viernes, 18 de octubre de 2019

El estanque de las geishas muertas


Sobre la montaña florida, reza el haiku, el cielo otoñal se posa, y por fin, después de ocho años de planificar el viaje, lo estaba viendo con sus propios ojos. Japón era un país con magnetismo. León no podía dejar de sentirse fascinado recorriendo las calles de Tokio, cámara fotográfica en mano, sin poder dejar de sonreír, atento a la modernidad, la excentricidad, el caótico orden y desorden de una ciudad que parecía ir a cámara rápida en sus retinas: luces, colores, un mundo extraterrestre para él, desacostumbrado al ruido de las grandes urbes, ciudades hormiguero, siempre palpitando al ritmo del tic tac. No era eso precisamente lo que le había traído al país, pero se podía dejar llevar por unas horas, hasta poder sumergirse de lleno en la escritura, arqueología y arquitectura del país del sol naciente.
Durmió en un karaoke, desvelado por el neón, con una sopa de lata en el cuerpo que había sacado de una máquina. Tomó un tren y unas horas después se bajó en el distrito de Yaboya, que casi nadie conocía, para fotografiar uno de los magníficos y mejor conservados templos del período Sengoku. De camino al lugar se extravió, pero tuvo la fortuna de encontrar un bosque precioso que estaba siendo correteado por turistas locales y extranjeros. Se regodeó en la altura de la vegetación, que le hacía sentir insignificante. Los arboles parecían sujetar la bóveda del cielo. La imagen le resultó espiritual y pacífica. Se abstrajo largo rato, hasta que el olor a bambú y a refresco de tapioca le saturó. De vuelta al pueblo trató de hablar con algunos japoneses, corteses, reservados, que no entendían bien sus chapurreos ni sus intentos de comunicarse en otros idiomas. No tenía dónde hospedarse, hasta que se topó con la señora Nozomi, que regentaba una antigua okiya reconvertida en humilde hostal, y lo enganchó como cliente con una facilidad mágica. Puede que empleara alguna magia, porque León sintió el imperativo de seguirla.
La okiya contenía una biblioteca con documentos que la buena señora le dejó ojear mientras le servía un poco de licor de arroz. Una colorida sensación de vértigo le recorría la  cabeza como en una tormenta, quizá lo era, de ideas y aprendizajes. Bullían ahí miles de caracteres sintoístas, pinceladas delicadas pero temperamentales de trazos decisivos. ¡Qué fascinante y misterioso ese lenguaje, y ese país que le había recibido con una amabilidad casi reverencial!
El alojamiento era pintoresco, y la habitación dónde él dormiría una muestra perfecta de la arquitectura japonesa de finales del siglo XVIII. León se sentía completamente fascinado, mucho más que lo que lo había estado cruzando las calles de Tokio, imposible conciliar el sueño. Debió dormirse por el cansancio, pues una inesperada brisa corriendo en el interior del dormitorio le hizo abrir los ojos. Quiso creer que era el sueño pero percibió con fuerza una presencia, una mujer de cabellera larga que después de mirarle un segundo desapareció con prisa. Lo tomó por un error, alguna inquilina que había confundido su habitación con la suya. No le dio importancia, tan poco se la dio que al día siguiente, en el desayuno lo comentó con la dueña como de pasada, como una anécdota de hotel, sin más intención que la comunicación. No obstante a la buena mujer le cambió la expresión cuando le oyó describir a la mujer en cuestión: morena, delgada,  ataviada con un kimono blanco mal abrochado. León no le contó que el ambiente se tornó azulado, pero estaba seguro que si lo hubiera hecho ella habría gritado de espanto. En silencio, Nozomi asintió con una sonrisa triste, y la conversación murió.
La mañana era esplendida, cómo esplendidas eran sus ganas de conocer un poco más lo que le rodeaba. Alistó un par de cosas en su mochila y enfiló el camino hacia la carretera principal. Un hombre mayor descansaba al borde del camino, fumando con una pipa extraña y alargada un tabaco intenso y amargo. Al verle pasar silbó para detenerle y lo miró penetrantemente, hasta que León sintió la necesidad de agachar la cabeza.
