jueves, 25 de febrero de 2016

Peligro, se rueda


Los platós de cine han sido con demasiada frecuencia el escenario de numerosos accidentes… algunos mortales, como la recordada muerte de Brandon Lee, quien perdió la vida por una bala real mientras filmaba una escena en la que le disparaban de mentira. Pero no todo es mentira en el cine. Los huesos rotos, los esguinces, los cortes, las lesiones son bastante reales, y dolorosas. Como ejemplo, sólo tenemos que asomarnos a la ficha médica del actor de cine de acción Jackie Chan para darnos cuenta de ello: cortes de todo tipo, hombro desencajado, esternón roto, pelvis dislocada, daños cervicales… siendo su peor accidente una fractura de cráneo, con desprendimiento de hueso y hemorragia cerebral, en 1986, durante el rodaje de “La armadura de Dios”. Por suerte pudo contarla. De hecho siguió arriesgándose con sus peripecias en el resto de su filmografía. Se ve que a Chan no le asusta la sangre ni el dolor.
Otros muchos actores, dobles y extras del séptimo arte han sufrido incidentes parecidos o peores. Aquí una pequeña muestra:

Jim Caviezel en La pasión de Cristo:
Según declaraciones del propio actor, el rodaje resultó una tortura, en la que llegó a sufrir varias hipotermias, cortes en las manos, dolores posturales, un hombro dislocado, neumonía por el frío de rodar en exteriores en pleno invierno, dos latigazos accidentales (uno de ellos le causó una cicatriz de 30 centímetros), y además fue alcanzado por un rayo. Un trabajo agotador de cerca de dos años que acabó resultando para el actor una experiencia espiritual, pues al parecer de verdad llegó a ver a Dios.

Jim Carrey en El Grinch:
Para meterse en la piel del ser verde, peludo, y desagradable, 60 personas tenían que trabajar en la realización del personaje, utilizando numerosas cantidades de pinturas además de pelucas, bigotes y barbas postizas. El traje de látex usado por Jim Carrey en su fantástica interpretación de El Grinch, le causaba bastantes problemas. Más allá de las 3 horas de maquillaje a las que debía someterse diariamente, Carrey relató haber sufrido de claustrofia y cuadros de angustia, por lo que tuvo que contar con la asesoría de un Navy Seal, experto en técnicas para soportar torturas.

George Clooney en Syriana:
Corría el año 2005 cuando George Clooney se lesionó la espalda durante una escena en el rodaje de Syriana. Fueron tan graves las secuelas que incluso llegó a plantearse el suicidio, tal era su calvario de dolor. El accidente le causó fuertes jaquecas, así como pérdidas de líquido de la médula espinal por la nariz. Durante unas declaraciones en las que se sinceraba sobre su salud aseguró que vivía con tal dolor que tuvo que verse atado a una cama y sometido a punciones lumbares casi a diario. "Llegó un momento en que pensé que no podía existir así, vivir así". Por fortuna superó la lesión gracias a una operación y a día de hoy ya no vive con dolor.

Bruce Willis en Jungla de cristal

En la primera entrega de las aventuras de agente John McClane, Bruce Willis perdió el 60% de su capacidad auditiva de forma permanente. Esto sucedió en una escena en la que se requería que realizara múltiples disparos estando bajo una mesa en un área muy reducida. En la actualidad el actor de sesenta años, lleva un audífono en su oído derecho.


Sylvester Satallone en  Rocky IV
Durante una de las escenas en las que Sylvester Stallone se enfrenta a Dolph Lundgren, el primero le pide a su contrincante en el ring que le golpeé de verdad, como lo haría un boxeador real. El resultado fue una lesión cardiaca para Stallone, quien tuvo que ser trasladado en un avión a un hospital. El personal sanitario creía que había estado involucrado en un accidente de conducción, pues el tipo de lesión era similar a la que causan los volantes de los automóviles al golpear el pecho del conductor.


Fuentes:

miércoles, 17 de febrero de 2016

Dinos


Siempre me han fascinado los dinosaurios, su misterio, su inteligencia, su forma de vida. Ellos poblaron la Tierra antes que nosotros, pero pagaron el precio del universo, repleto de cuerpos en movimiento, rocas viajeras y escombros que se mueven por la galaxia, grandes, pequeños, con voracidad destructiva, que gravitan a veces, que no se desintegran con la atmósfera, que vienen de muy lejos, y que, en ocasiones, no les apetece pasar de largo.  Hoy me apetece indagar un poco sobre estos casi desconocidos primeros inquilinos…

