Siempre que Elizabeth se desvelaba encendía su lamparita, se sentaba sobre la almohada y se tapaba con la manta hasta la barbilla. Luego esperaba, alerta, agitada. La causa de su inquietud se debía a que la pequeña luz proyectaba parpadeantes sombras en la pared, sombras danzarinas que se movían. En ellas, Elizabeth adivinaba caprichosas formas que siempre le resultaban extrañas…
Hipnotizada las contemplaba un rato, retándose a si misma a soportar el pavor. Cuando las sombras parecían inquietantes manos afiladas que pretendían atraparla metía rápidamente la cabeza bajo las mantas y rezaba. Contaba luego hasta diez, y hasta veinte, incluso hasta cien para volver a sacar la cabeza. Pero no se atrevía. Lo peor llegaba después, cuando sentía que pequeños pies correteaban por encima de su cama. No eran imaginaciones. Notaba la leve presión, percibía la tensión que ejercían sobre las sábanas, como si tiraran de ellas. No podía soportarlo, entonces gritaba con ganas, y de un tirón se deshacía de las mantas, saltando al suelo para correr hacía la habitación de sus padres.
Cansados, con ojos velados por el sueño, ellos la obligaban a regresar a su habitación, alegando que ya no era una niña pequeña, que ya no podía ponerse así por una pesadilla. ¿Una pesadilla? Ella sabía que aquello no era una pesadilla.
-¿Sabes lo que te pasa?- le decía su hermana pequeña con voz de experta, -pues que el ratoncito Pérez ha venido a verte…
-¿El ratoncito?- murmuraba como para sus adentros Elizabeth, -pero si ya hace tres años que se me cayó el último diente de leche, ¡imposible!
Estaban desayunando. Las marcadas ojeras delataban la noche de insomnio, así que no había tenido más remedio que confesar su aventura de medianoche a su hermana menor.
-¡Pues si no es el ratoncito serán las hadas!-sugirió Susie con una sonrisa, mostrando un gracioso bigote de leche sobre la comisura de la boca, -las preciosas hadas con su polvo mágico que sólo quieren cuidarte y protegerte, ¡seguro que son ellas!
Elizabeth sabía que no era así, no se sentía protegida, ni cuidada, al contrario, la sensación era distinta, más amenazadora, más perversa.
-Pueden ser gnomos, ¿sabes lo que son? Son enanitos fantásticos que custodian tesoros, también dicen que reparan todo lo roto, son muy bromistas, cambian las cosas de sitio y se burlan de los humanos, además pueden hacerse visibles si lo quieren.
-No-le decía Elizabeth preocupada, -no son gnomos, y si no me crees te reto a que hoy duermas conmigo, ¿lo haces?
Susie asintió, animada quizás por la idea de hablar hasta tarde, de hacer una fiesta del miedo de su hermana y acostarse de madrugada. La noche no le resultaba tan misteriosa como a Elizabeth, no temía la oscuridad, ni el viento arañando las ventanas. Así que aquella noche se trajo su almohada y haciéndose un hueco en la mullida cama esperó a que el sueño le venciera. La habitación era fría así que tenía los pies helados. Las cortinas se agitaban a pesar de que la ventana estaba cerrada. Una tenue claridad azulada penetraba en la habitación, proyectando sobre la pared raras formas, eran las ramas del árbol que había plantado al lado de la casa, ramas que daba la impresión se movían solas igual que las hojas al viento. Afuera un búho siniestro parecía observar a las niñas, su ulular arrastraba notas graves y bajas, como voces que llamaban por sus nombres.
Susie se movió inquieta y miró a su hermana. Tampoco ella dormía. La sonrió por compromiso, acurrucándose contra ella.
-¿Enciendo la luz?
-No-susurró la pequeña haciéndose la valiente, -no hace falta.
Desvió entonces la vista hacía las sombras, que se movieron adoptando una tenebrosa silueta. ¿Podía ser una ilusión, un juego de luces?
Elizabeth susurró muy bajito la pregunta:
-¿Los gnomos pueden cambiar de forma y apariencia?-y especificó, -¿pueden parecer humanos?
Susie con los ojos muy abiertos negó lentamente con la cabeza, lo que en seguida contagió a las dos niñas, que horrorizadas corrieron hacía la habitación de sus padres como una jauría alborozada.
No las creyeron, supusieron que su desbordada imaginación les estaba jugando una mala pasada. Y las obligaron a regresar a la cama, una cama arrugada y pisoteada, una cama en la que no pudieron pegar ojo… porque, las niñas lo sabían bien, alguien mas las miraba.
Este relato salió publicado en el número 1 de la revista "El vagón de las Artes". No te pierdas el segundo número, vale la pena.
Este relato salió publicado en el número 1 de la revista "El vagón de las Artes". No te pierdas el segundo número, vale la pena.
4 comentarios:
Ana querida:
¿Tú deseas, que yo no duerma esta noche?, ja ja ...Buen relato, me acordaré de ti cuando no pegue un ojo; más bien, intentaré no recordar el final del escrito.
Besitos.
No era mi intención, jaja, eso de que no puedas dormir por la noche, creo que es un efecto secundario del relato... No te creas que hasta a mí me dio reparo pensar en ello, imaginarlo, jaja.
Gracias por tu visita.... ¡y cuidadito con las sombras danzantes!
;)
Voy a aprovechar que me encuentro fatal y que no puedo estudiar para seguir leyéndote, que no puede ser que se me acumulen tanto tus entradas.
Anda que... los niños pequeños jeje, con el ratoncito Pérez. Es muy bueno, no va a causar pesadillas ni a asustar. Y el hecho de que se le cayera el último diente hace tiempo lo dice todo.
Incluso, te atreves con una historia de miedo. Qué buena eres, Ana. Y por lo que veo salió en El vagón de las Artes. ¿Puedo preguntar si es una web que te gusta y que lees, o si además es una en la que participas? Me quedé con esa duda cuando empezaste a ponerlo en el lateral de tu blog. Un beso :)
Hola Natalia, pues el Vagón de las Artes es una revista virtual en la que colaboro con algun relato, llevan dos números, este relato de las Sombras danzarinas salió en el número 1.
Gracias por leerme, un placer que te guste.Besos
;)
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