Para huir un rato del aburrimiento y
aislarse de la cruda realidad, Marisa se sumergía cada noche en el maravilloso
mundo de los chats: ventanillas que se abrían o se cerraban, preguntas y
respuestas, directas o indirectas, saludos, desconocidos y propuestas que la
asaltaban desde las cuatro esquinas de la pantalla de su ordenador. Había
cierta impunidad, cierto anonimato que la agradaba.
Su vida era rutinaria, pero aquello
la animaba, la hacía sentir viva, integrada, deseada. Para Marisa el chat era
su única vía de escape, una fórmula para
huir de la soledad.
No hacía falta abrir su alma, no
hacía falta ser sincera, ni siquiera dar nombres, ni mucho menos dar caras.
Unas pocas palabras bastaban.
A veces se divertía, otras se
escandalizaba, ¡cuantos tunantes, cuantos gatos callejeros, cuantos cerdos y
groseros que había por ahí!
Eso no le pasó con “Finn80” con él
surgió la química y hablaron. Se parecían, tenían muchas cosas en común. Ambos
estaban cansados de sus vidas, atrapados en un trabajo que no les motivaba,
enfrentando el trascurrir de los años en soledad, creyendo que ya no tenían
cabida, que no tenían futuro en nada.
Con Finn Marisa desempolvó su corazón
partido. Para los pedazos rotos él fue el hilo y la aguja que los cosió, que
los reparó. De nuevo volvía a latir, a sonreír. Cada latido de aquella gastada
maquina le inyectaba en el cuerpo una dosis de locura, y en su trastorno no
cayó en la cuenta de que estaba siendo ingenua, cándida. Era de nuevo una
chiquilla, cómo una niña entusiasmada ante el primer amor.
Confío en él, fue abierta y sincera.
Pensó que habían conectado.
En seguida mantuvieron extenuantes
conversaciones diarias de más de seis horas, además de abundante correo
electrónico que le ratificaba lo que ya intuía: que aquel hombre estaba
interesado por ella. Parecía cierto; él se preocupaba por sus asuntos, por su
salud y la de su familia, por sus proyectos y sus salidas. La buscaba… la
quería. Nunca hablaron por teléfono, pero le enviaba bastantes mensajes,
misivas en las que aseguraba pensarla, extrañarla, echarla de menos.
Nunca intercambiaron fotografías,
tampoco tenía sentido. Él decía que no era Brad Pitt pero a ella le gustaba,
tampoco ella era Angelina Jolie. Se hizo la ciega, empezó a obviar detalles, a
justificarlos, a dar segundas oportunidades, a creer, a confiar… no quería
perder a ese confidente, a ese ser del mundo virtual que ya tenía un hueco en
su corazón. Por eso pasó por alto lo que su instinto le estaba gritando, lo que
había empezado a entrever de aquellas dos caras que él le mostraba…
Hablaron de verse muchas veces, pero
siempre surgía algún imprevisto, siempre había alguna excusa. “No me ha llegado
tu mensaje” o “¡Pues de verdad que te respondí, no entiendo lo que ha pasado!”
Todo le dio igual.
Aquel día tenían que verse. Marisa le
citó en un centro comercial atestado de gente. ¿Cómo le reconocería? “Estaré de
pie frente al escaparate de la dulcería” A los dos le gustaban las golosinas,
así que le pareció adecuado.
Antes de la hora él ya le había
mandado algunos mensajes, lo que le dio a entender que Finn estaba impaciente
por verla. Y era verdad.
Cuando por fin se vieron la burbuja
explotó. ¡Pero si eran compañeros de trabajo!, ¡pero si se veían todo los días!
-Pero, ¿qué haces tú aquí?- preguntó
él.
-¿Tú eres Finn80?-fue lo único que
pudo articular.
-¿Y tú Nikita24?-murmuró él
enrojeciendo hasta la raíz.
Aquella misma mañana antes de la cita
habían hablado por el chat: de la emoción, de las ganas, de lo mucho que a él
le apetecía estar un rato con ella. Pensar que lo habían hecho desde la misma
oficina la dejó en estado de shock. ¡Si casi compartían escritorio…!
De pronto ya nada tenía sentido.
¡Pero si era su supervisor!, ¡el que le caía mal, el que le hablaba con
aspereza y superioridad! El idiota que nunca tiraba los vasos usados de café a
la papelera, el rácano que jamás colaboraba con la rifa de navidad, el mismo
que la tenía entre ceja y ceja sólo porque ella era mas eficiente.
Finn es decir Juan se rascó la nuca
un poco incómodo. No la miró, de hecho no volvió a mirarla a los ojos nunca
más. Marisa jamás entendió que pasó en aquellos pocos instantes. Ella estaba
dispuesta a darle una oportunidad, incluso a ser amigos. Pero él le dio la
espalda y se marchó, diciendo que esperaba que no contase nada de aquello en la
oficina. ¿Sólo le preocupaban los chismorreos? ¿Y donde se quedó el Finn que
ella conoció? ¿El que la quería, el que pensaba en ella, el que la entendía?
Acaso, ¿la había tomado el pelo?, ¿la había engañado?
No podía pensar en otra cosa. Con el
corazón congelado Marisa se enfrentó a aquella pregunta cada mañana y durante
algún tiempo echó de menos a aquel amigo virtual, ese que no parecía acordarse
de lo que alguna vez los unió, ese que a partir de entonces sólo fue… Juan.
Música: Rosario Flores-Nada de nada
3 comentarios:
Qué chasco reñasco. Cuántas historias así no habrán hoy en día? A la próxima le pones final feliz porfaplis :)
Me gustó. Besitos
Muy buen relato, Ana. Me ha gustado mucho, pero coincido con lopillas, el final no es nada esperanzador; qué pena que no se dieran una oportunidad.
Un beso :)
Hola lopillas, apuntado, para la próxima un happy ending en toda regla.
Gracias por leerme.
Besos
:D
Hola Raquel, lo mismo te digo, prometo ser menos realista para la próxima, jaja.
Muaks
:D
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