Historias de terror en días de lluvia
Cap. 2: Demian.
Decía
Emily Brontë: «Pero te advierto que el dios que invocaba es sólo polvo y
ceniza, y al invocarle lo confundía de extraña manera con el propio demonio que
le engendró a él».
Ten
cuidado… a veces las apariencias no engañan.
Cuando
imaginaba en la razón para sentirse tan fascinada por aquel lóbrego muchacho
siempre pensaba en el romanticismo del para siempre. Era lo que le había ganado
de él en aquella reunión nocturna a la luz de una hoguera: que era el tipo de
chico capaz de atravesar océanos de tiempo por ella. ¡Cómo no sucumbir a esos
brazos si había pronunciado su declaración soñada!
Lo
que más le había atraído, aparte de esa elegancia falsamente vampírica, eran sus
usos de caballero victoriano combinados con esa aptitud temeraria. Siempre
llamando a la muerte, desafiándola, retándola en un juego sin tablero, sin
reglas, sin límites, por encima del bien, pero sobre todo del mal.
De
aquel chico sólo sabía que era un nuevo romántico, envestido como un aristócrata
del siglo diecinueve con sus ropas
góticas y grises.
Lo
que podía decir de ese adolescente pálido se resumía en un par de puntos: como
que se consideraba un intelectual y con razón, que era creativo, díscolo y
sarcástico, que le gustaba el negro, el arte visual más subversivo, la poesía
depresiva, la sátira religiosa, los filmes de terror, los cementerios, las
iglesias en ruinas, las rosas negras pero sólo por el placer de cultivar
espinas venenosas, (eso decía cuando su indiscreta madre le preguntaba la razón
para teñir de esa manera tan espantosa a las plantas)… y bueno los besos
húmedos con pintalabios rojo sangre.
El
aspecto que más le gustaba era que desbordaba imaginación. ¡Cómo le divertía oírle
contar historias! Historias sobre pesadillas, hombres enterrados vivos, asesinos
vengativos, vampiros y maldiciones.
Era
un agitador. Asistía a una escuela de monjas cuando alardeaba de pagano. Además criaba cuervos de
manera literal, y hasta los había adiestrado para que volaran a su hombro en una
chocante tolvanera de plumas negras.
Entre
sus hábitos más maliciosos estaba el de girar los crucifijos de su escuela.
Sentía una pasión morbosa por los demonios, la oscuridad y la literatura de
terror, especialmente por su iconografía, de ahí que su gato se llamara Shelly
y su rata Stoker. Todo lo sobrenatural le iba y confiaba en la magia.
¡Era
tan elegante, tan místico, tan pálido! No necesitaba resaltar su blancura con
maquillaje, era así por naturaleza, no le gustaba la luz del sol.
Lo
que ella sabía de él era que tenía los ojos verde desvaído, que olía a rosas,
que tenía por principio odiar el ajo y que respondía por el nombre de Demian Barnabas.
-Y yo por el de Azabache Tremblay –había
pronunciado ella imantada por aquellos labios sugerentes–, encantada.
Sólo
hacía tres semanas que se habían conocido en aquel aquelarre, una noche de luna
llena, y en parte ya se sentía secuestrada por los gustos comunes y los nuevos
amigos. Si no, no se explicaba que diantres pintaba ella esa noche de ventisca
en el cementerio. ¡Cuanto se arrepentía de haberse hecho la valiente delante
del grupo! Presumir de ser amante del terror era bastante distinto a vivirlo. ¿Por
qué no lo había pensado antes?
La
oscuridad en el camposanto era inquietante, y para colmo de males no había
parado de oír ruidos que iban y venían. Brrr,
balbució al oír otra vez aquel tintineo, ¿o es que era otra cosa?
Se
tapó la cara con las manos. Entonces el ruido creció en intensidad y se dio
cuenta de que procedía de la tumba sobre la que estaba sentada. «Has perturbado mi paz y yo voy a perturbar
la tuya» Imaginó que alguien decía, y echando a correr con fuerza no pudo
ver la raíz rugosa que sobresalía del jardín y con la que finalmente tropezó.
Levantó
la nariz del suelo y allí se los encontró, a todos sus amigos, alborotando y
riendo. Habían saltado la tapia, igual que ella, y querían tomarle un poco el
pelo, mientras se aseguraban de que como había jurado, pasaría allí la noche, a
la intemperie. Se notaba que habían bebido y Azabache no pudo sino sentirse
avergonzada… puede que aquel escenario macabro la tuviera algo sugestionada.
