundi, de su olor a tinta, a nube rosa, helado de limón y té de menta. La geología de su corteza terrestre es bastante peculiar, todo crece, se expande, la energía de su núcleo ya no parpadea como al principio, ahora la fuerza y el calor son constantes, tiene vida, aunque hay circunstancias muy irregulares pues su naturaleza es harto curiosa, y entre otras cosas las curvaturas de sus ríos se enroscan a placer sin que nada lo provoque. La orogénesis no responde a fenómenos naturales, volcánicos o tectónicos, hay algo más. Hay un ente, se la oye hablar como si recitara, ese ente es el que provoca las mareas del Mundi puesto que la verdad es que no hay satélites ni astros ni atracción en el Universo más que una magia extraña provocada por una especie de varita con una mina de grafito en la punta. Por si te lo cuestionas, la realidad es que los ríos se enroscan cuando ella estornuda.
Cada once años el Mundi sufre una transformación, parecida a la de los humanos cuando envejecen que aparecen surcos, canas, o líneas de expresión, y es la siguiente: las montañas cambian de sitio, saltan brincan, juegan... ¿Cuál es el propósito? Nadie lo sabe, pero pasa. Cada once años y durante once horas. Ya lo predijo una astróloga/quiromántica/clarividente/agorera y profeta. Los once años se cumplen hoy, y los habitantes de Bohemo Mundi, que son en su mayoría seres inventados (aunque ellos ni se lo huelen) de papel o bits proyectados a través de rayos catódicos, están muy alterados, algunos emocionados, por la aventura que supondrá que te crezca un Himalaya en medio de la cocina, o -teniendo mucha suerte- una colina en medio de la huerta tomatera, aunque afortunado va a ser el que la casa le aparezca en lo alto de una montaña de tres mil metros con un mar de nubes tocándole el balcón. Lo que se sabe, más bien se ha pronosticado, es que las montañas van a seguir un patrón y así se moverán, igual que las notas en un pentagrama tarareando el cumpleaños feliz, y eso es así porque lo dijo la agorera y nadie la contradice, igual que nadie cuestiona que  fabricación tiene once letras (te has parado a contarlas, ¿eh?) Once, el once es un número especial…
¿Qué se dice de este número? Pues que ofrece gran intuición y percepción espiritual, habilidades sobrenaturales, sensibilidad maximizada, así como también empatía e inteligencia natural, símbolo de enorme poder este es el primer número maestro de un total de tres : 11, 22 y 33. Llegado el momento ya te diré lo que dice la agorera sobre esto de los números repetidos…
Hoy Bohemio Mundi cumple once años de fabricación y aún seguimos en obras. Gracias a los bohemios visitantes y amigos por construir conmigo este planeta.





Música: "Ain't no Mountain High Enough"

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