–Otro turista embrujado –murmuró el anciano en un inglés casi británico.
–¿Perdón? –se detuvo León, confundido por el comentario.
Éste señaló con su pipa el camino que él había andado, preguntándole que de dónde venía, que en esa dirección lo único que quedaba eran ruinas y tierras de muertos.
León lo tomó por loco, y con un gesto de cabeza se despidió precipitado, dispuesto a seguir de largo.
–¿Ya ha visto el estanque?
–Disculpe, pero no sé de qué habla…
–El estanque de las geishas muertas, ¿ya ha llegado a verlo?, será mejor que no, hay muchos que la han palmado del susto.
Y el viejo, al intuir su confusión, le contó la historia del estanque, y de las geishas, y de la vieja okiya…
“Se llamaba casa Matsuaoka, la casa del cerro cubierto de pinos, una casa prospera por dónde pasaban casi todas las geishas y maikos de la región. Corrían los años veinte, y la okasan, la madre, la señora del lugar, era una mujer bondadosa de mediana edad que criaba sola una hija de corta edad. No conocía las deudas hasta que su hija murió y acabó descuidando a la familia de la okiya, porque decía que el fantasma de su hija la atormentaba. Y los kimonos desaparecieron, y los nenkis o contratos expiraron, y el hambre y la tristeza se apoderaron del lugar. Pero cómo las desgracias no vienen solas un terrible movimiento sísmico asoló la provincia, causando uno de los más terribles incendios de los que se tiene constancia. Quien recuerda aquel suceso lo cataloga como uno de los peores terremotos de la historia de Japón. El interior de la tierra vibró lenta y superficialmente rompiendo los sismógrafos, y fue tan potente que no sólo fragmentó todos los cristales en una media de treinta kilómetros a la redonda del epicentro, también fracturó las conducciones subterráneas, causó grietas, torsionó raíles, desplazó masas de agua y provocó la proyección de objetos y rocas en el aire. Nunca se vivió una alarma tan generalizada ni un pánico más urgente que el de aquel día. El incendio fue voraz y rápido en Naboya. Pronto al cerro lo envolvieron las llamas, y el humo se convirtió en una serpiente rastrera colándose por las ventanas abiertas de las casas del pueblo.
A las geishas de la casa Matsuaoka las sorprendió una inesperada tormenta de fuego, un tifón ardiente de fuertes vientos que consumió los tatamis, los paneles de papel, las maderas de los techos, la única escapatoria para las pobres desafortunadas geishas era correr hacía el estanque cercano. Y allí fueron apilándose las mujeres, algunas con el pelo en llamas, hundiéndose una tras otra con sus ceñidos kimonos, sin saber nadar, pataleando, gimiendo, gritando de horror y de miedo, mientras metros de tela flotaban sobre las iluminadas aguas en combustión, una trampa mortal más cruel y eficaz que la del fuego. Nadie pudo rescatarlas, era tarde, ya habían emprendido un viaje a Yomi, la tenebrosa tierra de los muertos”.
El anciano aspiró el humo de su pipa para concluir su relato.
-No se salvó nadie, y nada quedó de la okiya.
“Desde entonces el lugar quedó embrujado. No pocos son los que se han asomado a las aguas del estanque y se han muerto del susto, porque allí se reflejan cadavéricos rostros de mujeres que abren unos ojos huecos y les llaman por sus nombres. Siempre son hombres, como usted, atraídos quien sabe porqué. Algunos ven a Nozomi, ¡pobre desdichada mujer!, que nuca dejó la okiya porque allí vivía el espíritu de su hija, e incluso dicen pasar la noche en el lugar, cosa imposible porque de esa okiya no queda nada. Nozomi no es un fantasma malo, sólo quiere un novio para curar el corazón roto de su hija, lo perverso es acercarse al estanque, créame, pues esas mujeres sólo desean arrastrar a uno a la muerte…
-Ha tenido suerte –concluyó. Y sin más, sin siquiera una palabra, se marchó, dejando a León sorprendido y desorientado.
Se giró entonces al camino que había andado. ¡No estaba!, era imposible, pero no estaba, el hostal no estaba, sólo una silueta de mujer, Nozomi, que mirándole con pena empezaba a disolverse entre las sombras, desapareciendo igual que en un truco de magia.


