viernes, 28 de junio de 2019

17 de junio de 2019


Te fuiste por la mañana cuando el sol brillaba pero ya no podía darme calor, desde entonces conservo un frío extraño, ese frío intenso de la ausencia y el vacío. Te di un abrazo, sentí tu respiración con la misma ternura de siempre sin asimilar que ya no te acariciaría nunca más. Recibiste mi último beso en tu cabecita rizada, y con tus ojitos de amor profundo me despediste con una expresión extraña, ¿pudiste notar cómo me rompí por dentro en ese instante? Sí, igual que sabías que no estabas bien. No volviste a casa, y yo sabía que no regresarías a mí, que no volvería a tenerte entre mis brazos,  que nunca volveríamos a jugar juntos con tu pelota, ni a acostarme a tu lado, ni a arroparte con tu mantita, ni a decirte eres un perro bueno, eres lo mejor de mi vida, te quiero mi amor, mi bebé, mi Panchito.
Subiste al cielo en una nube tan esponjosa como lo eras tú, y esa tarde te busqué en ellas, sólo para saber que estabas en paz, que habías llegado bien al paraíso. Puede que los ojos me engañaran, tan llorosos e irritados que estaban, pero creo que te vi, estabas ahí, eras tú en la postura que ponías cuando llegábamos a casa de un paseo largo y te sentabas en la alfombra. ¿Ya te sentías como en tu casa? Sé que no estabas solo, ya te habías reunido con tus hermanos Brown y Homer. Entonces, por un segundo, mi corazón volvió a funcionar con normalidad, sólo porque sabía que estabas en buena compañía.
Hoy te escribo y te recuerdo en esta carta que te leeré en voz alta porque tú me entendías, ¿verdad?, porque me estás oyendo, ¿a que sí?
El amor más puro, el carriño mas autentico, la amistad mas incondicional ha venido de ti, mi bolita peluda, tú eres el amor, el amigo, el ser que nunca me falló y que nunca me hirió. Me diste catorce años de felicidad plena, y llenaste mi vida de alegría… y mucho pelo. Te quiero mi Pancho, mi gordito, mi bebé… eras mi bebé, mi niño mimado, mi consentido, te lo decía cada día retorciendo tus rizos con un dedo y pasando la mano por tu cabecita noble. ¡Cómo te pellizcaba, cómo una madre enamorada de su criatura! Te quiero tanto. Llegaste para revolucionarlo todo con tu genio, tu humor cascarrabias y tus trastadas. Nos enamoramos de ti, y tú de nosotros. Nos hicimos familia. Al principio tenías a tus hermanitos peludos Buba y Homy, pero al final sólo estabas tú, y para compensar el vacío que ellos dejaron al subir al cielo, te convertiste en el rey de la casa y de nuestras vidas. Y ya no estás.
Te añoro, te echo de menos, te extraño, me siento muy rara sin ti, cómo pérdida y hueca, muy triste, muy sola. No estás para iluminar la casa con tu luz interior, con las estrellas de tus ojos, con todo el amor que desprendía tu presencia. Esas ganas de protegerte y cuidarte crecen en mí pero ya no estás para recibirlo. Tu tiempo en el mundo a mí me ha pasado como un suspiro,  lo he sentido como un ciclo muy corto de la vida, y aunque era tu tiempo de partir, no quería que llegase ese momento, no estaba preparada, no lo estoy…
Dejarte ir fue el acto de amor más grande. Decirte adiós para siempre nos ha roto el corazón, y estamos desangrándonos poco a poco. Tenías la salud muy mal, tus pulmones, tu bazo, la próstata, el corazón, confiar en tu recuperación era confiar en un milagro. Y ese milagro no sucedió. No porque no lo merecieras sino porque tenías que ir a reunirte con otros dos angelitos de cuatro patas.
¡Qué duro es esto! Que difícil se me hace la idea de ya no verte, no tenerte más. Te llevas lo más bueno, bonito e inocente que quedaba, y aunque te has ido al cielo a mí se me han apagado las estrellas. Mis ojos están rojos, mi alma dolida, y mi corazón hecho trizas. Me estoy hundiendo en mis lágrimas y todo se empaña. El sol saldrá, calentará, pero hoy me parece que se ha perdido para siempre.
Fuiste el mejor perro, el mejor amigo, tus lametazos, tus caricias y nuestras vivencias contigo, a tu lado, son mi mejor legado, que atesoraré hasta que un día vaya a reunirme contigo.
Siempre te querré mi peludito, pórtate bien allá arriba.


