sábado, 12 de octubre de 2019

El amigo imaginario


El hijo de Amber era un niño rubio, de ojos claros, que reía por todo. Se llamaba Daniel y tenía cuatro años. Se sentía muy mayor porque ya se peinaba sólo y elegía su propia ropa, además le gustaba clasificar sus juguetes por texturas y colores, era capaz de enumerar hasta el número cien, y hablaba mucho y con fluidez, preguntándolo todo, desafiando a sus padres, jamás olvidaba un dato y sus mayores distracciones eran los juegos musicales y atormentar a Fester, un corgi galés que llevaba siendo la mascota de la familia desde hacía nueve años. El rol de madre había supuesto para Amber reencontrarse con la niña que una vez fue, abrir su mente, recuperar la creatividad, la imaginación y la inocencia que creía perdidas. Los juegos con su hijo eran los responsables. Era maravilloso y al mismo tiempo un poco inquietante como una mente frágil y sin madurar podía desarrollar historias inverosímiles con seres y con personajes que no existían pero que situaba a su lado, cómodamente sentados en la sillita libre de plástico, tomando el té con ellos cinco: Daniel, Fester, el osito Maravillas, mamá y Karl…
¿Quién era Karl? “Karl es Karl”, respondía el niño con naturalidad, y Amber se conformaba con la respuesta, hasta que Daniel empezó a decir cosas extrañas en el colegio sobre Karl, porque el padre de Karl le hacía mucho daño,  y la profesora del niño puso en contacto a Amber con la psicóloga del centro.
-No quiero preocuparla, es completamente normal que a esa edad Daniel invente amigos imaginarios, pero hay relatos que me preocupan, ¿va todo bien en casa?
Las cosas que contaba Daniel podían estar encubriendo algún episodio violento en el hogar, algo que era completamente incierto. Amber se sentía mortificada, sin saber que hacer ni qué pensar. 
-Le recomiendo que vigile a su hijo en casa.
Amber siguió el consejo. 
Daniel era un niño muy tranquilo que sólo regañaba a Fester cuando éste no se sentaba en la alfombra a la primera orden. Nunca gritaba, no tenía acceso a la televisión, no había ningún estímulo negativo que fuera el causante de  los comentarios que la profesora había puesto en boca del niño, todo era normal, hasta que un día le oyó hablar con el osito: “No, no voy a decirle eso a mamá, la asustaría”. Desde ese momento Amber lo escuchaba susurrar con alguien todas las noches, pero Daniel se callaba cuando ella entraba de improviso en la habitación.
-A Karl no le gustan las personas mayores, le das miedo, mamá -respondía el niño escondiendo al osito debajo de la cama.
-No quiero que hables más con Karl, ¿me oyes?, si lo haces me llevaré al osito lejos, ¿de acuerdo?
Daniel no entendió esa amenaza, y ella acabó por esconder al oso e incluso le prohibió jugar en la habitación, quería tenerlo en el salón, cerca, donde pudiera verlo. Daniel era un niño obediente y nunca volvió a hablar solo, y tampoco a reír. Pero el oso apareció en la habitación como si hubiera vuelto por su propio pie. Ella no tardó en regañar al niño, confundido por tanta reprimenda sin motivo. 
-No me gustan las mentiras Daniel, si vuelvo a ver a Maravillas aquí me voy a enfadar mucho, y no quieres que me enfade, ¿verdad?
Daniel asintió asustado. Y el osito se fue al cubo de la basura a la mínima oportunidad.
Durante un tiempo las cosas se normalizaron, el niño volvió a ser el que era, hasta que una nueva conducta empezó a causar cierta inquietud en ella. Cada mañana, durante el desayuno, Daniel caía en una abstracción extraña siempre con un vaso vacío en la mano, mirando a través del cristal, como si estuviera observando algo, como si estuviera viajando con su mente, un estado del que se contagiaba hasta el perro. Amber creía que era mejor no poner vetos a la imaginación de su hijo, que jugara con Karl…
-Karl se fue mamá…
-¿Entonces quién está ahí, Daniel?
-No lo sé mamá, apareció ahí -señaló al frente-, un día cuando miré a través de este vaso, pero no me da miedo,  él sólo nos mira, no dice nada, Karl dice que lo quiere a él, por eso se escondió en el sótano y no ha salido...
Amber sintió que se le revolvía el estómago. “Es un niño pequeño, no lo tomes en serio”, le quitaba importancia su marido cuando ella le contaba aquellas cosas. Pero Amber no estaba tranquila, con una punzada de pánico siguió siendo testigo de cómo el niño se quedaba paralizado todas las mañanas durante el desayuno, con el vaso en la mano, como si mirara a través de un telescopio fascinante. 
-Es para controlar que no se vaya, no quiero que encuentre a Karl...
Desesperada buscó ayuda, y encontró en la red los videos de una parapsicóloga que decía que la ausencia de maldad y juicio de los niños los convierte en portales, testigos de emanaciones energéticas de los espíritus, capaces de captar fenómenos de ambas realidades, preciosos  receptores de energía con una sensibilidad emocional y espiritual fuera de lo común, y a veces portadores de mensajes divinos. 
-Para entender a nuestros hijos es mejor abrir la mente -presumía la parapsicóloga-, derribar las fronteras de los prejuicios, ponernos en su lugar, a su nivel, jugar con ellos.
Aquella mañana el desayuno que preparó Amber para Daniel tenía ración extra de cereales, pero Daniel no se detuvo ni a mirarlos, fascinado igual que Fester, observando cual pirata con catalejo, la nada que había en el centro de la cocina. Amber apretó los labios, le quitó el vaso al niño con decisión y lo mandó a jugar fuera, pidiéndole que se llevara a Fester al jardín. Titubeó pero era el momento. Sujetó el vaso y temblorosa se lo acercó a los ojos para mirar a través de él. 
El vaso era de un cristal muy fino, translúcido y transparente, pero terminó por empañarse como si una sombra amenzanante creciera a su alrededor. Bajó la vista y la volvió a subir, aferrada al vaso.Lo había visto… ¡y lo seguía viendo! Se le secó la boca, se quedó sin habla, 
Sus dedos soltaron el vaso que se hizo añicos al chocar contra el suelo, pero esa cosa no se fue, no desapareció, una vez rotas las fronteras de las dos realidades lo siguió viendo, haciéndose cada vez más real, con esos ojos asesinos, con esa sonrisa inhumana, con esos dedos muertos, señalándola con una sonrisa cruel, corriendo hacía ella como si quisiera matarla.