Música: Somei Satoh:Choral (excerpt)Pf:Rayna Enomoto

sábado, 12 de octubre de 2019

El amigo imaginario


El hijo de Amber era un niño rubio, de ojos claros, que reía por todo. Se llamaba Daniel y tenía cuatro años. Se sentía muy mayor porque ya se peinaba sólo y elegía su propia ropa, además le gustaba clasificar sus juguetes por texturas y colores, era capaz de enumerar hasta el número cien, y hablaba mucho y con fluidez, preguntándolo todo, desafiando a sus padres, jamás olvidaba un dato y sus mayores distracciones eran los juegos musicales y atormentar a Fester, un corgi galés que llevaba siendo la mascota de la familia desde hacía nueve años. El rol de madre había supuesto para Amber reencontrarse con la niña que una vez fue, abrir su mente, recuperar la creatividad, la imaginación y la inocencia que creía perdidas. Los juegos con su hijo eran los responsables. Era maravilloso y al mismo tiempo un poco inquietante como una mente frágil y sin madurar podía desarrollar historias inverosímiles con seres y con personajes que no existían pero que situaba a su lado, cómodamente sentados en la sillita libre de plástico, tomando el té con ellos cinco: Daniel, Fester, el osito Maravillas, mamá y Karl…
¿Quién era Karl? “Karl es Karl”, respondía el niño con naturalidad, y Amber se conformaba con la respuesta, hasta que Daniel empezó a decir cosas extrañas en el colegio sobre Karl, porque el padre de Karl le hacía mucho daño,  y la profesora del niño puso en contacto a Amber con la psicóloga del centro.
-No quiero preocuparla, es completamente normal que a esa edad Daniel invente amigos imaginarios, pero hay relatos que me preocupan, ¿va todo bien en casa?
Las cosas que contaba Daniel podían estar encubriendo algún episodio violento en el hogar, algo que era completamente incierto. Amber se sentía mortificada, sin saber que hacer ni qué pensar. 
-Le recomiendo que vigile a su hijo en casa.
Amber siguió el consejo. 
Daniel era un niño muy tranquilo que sólo regañaba a Fester cuando éste no se sentaba en la alfombra a la primera orden. Nunca gritaba, no tenía acceso a la televisión, no había ningún estímulo negativo que fuera el causante de  los comentarios que la profesora había puesto en boca del niño, todo era normal, hasta que un día le oyó hablar con el osito: “No, no voy a decirle eso a mamá, la asustaría”. Desde ese momento Amber lo escuchaba susurrar con alguien todas las noches, pero Daniel se callaba cuando ella entraba de improviso en la habitación.
-A Karl no le gustan las personas mayores, le das miedo, mamá -respondía el niño escondiendo al osito debajo de la cama.
-No quiero que hables más con Karl, ¿me oyes?, si lo haces me llevaré al osito lejos, ¿de acuerdo?
Daniel no entendió esa amenaza, y ella acabó por esconder al oso e incluso le prohibió jugar en la habitación, quería tenerlo en el salón, cerca, donde pudiera verlo. Daniel era un niño obediente y nunca volvió a hablar solo, y tampoco a reír. Pero el oso apareció en la habitación como si hubiera vuelto por su propio pie. Ella no tardó en regañar al niño, confundido por tanta reprimenda sin motivo. 