miércoles, 12 de junio de 2019

Sentimientos envenenados



Hay venenos rápidos como el amor, y hay venenos lentos como el desamor… que se vuelven mucho más efectivos con la ayuda de alguna grácil toxina, pequeñas gotas suministradas con la idea de no dejar rastro en el organismo, la habilidad más que especial de Betty que ella había perfeccionado después de cinco largos años de infeliz matrimonio. Esta destreza como envenenadora y potencial asesina le había dado un sentido a su vida, esa vida que se había quedado en pausa aquel fatídico día en que Bill la maltrató por primera vez.
Betty tenía veinticuatro años, eso creía, lo que ponía en su partida de nacimiento parecía un poco inventado, un papel grueso y borroso en el que se desdibujada la fecha 1905, aunque la tinta bien podía estar engañándola, ¿acaso un seis, un siete, en vez de un cinco?, lo mismo daba, ya no se sentía joven, Betty sentía que había perdido toda su frescura lo mismo que ese ajado y mohoso papel.
Bill era tres o cuatro años mayor, un chico antaño fuerte y bronceado que pertenecía al cuerpo de Marines de los Estados Unidos. Ya no estaba en activo, su repentina y duradera mala salud se lo había impedido, lo que al mismo tiempo había agudizado una antigua lesión de guerra. Aquel incidente le había costado algo más que la movilidad de su brazo izquierdo, lo había trasformado en un monstruo que entraba en combate con su mujer siempre que podía. Los celos, la desconfianza, el alcohol, compañeros de cama y de vida, una multitud en la que no entraba nadie más…  de eso bien se ocupaba él.
Betty no era feliz, no era lo que quería, no era lo que deseaba para sí misma…
Ella quería más de la vida, más emoción, mas jazz, mas música, puede que algunas escapadas, un coqueteo espontaneo y eventual, sonrisas, proposiciones…
Betty no quería un trío con el odio, la rabia ni la posesión, que era lo que Bill le ofrecía, Betty quería recuperar su libertad, pero estaba atada, atada a esa vida desgraciada, a ese hombre que nunca le daría el divorcio, a ese ser sin corazón que estrujaba el suyo siempre que quería. Estaba cansada, harta de no ser ella misma, de solo ser una ama de casa y esposa ejemplar. Y fue así como descubrió las historias de Circe y Toffana, ¡que fascinación!, ¿si supiera Bill lo que su inofensiva mujer tramaba cada mañana en sus horas de biblioteca?
Lo que había empezado como una manera de amansar a la fiera se convirtió en la única manera de sentirse libre, su única salida, la forma más efectiva de cambiar de vida, acaso la más cruel, era cierto, pero prefería no pensarlo mientras escondía la botella con el cráneo y las tibias en cruz bajo el entablado de la cocina. Además los resultados la animaron a seguir…
Poco a poco Bill fue ablandándose, siempre estaba cansado y resfriado, dormido no era una amenaza, y ella empezó a proporcionarse todo tipo de diversiones sin disimulo ni cargos de conciencias. Hacía tiempo que ya no sentía nada por Bill por lo que no estaba en la obligación de cuidarlo, él no la había cuidado precisamente bien en los últimos años así que pensó que era el karma, ¡se lo merecía! Así fue cómo Betty fue endureciendo su corazón con cada gota de veneno vertida en la taza de Bill, y aquella chica se transformó, confiada en que nadie descubriría su secreto, en la excusa de que sólo se trataba de aplacar la furia de un monstruo.
Con el pretexto de olvidar su pecado salía cada noche a bailar, a beber a los clubs, a gastar el dinero de Bill, perdiendo la noción de la realidad. Pronto empezó a coquetear con personajes peligrosos, hubo flirteos y amantes, de alguna manera volvió a emplear sus dotes como envenenadora cuando algún tipo despechado empezaba a ponerse muy pesado. La mala salud quita las ganas de acosar. Aunque la dosis suministrada a su marido no había cambiado, éste, repentinamente, volvió a recuperar un poco sus fuerzas, las necesarias para darse cuenta del derroche de su mujer. Y no le dejó opción, Betty tuvo que doblar la dosis de veneno, esperando que la ponzoña volviera a amansar la furia interna de su marido. Funcionó tan bien que el monstruo se durmió para siempre. Ante la duda sobre qué hacer con Bill, sabiendo de antemano que cualquier autopsia revelaría su acción criminal, le pidió un pequeño favor a un mafioso del club dispuesto a todo por algunos dólares y otros pequeños favores, ¡impensable negarle algo a una envenenadora en deuda con lo rentable que sería tenerla en filas!, y éste se ocupó de  su marido con la misma disposición que quién se ocupa de deshacerse de una pequeña cucaracha muerta en la alfombra de la cocina.
Al que le preguntaba por su marido la respuesta era bastante sencilla, y creíble, porque nadie la cuestionó: Bill la había abandonado, vivía en algún lugar de la costa oeste, gastándose la pensión del gobierno en margaritas, típico de los marineros, típico de un hombre como él, con el corazón tan negro como el fondo del mar.
Ah, ¡que diferente fue todo desde entonces! Recuperada su libertad pensó que a la casa le vendrían bien algunos cambios, pintar un poco, sustituir esos muebles tan antiguos y baratos, por supuesto tirar todas las pertenencias de Bill, iba a necesitar ese espacio extra en el armario, quizás poner una valla que rodeara la parcela. Tenía tanto por hacer que se sentó un rato en el balancín del porche. Caía la tarde y la luz rebotaba en sus retinas, se sintió en calma persiguiendo con la vista el vuelo de una tornasolada mariposa. ¡Todo estaba cambiando! Y respiró profundamente, orgullosa de lo bonita que se veía la cicuta que nacía entre las hortensias del jardín.


Música: Beth Hart & Joe Bonamassa - Your Heart Is As Black As Night

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...