Carlos veía todo lo que ocurría en su instituto con distancia: los preparativos de la fiesta, las guirnaldas cursis para adornar el salón de actos, los carteles chillones recubiertos de purpurina, la excitación generalizada ante las invitaciones que volaban de un lado para otro… ¡Aaah! Para un tío que nunca había sido la alegría de la huerta todo aquello le superaba. Siempre había tratado de excluirse de semejantes rollos en el pasado. Ahora, sin embargo, quizás por ser el último curso, la última oportunidad, cierta presión le superaba. Y sólo deseaba que aquella semana pasara lo más rápido posible para que de nuevo todo regresara a la normalidad.
-¿Has pasado por el trámite de invitar a alguien al evento?-se interesaba su padre cada mañana, mas preocupado que él por el hecho de ser un solitario sin remedio.
Se lo había preguntado de todas las maneras posibles: unas veces con palabras rebuscadas como esa mañana, y otras hasta con gestos. La respuesta siempre era la misma.
-¡Odio esas frivolidades!, ya lo sabes papá, y además, no voy a ir al baile…
-Pero es una tradición, un recuerdo importante, ¿no quieres hacer lo que todo el mundo hace?
-Pues no, precisamente por eso, ¡no!
¡¿Lo que todo el mundo hace?! Chirrió mentalmente. Carlos pensó que su padre estaba chalado…
-¿No te gusta la música?-insistió, pero su hijo sólo gruñó terminando de hincar el diente a su croissant, -o quizás…-dudaba su padre, -¿es que no sabes bailar?
Carlos hundía la cabeza entre los brazos, aburrido por la situación.
¿O es que no te gustan las chicas? Pensaba sin llegar a formular la cuestión. ¿Es por eso por lo que no has invitado a ninguna al baile?
El padre de Carlos sentía la necesidad de saberlo, aunque siempre había sido incapaz de preguntárselo. Por alguna razón que no llegaba a controlar era incapaz de hacer aquella pregunta. En realidad tampoco hizo falta hacerla, después de aquella tarde de inspección, todas las dudas que tenía al respecto se esfumaron. Había profanado su cuarto, era consciente de ello. Había allanado su intimidad, ¡lo sabía bien! Pero, ¿cómo si no iba a saber que acumulaba esas revistas sugerentes debajo del colchón?, ¿o que por sus anotaciones, idolatraba a una tal Tamara, la tía cañón del instituto? En la labor de un padre a veces está el hacer cosas desagradables pero necesarias…
-Necesarias- se tranquilizó mentalmente, -desagradables no, necesarias si- recalcó. Y eso le dejó mas tranquilo.
Lo había estado pensando toda la noche, así que durante el desayuno se animó… ¡tenía que enseñarle a bailar! Si ese era el problema, ¿por qué no solucionarlo de una buena vez?
-¿Qué haces papá?
Carlos no sabía que bicho le había picado a su progenitor para que de pronto empezara a contonearse con descalabrados movimientos. Ha llegado el momento, por fin se ha vuelto loco, temió.
-Se hace así- le mostró haciendo una tijereta con las piernas. Ahogado por las palpitaciones debido a su baja forma, gimió, -puedes mover un poco la cabeza siguiendo el ritmo, pero lo importante está en los pies…
-¿Qué demonios te pasa?-le inquirió su hijo con gravedad, a punto de coger el teléfono para llamar a emergencias.
-Y si es un lento pues más o menos lo mismo, no la pises, ¡no les gusta!
-¡Papá!-berreó Carlos cogiéndolo por el hombro, -¡despierta!-gritó, -¿pero quien te ha poseído?, ¿el espíritu de Fred Astaire o qué?
La vaga respuesta de su padre lo animó a salir rápidamente de la casa, mosqueado al verlo tan mal, como si temiera que aquello pudiera ser contagioso o algo. No había dado ni tres pasos cuando su padre, que le había seguido, le abordó por sorpresa: pero es que se había olvidado de enseñarle donde poner las manos.