Cuando se descubrieron los primeros fósiles de dinosaurios en China, se creyó que eran los huesos de dragones gigantes.
Los primeros mamíferos aparecieron al final del Triásico, pero eran criaturas pequeñas, parecidas a musarañas. Los dinosaurios aparecieron por primera vez durante este período e indiscutiblemente se hicieron los jefes del cotarro, siendo los animales dominantes hace 65 millones de años.
Sabemos que los dinosaurios existieron gracias a los fósiles hallados en las rocas sedimentarias que incluyen partes del cuerpo como dientes, piel, garras y huesos. Gracias a estas muestras arqueológicas podemos calcular como vivieron, de qué tamaño eran, cómo eran sus nidos y demás.
El fósil de dinosaurio más pequeño encontrado hasta ahora pertenece a un Anchiornis, muy parecido a un pájaro. Vivió hace 150 millones de años y medía unos 35 centímetros (un poco más que una regla del colegio), pesando alrededor de 150 gramos.
Mientras los dinosaurios dominaban la tierra, muchos otros reptiles acuáticos  dominaban el mar. Estos se conocen como: plesiosaurios, nothosaurios, mosasaurios e ictiosaurios.
Aunque se cree que las aves han evolucionado desde los dinosaurios, no se conocen dinosaurios que volaran, sin embargo sí que había reptiles que volaban en esa época.
El dinosaurio más rápido fue el Compsognathus, un tipo de dinosaurio parecido a las aves (de hecho, físicamente parecían gallinas actuales), carnívoro y diminuto. Según se sabe hasta ahora, podía llegar a alcanzar con sus dos patas una velocidad de unos 64 kilómetros por hora.
Los saurópodos fueron unos dinosaurios lentos y gigantescos, aunque no los más grandes de todos. Sus vecinos los Supersaurus, de la misma especie, fueron los más grandes: se cree que el supersaurus llegó a medir 42 metros de largo y 16,5 metros de alto.
Richard Owen, fundador del Museo de Ciencias Naturales de Londres (XIX), inventó la palabra dinosaurio, que significa lagarto terrible, y deriva de las palabras griega "deinos" (terrible) y "sauros" (lagarto).
Se sabe que todos los dinosaurios se extinguieron a finales del período Cretácico. Existen muchas teorías sobre el por qué. La más popular la conoces, el famoso asteroide que impactó contra la Tierra. Las toneladas de ceniza y polvo producidos por la colisión acarrearon cambios climáticos abruptos provocando un importante cataclismo que levantó una polvareda que tapó la luz del sol, dejando al planeta sin recursos para sobrevivir. La evidencia de esta teoría es una capa de Iridio, elemento químico que se dice que viene de un asteroide, y que se ha encontrado en todo el mundo, siendo el sur de México el lugar del impacto.


Fuentes:

miércoles, 10 de febrero de 2016

Corazón de purpurina


Su risa es como la serpentina, y seguro que debajo de aquel disfraz su corazón brilla  como la purpurina.
En cada zapato un pompón rosa, en la punta, no te creas que es cualquier cosa.
Por traje un harapo, remiendos papel seda sobre algodón estriado.
El maquillaje siempre preparado.
Y en su bolsillo una corneta de plástico.
Del pelo mejor ni hablamos.
Una sonrisa puesta y un lunar dibujado.
Lleva confeti en las suelas, y entre las arrugas de la camisa unas cuantas lentejuelas.
Plumas de mentira sobresalen de un sombrero donde lleva dos o tres matasuegras. Por cierto, muy mal puestas.
No hay anillos ni demás abalorios, que lo mucho pesa para meterse entre el jolgorio.
Último repaso por si acaso a su disfraz de payaso.
Paso a paso, y vaso a vaso, por ahí, se va el amigo calle abajo. En ademan de mojiganga va repitiendo su propaganda…
“¡Carnaval, Carnaval!”
La ilusión y la risa le hacen ir con prisa para su cita anual, con su adorado Don Carnal.
Hay que ver lo que me gusta a mí este payasete, tan gracioso y tan regordete, quien con tanta algarabía va llenando el mundo de colorida fantasía.

Hay una canción de Celia Cruz que dice que “no hay que sufrir, no hay que llorar, la vida es una y es un Carnaval, lo malo se irá, todo se irá, la vida es una y es un Carnaval”, y con ese mensaje me quedo para estos días. ¡Alegría!