Música: Einaudi-Gravity (Day 1)

5 comentarios:

Montse dijo...

¡Madre mía, qué espeluznante final!
Ana, has escrito un relato impresionante que desde el principio ya inquieta, que te mantiene en la intriga a cada párrafo y con un final de lo más terrorífico ¡me ha encantado!
Eso sí, a mi me pasa algo así y me muero del susto.
Mil besos.

miquel zueras dijo...

Uuufff... qué relato tan magnífico y a la vez tan inquietante te ha salido, Ana!!! Me ha gustado mucho esa parte: "la ausencia de maldad y juicio de los niños los convierte en portales, testigos de emanaciones energéticas de los espíritus." me recordó a lo que decía la medium de "Poltergeist": "El que atrapa a su hijo dice cosas que sólo un niño puede entender."
Una cosa que a veces me pregunto: ¿los amigos imaginarios también tienen amigos imaginarios?
Saludos!
Borgo.

Anónimo dijo...

Inquietante es la palabra, e inspirador también. Me han entrado ganas de empezar a escribir cuentos.
Ha sido una historia increíble, muy buena. Y la música acompaña perfectamente.
Un fuerte abrazo.

Thomas dijo...

Very cool article, it’s very interesting to see if the commenting on blogs works

Ana Bohemia dijo...

Hola Montse, a mi también me asustaría una experiencia como esa, me gusta escribir relatos de suspense, tengo que practicar el tono.
Gracias por leer.
Un beso
:)

Hola Miquel, me encanta esa pelí, de niña lo pasaba un poco mal viéndola pero la medium es muy tierna, la verdad. Gracias por acercarte a mi blog a leer.
Saludos
:)

Hola Carol, que bueno que te inspire, un placer hacerlo. La música es un gran acompañante del suspense.
Besos
:)

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