Le instruía como hacerlo, cuando, ¡como no!, un par de chicos de su clase cruzaron la calle, riendo al observar la grotesca escena. ¡Tierra trágameeeee!
-¿Tu padre te estaba enseñando a bailar?-lo interpelaron cuando se subió al autobús, -¡que simpático, jaja!, ¿y a quien vas a llevar al baile?-se interesaron, poniéndole en un apuro.
¿Qué iba a decirles?, ¿qué no tenía pareja, que no se había atrevido a plantarse ante la tía buena de Tamara y formular una sencilla pregunta? ¡Pero es que cuando la veía se quedaba sin habla!
Iba a responder alguna tontería cuando la vio subir y como era de esperar su lengua volvió a hacerse un nudo marinero. Tal confusión no pasó desapercibida al grupito quienes rápidamente imaginaron una jugarreta.
-¿Ella?, ¿te gusta?
¡Cómo para decir que no!, gesticuló Carlos porque le parecía evidente la respuesta.
-Ya-esbozó el líder del grupo, un chico alto y sibilino que reía cual hiena histérica, -es preciosa, ¿verdad?, ¿sabes que es mi prima?-Carlos tragó nudos pensando que una huída rápida era lo mas indicado en ese caso. -¿A que no sabías que busca pareja?, yo podría convencerla de que vaya contigo, ¿quieres?
Carlos se embarcó en la trampa él solito y lo hizo a gusto pensando que se ahorraba el trago de ser rechazado si se daba el caso. Si dice que no, no tendré que recordar su cara de asco toda mi vida.
Pero Tamara dijo que si, o eso le dijeron: que su flamante pareja le esperaría en la pista de baile ese mismo sábado.
Tragado el anzuelo una especie de éxtasis le dominó. Así que cosa impensable decidió gastar sus pocos ahorros en unos zapatos nuevos. Le tenía cariño a sus converse grunge llenos de mierda de años, pero comprendía que no era lo mas fino para una cosa así. No prescindió de los vaqueros, pero tendrían que ser negros, por supuesto más elegantes que aquellos tan desgastados. Se peinaría, no podría ir con esas greñas, así que por primera vez en su vida usó acondicionador.
La noche del viernes al sábado estaba tan inquieto que no pudo dormir. La mañana del sábado le dolía la tripa y de los nervios no pudo comer. A eso de las siete de la tarde se encerró en el lavabo y se engominó el tupé, (bueno hizo el intento), y se conformó con el chapucero resultado. Total, para un mundo imperfecto, ¿qué mas?
El padre de Carlos se sintió henchido de felicidad cuando lo vio de punta en blanco, allí, en la puerta principal, a punto de marcharse a su primer acto social.
-Toma esto, por si pudieras necesitarlo…
Carlos abrió su mano para recibir un par de billetes arrugados, más de lo que podría gastar un adolescente en una noche, y entre ellos, muy escondido, Carlos encontró algo que le hizo enrojecer.
-Nunca se sabe, ¿verdad?, así que hay que ir preparado, ¡por si las moscas!
Carraspeando Carlos enterró su puño en un bolsillo. Sin mirarle a los ojos se despidió de su padre, se le hacía tarde.
Carlos no sabía que bicho le había picado a su progenitor para que de pronto empezara a contonearse con descalabrados movimientos. Ha llegado el momento, por fin se ha vuelto loco, temió.
-Se hace así- le mostró haciendo una tijereta con las piernas. Ahogado por las palpitaciones debido a su baja forma, gimió, -puedes mover un poco la cabeza siguiendo el ritmo, pero lo importante está en los pies…
-¿Qué demonios te pasa?-le inquirió su hijo con gravedad, a punto de coger el teléfono para llamar a emergencias.
-Y si es un lento pues más o menos lo mismo, no la pises, ¡no les gusta!
-¡Papá!-berreó Carlos cogiéndolo por el hombro, -¡despierta!-gritó, -¿pero quien te ha poseído?, ¿el espíritu de Fred Astaire o qué?