martes, 2 de febrero de 2016

Mi no entender you


“Los ingleses son muy raros”, eso era lo que pensaba Laura cada día al asomarse a la ventana de la habitación para sacudir las alfombras del hotel.
Era invierno, el febrero más frío que recordaba, pero tal cosa no parecía molestar a aquellos extranjeros, los mismos que sin miramientos se lanzaban en plancha sobre las gélidas aguas del Atlántico sólo para darse un remojón. Los mismos que iban isla adentro en chanclas con calcetines, esos que no sabían que el sol que más calienta es precisamente el sol de invierno, aquellos que pensaban que cualquier rincón inexplorado es una aventura a conquistar, y que ninguna distancia es larga en una isla pequeña. A Laura le hacía gracia ver sus mortecinas pieles blancas achicharradas por el sol, y al mismo tiempo le resultaba curioso lo organizado que lo tenían todo, siempre ajustados a un horario. ¡Tenían tiempo incluso para la hora del té!
Laura no sabía hablar inglés, de hecho nadie le había dicho que fuera necesario para aquel trabajo, al contrario, la dueña del hotel, que era tía lejana suya, no había mencionado que fuera imprescindible cuando le ofreció el empleo. «Sólo será ordenar las habitaciones, cambiar las camas, limpiar un poco, ¡ya sabes!, tenerlo todo a punto».
El hotel era muy pequeño, sólo veinte habitaciones que por otro lado nunca estaban ocupadas al completo. A veces se aburría porque a media mañana ya no tenía nada que hacer. Entonces buscaba otras tareas: jardinera, camarera, cocinera… Sólo había una excepción; nunca pisaba la recepción, era territorio exclusivo de su tía, además, tampoco habría sabido desenvolverse allí.
Llevaba ya seis meses y ahorraba cada céntimo porque quería viajar, ser ella la que llegara a un hotel con su mochila al hombro, ver mundo, vivir, perseguir horizontes… y que otro le hiciera la cama a ella.
Su tía estaba muy contenta con su ayuda y con su trabajo, tanto que se permitió no contratar a nadie nuevo en toda la temporada,  y cuando se acabó el verano sólo ella se quedó en su puesto. Laura era un 3X1, y eso en tiempo de vacas flacas… ¡vamos que la chica era una ganga!
A Laura le gustaba estar allí, trabajar allí, el único pero era que no entendía algunas costumbres de los ingleses. Tampoco se enteraba de nada de lo que le decían a veces, lo que era muy frustrante.
Aquella mañana había aparcado el carrito con la ropa a un lado del pasillo. Se encontraba doblando cuidadosamente unas toallas cuando un gigante rubio vestido con un escueto calzoncillo blanco la tomó por el brazo y tiró de ella con aspavientos. Por supuesto gritó y se negó pensando lo peor. Dejándose llevar por la imaginación, hasta se atrevió a tirarle toallas sucias a la cara, pidiendo ayuda, aullando un socorro desesperada porque la estaban atacando.
El gigante rubio la soltó, balbuciendo algunas cosas que no entendió,  sólo pillando algo, lo más elemental: “Sorry” y “Help”. Parecía muy avergonzado, con las mejillas encendidas (¿o eso era producto del sol?), además parecía mojado, calado de arriba abajo.
Sumida en un desacertado estupor, se limitó a observarle perpleja. La situación la había superado, empezó a sentirse idiota, como una pasmarote, paralizada por ese susto que todavía la mantenía en vilo.
El inglés repitió un “Help” que sonó suplicante, señalando con un tembloroso dedo al final del pasillo, a la puerta abierta de una habitación.
“¿Ayuda, ayuda?”, repitió ella como un loro y corrió tras él, al comprender que era el inglés quien sí que tenía motivos para pedir socorro.
Había un follón enorme en el cuarto de baño. Otro rubio enorme trataba de contener la inundación, la ducha se había roto, había agua por todas partes, un chorro a presión lo salpicaba todo. Laura tuvo un momento para dudar, un segundo en el que se vio superada por las dimensiones de semejante lío.  Entonces resbaló, por suerte el inglés estaba allí para ayudarla, para que no perdiera el equilibrio, aferrándose con sus grandes dedos a su cintura. Fue entonces cuando recordó donde estaba la llave de paso. Sólo tuvo que cerrarla y todo cesó.
Los dos ingleses asintieron y hablaron muy deprisa. “Thanks” un palabra que repitieron un montón. Laura se sentía intimidada y se limitó a decir que todo estaba bien. ¿Lo estaba? El corazón le palpitaba desbocado.
Aquellos ojos azules la estudiaban con simpatía, pero ella sólo quería que el mundo se abriera y la tragara. No tardó en huir, evitando patinar en el piso mojado. En seguida salió con dificultad en busca del cubo y la fregona, tendría que limpiar todo aquello y luego llamar al fontanero. Cuando regresó atribulada a la habitación percibió los billetes de propina que había sobre la mesilla, y que el gigante rubio ya se había puesto algo de ropa encima. La esperaba para decirle algo.
Ella no comprendió nada y sólo le salió decir: “Mi no entender you”, asintiendo como una geisha enloquecida.  El inglés sonrió, gesticulando, uniendo después sus palmas como si rezara, para seguir repitiéndole lo mismo: “sorry, sorry”.
-¡Ah!, ya…
Laura había entendido que se estaba disculpando.
Al levantar la vista vio que el rubio seguía poniendo caras. La señaló, y luego sus labios se curvaron hacía abajo.  Laura supuso que era una imitación de la cara que ella misma habría puesto minutos antes… ¡y muy buena! ¿Mofa?, ¿recochineo?, ¿por qué siempre era tan negativa con la gente descocida? El inglés al ver que ella no pillaba adonde quería ir a parar, vocalizó un no, un no que quería decir que no había querido asustarla. Laura sonrió cohibida y levantando el palo de la fregona le indicó que tenía trabajo. Y tenía, le esperaba un buen tute sacando agua y secando el suelo.

No volvió a ver al inglés hasta dos días después. Lo había esquivado pretendidamente porque, aunque no quería admitirlo, aún se moría de la vergüenza. Y todo esto me pasa por no chapurrear ni dos palabras del inglés, pensó, decidida a aprender sin falta. Aunque, por como lo miraba aquel rubio imponente eso no parecía necesario, como si él estuviese dispuesto a entenderse con ella de la manera que hiciera falta.


Música: Tokio Hotel-By your side
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