-No me gustan las mentiras Daniel, si vuelvo a ver a Maravillas aquí me voy a enfadar mucho, y no quieres que me enfade, ¿verdad?
Daniel asintió asustado. Y el osito se fue al cubo de la basura a la mínima oportunidad.
Durante un tiempo las cosas se normalizaron, el niño volvió a ser el que era, hasta que una nueva conducta empezó a causar cierta inquietud en ella. Cada mañana, durante el desayuno, Daniel caía en una abstracción extraña siempre con un vaso vacío en la mano, mirando a través del cristal, como si estuviera observando algo, como si estuviera viajando con su mente, un estado del que se contagiaba hasta el perro. Amber creía que era mejor no poner vetos a la imaginación de su hijo, que jugara con Karl…
-Karl se fue mamá…
-¿Entonces quién está ahí, Daniel?
-No lo sé mamá, apareció ahí -señaló al frente-, un día cuando miré a través de este vaso, pero no me da miedo,  él sólo nos mira, no dice nada, Karl dice que lo quiere a él, por eso se escondió en el sótano y no ha salido...
Amber sintió que se le revolvía el estómago. “Es un niño pequeño, no lo tomes en serio”, le quitaba importancia su marido cuando ella le contaba aquellas cosas. Pero Amber no estaba tranquila, con una punzada de pánico siguió siendo testigo de cómo el niño se quedaba paralizado todas las mañanas durante el desayuno, con el vaso en la mano, como si mirara a través de un telescopio fascinante. 
-Es para controlar que no se vaya, no quiero que encuentre a Karl...
Desesperada buscó ayuda, y encontró en la red los videos de una parapsicóloga que decía que la ausencia de maldad y juicio de los niños los convierte en portales, testigos de emanaciones energéticas de los espíritus, capaces de captar fenómenos de ambas realidades, preciosos  receptores de energía con una sensibilidad emocional y espiritual fuera de lo común, y a veces portadores de mensajes divinos. 
-Para entender a nuestros hijos es mejor abrir la mente -presumía la parapsicóloga-, derribar las fronteras de los prejuicios, ponernos en su lugar, a su nivel, jugar con ellos.
Aquella mañana el desayuno que preparó Amber para Daniel tenía ración extra de cereales, pero Daniel no se detuvo ni a mirarlos, fascinado igual que Fester, observando cual pirata con catalejo, la nada que había en el centro de la cocina. Amber apretó los labios, le quitó el vaso al niño con decisión y lo mandó a jugar fuera, pidiéndole que se llevara a Fester al jardín. Titubeó pero era el momento. Sujetó el vaso y temblorosa se lo acercó a los ojos para mirar a través de él. 
El vaso era de un cristal muy fino, translúcido y transparente, pero terminó por empañarse como si una sombra amenzanante creciera a su alrededor. Bajó la vista y la volvió a subir, aferrada al vaso.Lo había visto… ¡y lo seguía viendo! Se le secó la boca, se quedó sin habla, 
Sus dedos soltaron el vaso que se hizo añicos al chocar contra el suelo, pero esa cosa no se fue, no desapareció, una vez rotas las fronteras de las dos realidades lo siguió viendo, haciéndose cada vez más real, con esos ojos asesinos, con esa sonrisa inhumana, con esos dedos muertos, señalándola con una sonrisa cruel, corriendo hacía ella como si quisiera matarla.


