sábado, 27 de abril de 2019

Vacío



Es tan temprano que el sol me hiere la vista. Sé que no debería pero paso de entrar en clase, voy con un poco de retraso y no me apetece más broncas por parte del profe de tecnología. ¿Es mi excusa? Si, y me ayuda con los remordimientos de conciencia. Perderé la asignatura, voy camino de eso, pero a una parte muy pequeñita de mí le importa un bledo.
Atajo por una calle anexa al instituto dispuesta a llegar a un parque próximo. Me gusta pasar el rato bajo el tapiz de árboles multicolores. Lo hago siempre que me doy a la fuga de mis responsabilidades. Esa sensación de conexión con la naturaleza me ayuda a llegar al fondo de mi misma. Es mi parte zen, que busca su introspección.
Ya estoy allí. Percibo algo diferente pero no puedo especificar qué es. Oigo los pájaros. Sus canturreos se abren paso entre los ruidos de los coches y de las maquinas depredadoras de asfalto y parecen parches de luz sonica. Los veo, vuelan a rasante, quizás queriendo encontrar en la parte baja de la ciudad un poco de aire fresco con el que serenar sus cansadas alas. Ya no vuelan en bandadas, en la ciudad el alimento no es bueno y no hay para todos, por eso su vuelo es ahora independiente, sólo los más fuertes sobreviven. Me gusta mirarlos pero ahora me parecen extraños.
Desde allí se divisa el mar, una línea azul que se desvanece, que apaga sus colores. Miro el océano, ¡ya no hay gaviotas! Un graznido de alarma roba mi atención, cómo si los pájaros me estuviesen dando la razón. Luego se alejan espantados, condenando al parque a un silencio sepulcral que acelera mi corazón.
El mar está triste, gris y oscuro, sus aguas están espeluznantemente tranquilas, cómo si se hubiesen congelado. Las barcas están inmóviles, ni siquiera se percibe el ruido de las olas al romper en la orilla. El cielo está incoloro, no hay nada, sólo un silencio que se extiende por calles y plazas,  por todos los rincones, por el parque, sobre los edificios, en el césped, en los pájaros, en las ramas repentinamente petrificadas.
Es extraño, parece que sólo yo existo en el mundo, cómo si yo fuese el único ser vivo. Y me da miedo sentirme así.
Abandono el parque y empiezo a correr en dirección al puerto que no está lejos, en el mercado debe haber alguien, ¡tiene que haber alguien! Pero al llegar no veo nada, todo está vacío, mis pasos provocan eco y ese es el único sonido que tengo en mi cabeza. Esos pasos,mis pasos...
Doy vueltas y vueltas, el viento me acompaña jugando con mi pelo y con las hojas del suelo. ¿Dónde está todo el mundo?
Grito, pero nadie me oye.
¿Hay alguien?
Pero nadie me contesta.
Es como si la humanidad hubiera sido engullida por el vacío, un vacío desesperante, pálido, lleno, desafiador.


Música: Ane Brun- To let myself go.

viernes, 19 de abril de 2019

Uno de vosotros me traicionará


Leonardo Da Vinci concentra toda la acción de la escena en la reacción de los apóstoles a las palabras de Cristo: “uno de vosotros me traicionará”.
La onda expansiva nace en el centro y llega hasta los extremos, afectándolos a todos. 
-“¡¿Cómo?! ¿Qué uno de nosotros te traicionará? ¡Imposible!” (grita Santiago con los brazos abiertos)
-“Yo no, señor, yo no” (Felipe, llevándose las manos al pecho)
-"Alguien de arriba lo evitará" (Tomás, señalando al cielo)

-“Dice que uno de nosotros le traicionará” (Mateo)
-“¿Cómo?” (Judas Tadeo)
-“¿Nosotros? No puede ser” (Simón)

Pedro le toca el hombro con la mano a Juan y se le acerca para decirle al oído: “Pregúntale quién es? ¿Quién le traicionará?”
Judas, entre ellos dos, con la bolsa del dinero en la mano derecha, no sabe dónde mirar. 
Andrés levanta las manos sorprendido.

Santiago el Menor le toca la espalda a Pedro para preguntarle si sabe algo que ellos desconocen.
Bartolomé se levanta con las manos sobre la mesa dispuesto “a cualquier cosa” para identificar al traidor.

Uno de ellos traicionará a Cristo. Leonardo ha elegido el momento de mayor dramatismo de la historia. La duda, la rabia y la indignación se manifiestan en las manos de los apóstoles. Sus gestos “nos hablan”. 



