Juan fantaseaba con ella en la oficina, pensaba en lo mucho que le gustaba que le acariciara el lóbulo de la oreja con la punta de su lengua. Se le erizaba el vello de la nuca cuando recordaba alguna escena erótica de su luna de miel. ¿Cuánto hacía que se habían casado? ¿Nueve meses y medio? Ni siquiera había pasado un año y ya no había manera de encontrar un solo momento para la intimidad. A Irene, su mujer, la había poseído un extraño ente que la había hecho trasmutar en una maruja neurótica obsesionada con los recibos y los pagos. Juan añoraba la pasión y el frenesí.
“En estos casos lo mejor es ser espontáneo, echarle algo de emoción extra a la relación, añadirle una pizca de peligro y aventura” Había leído de extranjis en alguna página web especializada.
Aquel mismo día se le había insinuado en el ascensor con la idea de poner en práctica la fantasía, pero ella no había captado la indirecta.
-¿Pero que te pasa?, ¿te has vuelto loco?, ¡se nos va a derretir el helado que llevo en la bolsa!Además nos pueden ver los vecinos…
-Pues por eso, así es más excitante…
Juan aún recordaba la mirada de reproche con la que le había obsequiado Irene, así que avergonzado por su depravada idea no había vuelto a tratar de detener el ascensor nunca mas.
A la semana siguiente Juan había comprado en el mercado nata montada y un kilo de fresas frescas. Su idea había acabado en fiasco, además de en el cubo de la basura, pues Irene era alérgica a la nata, y además aborrecía las fresas.
-Puedo sacar de la nevera unos kiwis, si para el caso es lo mismo, ¿no?
-¡Ay, tonto!, con la comida no se juega, ¡con lo que nos cuesta comprarla!
“Cómprale algo bonito y seductor, la ropa interior roja de encaje nunca falla, ligeros, sujetadores, un buen conjunto de noche” Mirando fijamente su visa ahorro se había decidido y aquella misma mañana…
¡Ay, pobre Juan!, había pasado un mal rato en la tienda, merodeando por allí con cara de idiota. Era temporada de rebajas y la cantidad de curiosos y compradores era mayor de lo habitual. Picardías trasparentes, tangas brasileños, medias de red, ligas, Juan sostenía todo aquello como si tuviera el poder de quemar. Miraba y remiraba las etiquetas totalmente perdido. Copa D, copa C, pequeño, grande. Su despiste llamó la atención de una voluntariosa dependienta que no tardó demasiado en aconsejarle sabiamente, pues como bien decía su abuela, (y las abuelas son muy listas) “lo mejor para acertar es siempre el mas caro llevar” Y eso hizo el incauto Juan.
¡Ay, pobre Juan!, había pasado un mal rato en la tienda, merodeando por allí con cara de idiota. Era temporada de rebajas y la cantidad de curiosos y compradores era mayor de lo habitual. Picardías trasparentes, tangas brasileños, medias de red, ligas, Juan sostenía todo aquello como si tuviera el poder de quemar. Miraba y remiraba las etiquetas totalmente perdido. Copa D, copa C, pequeño, grande. Su despiste llamó la atención de una voluntariosa dependienta que no tardó demasiado en aconsejarle sabiamente, pues como bien decía su abuela, (y las abuelas son muy listas) “lo mejor para acertar es siempre el mas caro llevar” Y eso hizo el incauto Juan.
Cuando aquella noche Irene entró en la habitación, no fue las velas de colores en hilera lo que llamó su atención, ni la mesa adornada cubierta con el mantel mas fino con el burbujeante champán enfriándose en la cubitera, sino ese neón rojo que la llamaba a gritos desde el edredón.
-¡¿Pero que es esto?! ¿Pero qué has hecho?, ¿acaso nos sobra el dinero para tonterías semejantes?
No, no les sobraba el dinero y ya sabía que éste no crecía en los árboles, pero él sólo había pretendido…
-¡Ya estas devolviendo esto en la tienda!
-Es que ya…ya he tirado la etiqueta…- reconoció Juan atragantado por la furibunda expresión de Irene.
Juan no olvidó nunca aquella noche, pero no por haber yacido en un lecho de rosas junto a una cariñosa y complaciente mujer medio desnuda, sino por otra cuestión algo menos mundana: la cantidad de bolsas de basura que tuvo que tumbar en la calle antes de encontrar el maldito recibo.
“Si ya lo ha intentado todo y su mujer sigue sin caer en sus brazos deberá plantearse si vale la pena seguir adelante”. ¡¿Qué?!, ¡no, no iba a rendirse ni tirar la toalla! Sabía que sólo era una racha, algo pasajero, nada grave.
Pero cada vez fantaseaba más en la oficina con aquellos húmedos besos que ella solía darle cuando eran novios, aquella caliente sesión de chupetones en el coche.
