Me contaron una historia hace un tiempo, una historia que revolotea por mi cabeza en los momentos nocturnos en que el sueño no me vence y desvelado empiezo a pensar en aquel relato, de un amor y de su ausencia.
Sitúan la historia en un lugar sin nombre y en un tiempo sin fecha para que uno piense que pudo ocurrir en cualquier momento y en cualquier lugar. Pero a mí me da por pensar que los hechos no son muy lejanos, ni en tiempo ni en espacio. Y siempre que me cuentan este cuento empiezan de este modo:
-¿Y como se llega hasta allí?-pregunté yo interrumpiendo el relato.
Los que escuchaban interesados se volvieron hacía mí arrugando el rostro. En sus ojos airados podía leerse cierta incomprensión hacía esa idiota cuestión, creídos que el lugar del que hablaba el narrador se ubicaba en un mundo de fantasía sólo extraído de su mente.
-Quisiera responderle joven, pero nadie lo sabe.
Asentí también confundido por mi peregrina interrupción. Aún pensativo y sumido en mis cavilaciones escuché la voz del cuentacuentos, diciendo:
-Pero ya que has demostrado que eres impetuoso tal vez tú puedas descubrir el sitio… algún día.
“Muchos hombres quisieron llegar hasta allí…” Deteniéndose un segundo me miró furtivamente y aunque nadie mas lo notó yo percibí que me envió un mensaje subliminal. Aclarándose la voz prosiguió:
“Se decía que a los pies de la orilla se extendían largos kilómetros de arrecifes, bellos jardines sumergidos de muchos colores en los que se albergaba toda clase de vida y de tesoros. Desde conchas con perlas gigantescas hasta viejas vasijas y estatuas con serios rostros de pétreos semblantes. Fueron muchos los que quisieron encontrar la playa, pero no era tan sencillo y que se sepa nadie mas la halló, nadie salvo un muchacho, un joven de nombre Samuel.
Samuel era listo pero sobre todo tenía suerte. Las estrellas brillaban en lo alto cuando se convirtió en el único superviviente de un naufragio y las corrientes lo llevaron hasta aquel lugar. Moribundo, medio ahogado se encontró de pronto en medio de una desolación desconocida. Un sitio inaccesible del que parecía imposible escapar a pesar de los intentos. Atrapado en aquel cuadrado peligroso vio pasar los días con cierta angustia y desazón, incapaz de encontrar sustento por si mismo. Ni una sombra, ni un fruto, ni agua fresca; habiendo burlado a la muerte durante cinco días creyó que al sexto sucumbiría.
Su última noche a la fresca la pasó rezando, observando el cielo estrellado. El viento sopló entonces trasportando algunas gotas y en aquel instante rompió a llover torrencialmente. Saltando de alegría elevó la cara bañado por la lluvia, y abriendo la boca bebió de ella hasta estar saciado. Empapado, el frío se hizo acuciante y aunque no lo había hecho antes empezó a trepar con las manos desnudas por las rocas oscuras con la intención de encontrar un refugio. No lo encontró y resbaló aparatosamente, y rodó otra vez hacía aquel cuadrado peligroso, y allí se quedó horas y horas riendo por no llorar.
Pasó el sexto día y la muerte no lo reclamó. Con la luz del sol el cuadrado parecía menos peligroso y las aguas menos turbias. Todo brillaba y resplandecía a causa de la lluvia y la brisa le anestesió. Se acordó entonces de ella, de su hermosa y fuerte Miriam, de su risa sana, de su pelo rubio, de sus ojos dulces, y la calidez que sentía en su ser estando a su lado pareció insuflarle el aliento que había perdido. ¿Cómo, de que manera estaría llevando ella su ausencia?, ¿le daría ya por muerto, ya le habría olvidado?, ¿recordaría Miriam alguna vez el sabor de sus besos salados cuando se despidió en el puerto y le dijo que a la vuelta se casarían?
Le embargó la tristeza al pensar que iba a romper su promesa, que él no iba a regresar porque la peor ausencia de todas es la muerte. ¿Y si moría…? ¡No!, gritó, eso no iba a pasar. Y no iba a pasar porque él no lo iba a consentir.
Aquella mañana volvió a escalar la roca. Las afiladas piedras se le clavaban en la fina piel de las manos y le laceraban, y le escocía mucho pero nada podía compararse al dolor que estaba sintiendo al imaginarse a su Miriam. La veía sufrir, anhelante, aguardando noticias. ¿Ya sabría lo del hundimiento del barco? ¿Se habría enterado ya?
Todo había ocurrido tan rápido que ninguno de los tripulantes pudo pedir ayuda. Y todos aquellos muertos, todos aquellos amigos. Pensar en la angustia de sus familias le animó a no rendirse. Si alcanzaba la cima de la pared de roca a lo mejor encontraba algo, una salida, un lugar, un medio. Se esforzó, sacó fuerzas de donde pudo y puso un pie en lo alto. Desde allí el paisaje era imponente y su playa se veía muy frágil, lejos, desprotegida contra el océano. Respiró hondamente al darse cuenta de lo escabroso del lugar, él mismo fue realista cuando de manera abrupta una de las piedras en la que instantes antes había colocado un pie salió despedida por la pared vertical, cayendo en picado contra las rocas que alfombraban los alrededores.