Demian
también estaba y la miraba divertido. «Te acompañaremos», le dijeron pero lo
único que querían era un lugar en donde hacer botellón.
La
música que salía de sus teléfonos la perturbó, el olor a vino la desagradó,
igual que el asqueroso humo del tabaco. En cada esquina había alguien
moviéndose, bailando o abrazándose. Y cuando se cansaron del jaleo cada uno se
dispersó, refugiados en la impenetrable oscuridad. Se sorprendió cuando
descubrió que Demian había elegido una tumba cercana a la de ella y le resultó
curioso lo rápidamente que él había caído en aquel estupor.
Lo
observó unos minutos, le pareció que el cansancio le jugaba una mala pasada
cuando le pareció que ya no respiraba. Temblorosa acercó una mano para
sacudirle cuando súbitamente Demian abrió los ojos… y ya no eran verdes.
Horrorizada, Azabache sofocó un grito que no logró materializarse.
Demian
se puso en pie en cuanto ella trató de huir.
-¿Qué pasa? –preguntó sobresaltado. Y su voz
sonó áspera y honda, casi demoniaca.
Ella
estaba tan nerviosa que no pudo articular palabra, pero era esa mirada lo que más
la asustaba, esos ojos que flameaban rojizamente.
Azabache
mantuvo la calma e improvisó algo como que tenía que ir al baño o que le había
dado un calambre en el pie, pobres excusas que por alguna razón sonaron
descabelladas.
-¿En serio? –La agresiva voz y la expresión
astuta de Demian insinuaban que no le creía.
-¡No te acerques! –le advirtió en un gritó al
verle dar un paso al frente.
Retrocediendo
sin mirar, a ella le fallaron las piernas, que sentía como de goma.
Azabache
pidió ayuda pero sólo el silencio respondió a su solicitud. ¿Dónde estaba todo
el mundo? ¿Dónde demonios se habían metido?
Una
hilera de perfectos y afilados dientes evidentemente carnívoros se asomaron por
debajo de una pueril sonrisa sardónica. El rojo de los ojos refulgió ahora que
firmemente la agarraba por una muñeca. Bajo sus pies algo empezaba a reptar,
una niebla extraña que caracoleaba entre cruces y panteones. Y lo que antes
había sido sólo oscuridad, se tiñó con el leve resplandor de una luz que
envolvía en una aureola sobrenatural aquella cripta abierta…
De
la tumba que minutos antes ocupaba empezaron a filtrarse voces maléficas.
Demian
la arrastró hasta el sepulcro abierto. En cuanto atravesó aquella puerta una
losa cerró la entrada, dejando en el aire un polvo seco, viejo y oscuro que la
hizo toser sin parar al sentirlo enredado en su garganta.
Allí
dentro las bujías de unas velas parpadeaban, arrojando sombras fantasmales por
todas partes.
Se
oyó gimotear y le costó creer que fuera ella misma. Todo se hizo confuso, como
si ya no sintiera su propio cuerpo, adormecido por la tensión.
Abajo,
atravesando algunos pasadizos subterráneos, tuvo la impresión de que no estaban
solos, de que alguien les esperaba.
Sacando
un fortuito coraje suicida se revolvió en una última oportunidad de escapar,
dando golpes sin ton ni son, pero lo único que consiguió fue estrellarse
torpemente contra aquella estatua dura y fría que hasta sólo hacía cinco
minutos consideraba su chico. Demian soltó un par de crueles carcajadas antes de
volver a inmovilizarla, dejando a la vista una marca que ella no había visto
hasta entonces: una cicatriz reciente, una herida abierta, un tatuaje a fuego
que supuraba en su brazo… ¡el símbolo del diablo!
Enferma
de miedo se encontró de frente con los que les aguardaban… esos que ya no eran
amigos, que ahora eran bestias desatadas, sedientas de sangre y muerte.
Miembros de una secta que elevaban sus desgarradas voces en canticos
repetitivos hasta rayar el estado hipnótico.
Y
ahí detrás estaba él, acariciando una daga puntiaguda, en la aceptación ciega
de que era algo que tenía que hacer, que su sangre debía correr, porque él de
verdad se había convertido en un demonio y necesitaba un sacrificio… ¡el suyo!
Música: Marilyn
Manson - Sweet Dreams