-¿A su mujer le gusta la música? -Desesperado había llamado a la radio, a un famoso programa nocturno en donde le arreglaban a la gente (o intentaban) sus enredos sentimentales. –Puede grabarle un par de canciones sexys, ¡sorpréndala!, y cuando ella llegue le hace el mejor strepteese de su vida, ¡ya verá!
Bueno, se dijo Juan, si sólo era eso. Grabó las canciones y para la ocasión alquiló un disfraz. Se habían agotado los más guays, no quedaba ni uno sólo de bombero tórrido, tampoco quedaba el de policía cañón, pero consideró que el de marinero también le valía, por aquello de los galones y el uniforme. Envuelto en Jack Black, su perfume, se apostó en el salón, anhelante, expectante, a que ella llegara.
Irene parecía de mal humor cuando atravesó el umbral con el manojo de llaves en la mano. De piedra se quedó cuando las luces se encendieron y descubrió allí, sobre una silla, a su Juan, un Juan que se había puesto a moverse cual lagartija coja por el salón. Se llevó las manos a la boca, atragantada al principio por el estupor, luego la risa se le subió a la garganta pero un ataque de ternura la hizo contenerse. Había atado cabos de una buena vez: había pensado en las velas, en la ropa interior, en la nata… ¡claro! ¡Que poco le había cuidado ella aquellos días!
Accedió a sentarse en la silla y soportó con entereza aquellos “sugerentes” movimientos de su marido sin pestañear. Juan bailó intentando con torpeza quitarse los botones de la camisa.
-Lo estoy haciendo mal, ¿verdad?- se derrumbó él al ver la fría reacción de su mujer quien no había enrojecido ni un poquito.
-Noo- murmuró ella sosteniéndole de la mano para llevarlo a la habitación, -es sólo que siempre se te ha dado mejor desnudarte sin música.
Animado por la expectación de ser conducido a ciegas por el pasillo, Juan añadió:
-Nunca he necesitado música para desnudarme, es sólo eso…
-Es verdad, además siempre es mejor que yo te ayude, ¿no crees?
-Eso me gusta-. Y Juan dejó que Irene le terminara de desabrochar.
Y aquí, la cinta que Juan le grabó a su esposa, y que después de aquella noche se convirtió en el gran complemento de sus noches de amor.
Música para seducir a una mujer agobiada por las hipotecas, pagos y deudas:
1.-You can leave your hat on -Joe Cocker. 2.-Blues In The Night- Judy Holiday. 3.- Black Velvet- Alannah Myles. 4.-Fever- Peggy Lee. 5.-Muddy Waters -Manish Boy. 6.-Stop- Sam Brown. 7.- If The Devil Made Whisky -Gary Moore. 8.- I just want to make love to you- Etta James. 9.-Kiss – Tom Jones. 10.- Eyesight To The Blind- Aerosmith. 11.-Bad to the bone -Zz top. 12.- Wicked Game- Chris Isaak.
6 comentarios:
El que la sigue la consigue, y Juan con su perseverancia al fin se salió con la suya. Y es que hoy día las hipotecas abultan demasiado y se meten por medio de muchas relaciones.
Un buen relato con un buen final ;)
Un abrazo.
Gracias Durrel por leer la historia de Juan y de su "agobiada" mujer. Y si, al final quien la sigue la consigue, jaja. Me alegro de que te gustara.
Un abrazo
:D
Perseverancia ante todo, pero con cabeza. Me ha gustado el relato, consigue sacar una sonrisa al imaginarte la situación. Pobre Juan, menos mal que no se apuntó a clases de barra americana que está tan de moda ahora, que si no ya el espectáculo hubiese estado completito.
Menos agobios!!!
Un abrazo.
Querida Ana Un placer volver por aquí, que entretenido texto, que buena música, todo muy bien armadito.
un abrazo.
Me ha hecho reir este relato, es que me imagino a Juan en su empeño, vestido de marinero, y me sube la risa sola.
Me ha gustado la selección musical, muy sugerente y a tono con el relato.
Un beso grande.
Es verdad Ángel, jaja, ¡como me pude olvidar de la barra americana! Eso si que hubiese sido un chiste, pero seguro que la mujer de Juan le hubiera hecho vender en la chatarra la barra en cuestión para sacarse unas pelillas, con lo agobiada que estaba la mujer, jaja.
Un abrazo
:)
Hola Gabriela, me alegro de que te gustara el relato, y la música... en realidad lo de escribir tanto sólo es una excusa para poder poner la música que me gusta aquí, jaja.
Un beso
:)
Es verdad Raque, muy sugerente la música, pero claro es que es música para hacer un streepteese, jaja. Me alegro de que te divirtieras con el relato.
Un beso
;)
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