Rezó de nuevo y pidió ayuda con todas sus fuerzas, nunca antes había sentido tanto la ausencia de su novia como en aquel momento cuando pensó que no volvería a verla. Nunca antes le había dado importancia a sus viajes, a sus despedidas, al tiempo que permanecían separados. Jamás se había planteado el dolor que eso le causaba a Miriam, nunca había querido escucharla cuando le pedía que no la dejara, que su distancia era su muerte porque su presencia era su vida. Ella si que era su vida, ella si que lo era todo. Y allí, solo, en lo alto de una montaña en medio de la nada se juró a si mismo que si vivía no volvería a abandonarla.
Samuel no era listo (como creía) pero tuvo suerte.
Aquella misma mañana le rescataron. No miró atrás cuando se alejaba de la playa, no pensó en los tesoros escondidos, se alegró de seguir vivo y mas se alegró cuando regresó a su casa y descubrió, que como había pasado siempre, el mayor tesoro que poseía le estaba esperando. Se casaron, claro, y vivieron siempre juntos, y desde entonces no se han separado. La gente que les ve siempre juntos les pregunta que como lo hacen y ellos siempre responden que el peor tiempo de sus vidas es cuando están separados. Para Samuel aquella dura prueba fue el aprendizaje de su vida: que el amor no muere con la ausencia ni con la distancia, porque el amor no muere pero se debilita”
Después de unos tímidos aplausos por cortesía, la gente fue desalojando el local. Yo fui el único que me quedé allí observando al anciano recoger sus cosas. Dudaba pero me acerqué, aún sentía que el cuentacuentos quería decirme algo, y no precisamente de una isla de tesoros y corales. Me miró y hablamos los dos al mismo tiempo. Yo pidiendo disculpas por haberle interrumpido y él diciendo que sobraban las disculpas.
-Antes me pareció que quería decirme algo, ¿me equivoco?
-No, quería indicarte que estuvieras atento y que escuchases, porque la historia podía interesarte.
-¿Era eso?- resoplé defraudado.
-Si has escuchado esta historia habrás aprendido algo, ¿no es así?, ¿o te has dormido escuchándome?, en realidad da igual, provoco esa reacción…
-No, no por favor, le he escuchado muy atento, es muy bonito eso del amor y la distancia…
-Me alegro- me palmoteó en la espalda, añadiendo: -¿la echas ya de menos?
-Perdone…
-¡Vamos no te hagas el tonto!, si la echas de menos deberías buscarla y disculparte, no estropees una bonita relación por una discusión estúpida sobre si ir al cine o a un café a oír divagar a un viejo.
-¿Qué?
-Antes te vi, chaval, discutías con tu novia, te echaba en cara que siempre la dejabas sola para irte con tus amigos y que cuando estabais juntos siempre hacíais lo que a ti te gustaba, ¡y tiene razón al enfadarse!- boquiabierto entendí lo que pasaba- ¡vamos muchacho no la dejes así o te arrepentirás!
-¿Usted era el protagonista de la historia que acaba de contar?- pregunté.
El anciano asintió de nuevo esta vez con los ojos vidriosos. -Antes dije que el amor no muere con la ausencia o la distancia, pero tampoco con la muerte. Mi amada Miriam falleció hace un par de años, el cáncer me la arrebató. Antes de morir me dijo que tenía un capricho: deseaba escribir nuestra historia, para leérmela cuando yo empezara a olvidarla. Nunca pudo hacerlo, pero yo lo hice por ella, porque cuando me siento y lo leo, y lo recuerdo, me parece que no estamos tan lejos, me parece que no es tan grande su ausencia.
Nunca volví a ver a aquel anciano ni a oír otro de sus relatos, pero desde aquella noche “De un amor y de su ausencia” no falta en mi mesilla. Aquel libro y su contenido me salvó, por el yo recuperé a Paula y es ella quien cada noche escribe una parte de nuestra historia para que nunca me olvide que ella me salva cada día. Tiempo después me enteré que Samuel P. Estrada había fallecido solo en su casa, no lloré por él, me alegré, porque después de tanto tiempo de sufrir su ausencia él y su Miriam volverían a encontrarse.
4 comentarios:
Ana, tu relato me ha emocionado mucho. Palabras armoniosas y sentimientos puros como el dolor, la perdida y el amor; y en conjunto una historia preciosa.
Un relato muy bueno.
Raquel.
Muchas gracias Raque, me alegro de que este pequeño cuento te haya gustado y emocionado.
Un beso.
Al fin he podido leer tu relato con algo de tranquilidad, quería disfrutar mejor de él. Me ha gustado mucho, y aunque parezca que no, es cierto que el amor..con la distancia..no muere..Algo de eso si que sé ;)
MUAKS!!
Gracias anónimo, muchos muaks para ti. Y por supuesto que sé que sabes muy bien que el amor con la distancia no muere. Espero que no sigas sufriendo más esa distancia y que muy pronto puedas estar junto a esa persona que quieres.
Saludos.
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