Judas Iscariote ya había hecho el trato con los sumos sacerdotes judíos para traicionar a Jesús, y ya con sus treinta monedas de plata a buen recaudo miraba una oportunidad para entregarle. Oportunidad que se da con un beso, el de la traición, cómo bien relata Lucas en su evangelio en el capítulo 22:

47 Mientras él aún hablaba, se presentó una turba; y el que se llamaba Judas, era uno de los doce, iba al frente de ellos; y se acercó hasta Jesús para besarle.
48 Entonces Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al hijo del hombre?».

Judas lo traiciona, pero ninguno de sus seguidores interfiere cómo ya había anunciado Jesús durante la última cena.


Fuentes:
#miniMA140  https://t.co/DAijrLhwl1
https://es.m.wikipedia.org/wiki/Judas_Iscariote

martes, 9 de abril de 2019

Karma



El sol que entra por la ventana es una franja dorada llena de partículas de luz que flotan hasta mi nariz y me provocan un violento estornudo. Eso me hace cerrar los ojos por un segundo, y su imagen, recortada contra la ventana luminosa, se hace imprecisa y borrosa. Lleva un vestido blanco que recoge hasta su cintura, no lo quiere pisar mientras trata de alcanzar una uva de la parra que crece sobre el tejadillo del balcón. La veo hacer equilibrios y me sobresalto, ella que me hace sentir la tierra bajo los pies también me provoca cierta sensación de vértigo, como si me aguardara un abismo a punto de abrirse, a punto de hacerme caer sin freno y sin control hasta las entrañas más oscuras del infierno, quizá sólo sea el miedo a que acabe, a que todo se esfume, a que este instante deje de existir, o quizá sea ese deseo atroz de protegerla.
La miro con ojos muy abiertos.  Es hermosa y sugerente, tanto que mi pecho aletea y siento un flujo de sangre llegar hasta mis mejillas. Nunca le he dicho la verdad de quien soy, ¡es tan dulce y tan inocente y tan plácida nuestra vida aquí!, que temo que involucrarla en mi pasado sólo haría explotar esa hermosa burbuja, y no quiero eso, ¡no!, por nada del mundo. La verdad es que quisiera que todo fuese siempre bonito, como su risa y su cuerpo bronceado, ahí, acariciado por la luz del día en ese balcón con vistas al Mediterráneo.
Quisiera que todos los días fuesen como el de ayer, paseando por la pálida arena con la sal del mar en los labios, palpitando al acariciarnos tumbados en la playa, manos enlazadas y risas al unísono, dejando a las retinas brillar de amor y alegría, sin pensar en nada, sin cuestionar nada. Quisiera que siempre fuese así, ella corriendo por ese pueblo polvoriento buscando un lugar donde comprar naranjas, y yo dejándome llevar por su locura, alimentándome sólo de su boca, saltando cada piedra del camino para no perderle el paso.
Quisiera... Quisiera vivir sin enemigos, ir andando sin mirar de reojo a mis espaldas, pero sé que es imposible, me da pavor ser un iluso, vivir soñando, y  tengo miedo, ¿he sido lo suficientemente cauto?, ¿he sido lo inteligente que debería haber sido o he cometido algún error? Sé que los errores se pagan, no dejo de pensarlo. Ella no lo sabe, no puede ver esa lágrima tatuada porque es invisible, pero yo la siento como a una herida abierta. Me persiguen muchos fantasmas, tantos que ella se asustaría. Sin embargo ya he roto con todo, con el pasado y la sombra siniestra que era, toda mi vida ha cambiado por ella y por mí mismo, por ese mal karma que me hacía tener mal cuerpo siempre, pero, ¿he borrado mi rastro? La inquietud de un mal presentimiento me hace buscarla con los ojos, ahí balanceándose sobre el balcón, divertida, jugando como una niña despreocupada, con el jugo de la uva manchando su barbilla. Lo daría todo porque ese momento se detuviera. Y se detiene. Algo cambia en el viento, mis años de experiencia me hacen reconocer lo que está pasando. Ella me mira, su expresión es la misma pero su entrecejo se arruga, el color de su vestido cambia a la altura del pecho, no he oído la bala pero he sentido su silbido, y todo se hace rojo, rojo porque mi pasado se ha presentado y nos está disparando.


Música: Leiva-Como si fueras a morir mañana

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