La vaga respuesta de su padre lo animó a salir rápidamente de la casa, mosqueado al verlo tan mal, como si temiera que aquello pudiera ser contagioso o algo. No había dado ni tres pasos cuando su padre, que le había seguido, le abordó por sorpresa: pero es que se había olvidado de enseñarle donde poner las manos.
Le instruía como hacerlo, cuando, ¡como no!, un par de chicos de su clase cruzaron la calle, riendo al observar la grotesca escena. ¡Tierra trágameeeee!
-¿Tu padre te estaba enseñando a bailar?-lo interpelaron cuando se subió al autobús, -¡que simpático, jaja!, ¿y a quien vas a llevar al baile?-se interesaron, poniéndole en un apuro.
¿Qué iba a decirles?, ¿qué no tenía pareja, que no se había atrevido a plantarse ante la tía buena de Tamara y formular una sencilla pregunta? ¡Pero es que cuando la veía se quedaba sin habla!
Iba a responder alguna tontería cuando la vio subir y como era de esperar su lengua volvió a hacerse un nudo marinero. Tal confusión no pasó desapercibida al grupito quienes rápidamente imaginaron una jugarreta.
-¿Ella?, ¿te gusta?
¡Cómo para decir que no!, gesticuló Carlos porque le parecía evidente la respuesta.
-Ya-esbozó el líder del grupo, un chico alto y sibilino que reía cual hiena histérica, -es preciosa, ¿verdad?, ¿sabes que es mi prima?-Carlos tragó nudos pensando que una huída rápida era lo mas indicado en ese caso. -¿A que no sabías que busca pareja?, yo podría convencerla de que vaya contigo, ¿quieres?
Carlos se embarcó en la trampa él solito y lo hizo a gusto pensando que se ahorraba el trago de ser rechazado si se daba el caso. Si dice que no, no tendré que recordar su cara de asco toda mi vida.
Pero Tamara dijo que si, o eso le dijeron: que su flamante pareja le esperaría en la pista de baile ese mismo sábado.
Tragado el anzuelo una especie de éxtasis le dominó. Así que cosa impensable decidió gastar sus pocos ahorros en unos zapatos nuevos. Le tenía cariño a sus converse grunge llenos de mierda de años, pero comprendía que no era lo mas fino para una cosa así. No prescindió de los vaqueros, pero tendrían que ser negros, por supuesto más elegantes que aquellos tan desgastados. Se peinaría, no podría ir con esas greñas, así que por primera vez en su vida usó acondicionador.
La noche del viernes al sábado estaba tan inquieto que no pudo dormir. La mañana del sábado le dolía la tripa y de los nervios no pudo comer. A eso de las siete de la tarde se encerró en el lavabo y se engominó el tupé, (bueno hizo el intento), y se conformó con el chapucero resultado. Total, para un mundo imperfecto, ¿qué mas?
El padre de Carlos se sintió henchido de felicidad cuando lo vio de punta en blanco, allí, en la puerta principal, a punto de marcharse a su primer acto social.
-Toma esto, por si pudieras necesitarlo…
Carlos abrió su mano para recibir un par de billetes arrugados, más de lo que podría gastar un adolescente en una noche, y entre ellos, muy escondido, Carlos encontró algo que le hizo enrojecer.
-Nunca se sabe, ¿verdad?, así que hay que ir preparado, ¡por si las moscas!
Carraspeando Carlos enterró su puño en un bolsillo. Sin mirarle a los ojos se despidió de su padre, se le hacía tarde.
La música retumbaba en sus tímpanos. Las luces daban vueltas proyectándose en sus retinas. Todo era rosa, pasteloso y cursi. Una marabunta de personas que entraban lo abordó, abrumándole, ahogándole por la mezcla de rancios y fuertes perfumes. Tosió, no podía respirar. Para cuando se dio cuenta estaba en medio de la pista de baile. Y allí… allí estaba ella.