Música: Einaudi-Gravity (Day 1)

martes, 8 de octubre de 2019

VAMPIRA


Maila Nurmi (1922-2008) encarnó a la sexy y divertida Vampira durante la década de los 50, pálida, esbelta, con una cintura casi surrealista y unas cejas perversas que perfilan un rostro anguloso. Góticamente vestida, ella es el ideal de las chupasangres y un personaje muy imitable que nunca falla como disfraz en las fiestas de Halloween. 
La idea para el personaje de "Vampira" nació en 1953 cuando Nurmi acompañó al coreógrafo Lester Horton en el baile anual Caribe Masquerade vestida como uno de los personajes de las viñetas de Charles Addams del periódico The New Yorker. Su aparición con un vestido negro ceñido y con su piel blanca y pálida atrajo la atención de Hunt Stromberg Jr., productor de televisión que la contrató como presentadora de películas de horror para una cadena televisiva de Los Ángeles, la KABC-TV. Tras varias dificultades para contactarla, finalmente consiguió su número de teléfono a través de Rudi Gernreich. El nombre "Vampira" fue una idea de Dean Riesner, el marido de Nurmi.
El 30 de abril de 1954, la KABC-TV anunció la presentación del programa Dig Me Later, Vampira a las 11 de la noche. El Show de Vampira apareció el 1 de mayo de 1954, y durante las primeras cuatro semanas el programa se emitió a medianoche, y comenzó a transmitirse a las 11 de la noche a partir del 29 de mayo. Diez meses después, desde el 5 de marzo de 1955, el programa pasó a transmitirse a las 10:30 de la noche. En el papel de "Vampira", Nurmi presentó películas mientras recorría una sala llena de niebla y telarañas. A menudo aderezaba su guión con bromas y giros macabros, ofrecía epitafios en lugar de autógrafos a sus admiradores y hablaba con su mascota, una araña llamada Rollo. Cuando el programa se canceló en 1955, Maila Nurmi conservó los derechos de su personaje "Vampira" y pasó a presentar un programa de otra cadena de la competencia, la KHJ-TV. En colecciones privadas se conservan varios programas y un anuncio de Nurmi.
Maila Nurmi hizo historia en la televisión como la primera presentadora de películas de terror. En 1957, Screen Gems emitió un ciclo de 52 películas de terror bajo el título Shock Theather. A partir de entonces, las cadenas televisivas de las grandes ciudades de Estados Unidos comenzaron a emitir este tipo de películas, y les añadían sus propios presentadores una estética macabra (por ejemplo, "Vampira II" y otras imitadoras de Maila Nurmi).
Nominada a los Premios Emmy en la categoría de Mejor Personaje Femenino en 1954, participó en películas como Too Much, Too Soon, seguida por The Big Operator y The Beat Generation. Su aparición más destacada en el cine fue en la película de Ed Wood Plan 9 from Outer Space (1956), como una vampiresa que es resucitada por unos extraterrestres.Fue Bela Lugosi quien propuso a Wood la contratación de Maila, ya que el actor era un gran seguidor de "El Show de Vampira", y aunque ésta se negó inicialmente, ya que consideraba que trabajar con Wood era un paso atrás en su carrera, acabó accediendo con una extravagante condición: no tener ni una línea de diálogo, no decir ni una palabra, algo que contribuyó todavía más a hacer de la película un histórico despropósito
 En 1960 apareció en I Passed for White y en Sex Kittens Go to College, seguida por The Magic Sword (1962).

Se adivina una silueta femenina que avanza desde el fondo de un pasillo humeante, flanqueada por altos candelabros, se detenía para mirar fijamente  a la cámara y levantando las cejas en punta lanzaba un grito tan agudo que hubiera espantado a la misma muerte. "¡Ah! ¡Gritar me relaja tanto!", suspiraba poco después sonriente y acariciándose el cuello. La fama de Vampira duró casi lo mismo que ese suspiro.

Fuentes: Wikipedia. You Tube. 


jueves, 3 de octubre de 2019

Mr. Dentonn

El corto Mr. Dentonn nos presenta a un personaje terrorífico que atemoriza a los niños. Se estrenó en 2014, y obtuvo 120 premios convirtiéndose en el corto más visto y más premiado hasta que en el 2016 el film “The Eve”, del italiano Luca Machnich, le arrebató el récord con más de doscientos galardones. El corto del cineasta Iván Villamel nos recuerda al estilo de John Carpenter al más puro estilo ochentero. 
Mr. Dentonn arranca en medio de una fría noche de invierno, cuando Laura está leyendo a su hermano pequeño David el cuento de un extraño ser que ataca a los niños y les roba su inocencia para su disfrute personal. En teoría, los dos están solos en casa pero, tras leer la horripilante historia, la joven siente un escalofrío que recorre su cuerpo y nota una extraña presencia que la inquieta...el hombre misterioso ha saltado de las páginas para perturbar la tranquilidad del hogar.
La historia, con guión del mismo Villamel y de escasos nueve minutos de duración, está protagonizada por Irene Aguilar, Ander Pardo y Kaiet Rodríguez.

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