lunes, 12 de febrero de 2018

Libre



Por fin se escondía el día, y el sol, fundido en oro líquido, destilaba su agónica luz dorada a través de los árboles que le servían de parapeto. Bernice entornó los ojos para despedir al día, y en ellos chispeó la emoción y el miedo. Pronto oscurecería, pronto escaparían. No más sufrimiento, no más cadenas, no más hombres malvados lacerando su piel, vendiendo su vida, su cuerpo, maniatando su libertad.
Un último rayo tangencial rebotó en su oscura pupila arrancando de sus ojos un brillo de determinación, y la invadió una certeza: Huiría, no desaprovecharía la oportunidad, tenía que huir. Se lo debía a su madre, a su tía, a su abuela, a todas esas mujeres que habían perdido el tren hacía la libertad, a ellas, y a sus almas.
Al otro extremo del bosque entrevió la oronda silueta de Moses, su guía, su luz, y supo que era el momento de ponerse en marcha. Otros viajeros nocturnos aparecieron de la nada, y un desfile silencioso de personas avanzó bajo la noche cerrada, sin más información que la que proporcionaba la estrella polar titilando sobre sus cabezas y la promesa de que iban hacia el norte, hacia la tierra de los hombres justos. El norte significaba ser libre, no pertenecer a nadie, no ser un objeto, un instrumento, una propiedad del hombre blanco. No era sencillo encontrar el lugar, las rutas de fuga cambiaban, se volvían imprecisas y poco seguras, más que por la trabajosa caminata en una ciega oscuridad el mayor peligro estaba en las bandas de cazadores de cimarrones, pues no era ilegal asesinar a los negros que escapaban de sus amos. Aun con la posibilidad de acabar con un tiro descerrajando su frente, Bernice estaba segura de no echarse atrás, porque ya no importaba el frío o el miedo, ya sólo importaba el destino.
Dos millas después una grieta se abrió en las nubes permitiendo escapar algunas gotas frías. Y esa noche la lluvia fue su compañía. Pronto una profunda voz entonó algunas roncas notas, era Moses tratando de dar aliento a la extenuada comitiva que avanzaba a sus espaldas, una forma de cantar el dolor y alejar las penas, comprendió Bernice embargada por el cansancio, una manera de abrigar a los demás, de trasportarlos, de arroparlos. Brevemente otras gargantas quebradas se unieron al cántico sólo por un segundo hasta que el silencio volvió a hacerse solemne.
Sus pasos se volvieron lentos a través del barro helado, sus pies descalzos se empeñaban en patinar, la lluvia resbalaba por su rostro, ¡qué larga, qué desalentadora se le estaba haciendo aquella caminata bajo la lluvia!, fue su pensamiento o fue una premonición porque instantes después unos asquerosos rufianes les cerraron el paso, armados con escopetas.

La detonación del primer disparo provocó una chispa, como un fuego fatuo que grabó en el aire un rayo, una extraña figura que bailó en sus ojos unos minutos. No pudo pensar, no tuvo tiempo, la lógica le decía que corriera, pero no lo hizo, lloró abrazada a un árbol, sorda a los gritos de los demás, hasta que el frio cañón de una pistola le apuntó a la cabeza. No oyó el disparo o si lo oyó le pareció que se asemejaba al sonido de una locomotora traqueando sobre unos raíles infinitos, al siseo de las ruedas de un tren bombeando, al silbato que le alertaba, ¡qué cerca estaba el maquinista! 



Música: Rag'n'Bone Man - Die Easy

lunes, 5 de febrero de 2018

Lates


Tenía el corazón al revés, no me refiero a figuradamente, no como cuando decimos que lo tenemos en ruinas, que no está al derecho o que está manga por hombro, no, era literal, había nacido con esa extraña condición, una extraña malformación que había hecho de su supervivencia un milagro inexplicable. Ella no amaba como nosotros, me refiero a que nosotros conocemos a alguien y lo amamos de menos a más, a ella le pasaba todo lo contrario: siempre amaba de más a menos. Vivía así, sintiendo, amando desde el principio con toda la intensidad posible, con su corazón colmado, rebosante, bombeando, lleno, pleno… si la gravedad hacía el resto o era su extraño corazón nunca lo sabré, pero ese corazón se iba dando la vuelta y lo que le hacía latir se iba perdiendo apenas sin hacer ruido pero tan certera como irremediablemente. Yo sabía que amarla era perderla poco a poco y sin remedio, no sólo por la bomba de relojería de su pecho, también porque era consciente de que ella nunca me querría más que en ese instante, ese corto momento del presente, ese preciso y precioso momento del ahora.

“Es así: mi corazón súbitamente se alza, acoge, abraza y luego cede y pierde, como se pierden, en el lecho muerto de un río, las piedras secas, las hojas olvidadas” - Santiago Kovadloff



Música: Hindi Zahra Beautiful Tango
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