Tamara lucía estupenda enfundada en aquel minivestido rojo pasión. Parecía impaciente, expectante. Y a él le pareció increíble que estuviese así de ansiosa por él. Pero claro que era por él, ¿por quien si no?
Tenía que acercarse, ¡si!, podía hacerlo, podía, y lo hizo.
-Hola, ¿me has esperado mucho rato?-preguntó tímidamente, mostrando al completo una hilera de dientes que centellearon bajo una luz azul.
Dándose importancia ello lo miró con el mismo gesto que pondría cualquiera ante un taburete con ojos o una silla con dientes. Regañada como estaba parecía a punto de vomitar o esa impresión tuvo él a quien la sangre se le solidificó en las venas.
-¿Esperarte yo a ti?-bramó picotera, -¡que idiota!, anda aparta, no estoy para bromitas…
-Pero…
-¿Qué esperas?, ¿qué te de una propina!, ¡desaparece!
-Es que…- balbució.
-Que tío plasta-murmuró deshaciendo de él como si apestara.
Allí se quedó Carlos, con el mismo gesto que hubiera puesto si le hubiera dado una patada en…
-Jajaja-oyó reír al grupito, pero en especial al primo de la chica, -¿cómo podías creer que una tía así saldría con un tipo como tú?, ¿eh?, eres demasiado pretencioso, bájate de la nube y no tires tan alto.
Carlos se sintió como un idiota. Aquellas soberbias miradas, aquellas risitas tontorronas. “Tonto es el que hace tonterías”, recordó; ¡pues si, había sido un tonto al fiarse de aquellos tipejos!
Iba a sumirse en la depresión más absoluta cuando recordó los esfuerzos de su padre por enseñarle a bailar. Lo vio en la pequeña cocina, rodando sillas y muebles para mostrarle su “moonwalker” y sus tijeretas, sudando la gota gorda y haciendo el ridículo. Recordó su contagiosa ilusión, su alegría, y pensó que se lo debía, tenía que bailar por él.
He venido al baile así que tengo que bailar, decidió.
Y ya que no tenía a nadie con quien demostrar sus dotes de bailarín, decidió bailar solo. ¿Qué mejor compañía que la de él mismo?
Tenía que desinhibirse, así que imitó a su padre: saltó, gritó, rodó, hizo cabriolas y volteretas, se contoneó de todas las maneras que pudo, y… ¡se divirtió!
Se hallaba en pleno éxtasis divertido cuando reparó en que alguien lo miraba con interés, era Claudia, compartían mesa en la clase de química. ¿Por qué no había reparado antes en ella? ¿Por qué no se había dado cuenta de que siempre lo miraba, de que siempre se lo comía con los ojos?
Carlos pensó que le apetecía tomarla de la cintura y hacerla girar por la sala hasta que los rizos de su pelo se quedasen lacios. Así que haciendo caso a eso que dicen de que si quieres que algo salga bien haz de hacerlo por ti mismo, se atrevió a ser valiente y le pidió bailar. Cuando ella aceptó entusiasmada y Carlos se encontró mejilla a mejilla con la chica, se dio cuenta de que, aunque había estado bien eso de volverse loco bailando solo, nada podía compararse a la sensación de estrecharla fuertemente, la sensación de embriagarse con su perfume, la increíble sensación de enamorarse con su espontánea risa.
Y sólo para ti, algunas de las canciones que sonaron aquella noche:
Selección musical: 1.Stevie Nicks - Edge of Seventeen. 2. Billy Idol - Dancing With Myself. 3. The Cure – Lullaby. 4. Madonna - Like A Virgin. 5.Eurythmics - Sweet Dreams.6. George Harrison – Got my mind set on you. 7. Billy Ocean - Get Outta My Dreams, Get Into My Car.8. George Michael-One More Try. 9. Phil Collins – Two Hearts.
Ni Carlos ni Claudia pudieron olvidar jamás aquella noche de junio de 1989, porque fue la noche en la que se enamoraron.
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