viernes, 28 de octubre de 2011

#Atención, pregunta # 10


¿Es cierto que el alma sólo pesa 21 gramos?



Sólo temblor y palpitación fue su respuesta a la afirmación de que tal vez poseía pero no era.
Franz Kafka

La tarde había sido muy larga, muy aburrida, ¡llovía tanto, hacía tanto frío…!
Él estaba en su laboratorio-garaje, apoyado en su mesa, maquinando con pose de pensador. Parecía tan tranquilo, tan absorto que casi no lo resistí… y perturbé su paz. ¿Por qué era él inmune al aburrimiento, al hastío? Siempre ocupado aún cuando no lo estaba, su mente siempre parecía estar en funcionamiento. Así que sin ningún reparo me colé en sus dominios, un sitio en el que juré que no volvería a plantar los pies. Una vez allí me dediqué a toquetearlo todo, a hurgar en los cajones, a rebuscar en los armarios, a descolocar los objetos de las estanterías, hice ruido, estorbé un rato, pero nada lo sacó de su abstracción. ¿Qué podía ser tan importante como para que ni siquiera despegara su nariz de aquel cuaderno? Cálculos, cifras, probabilidades… Cuestiones que estaban siempre por encima de cualquier otra cosa… física. Suspiré sonoramente y me tumbé despreocupada sobre el viejo diván. A la mano había un par de revistas científicas y sólo por hacer algo las ojeé, al momento di un respingo, ¿eso era verdad?...
Formulé entonces la cuestión.
Durante un rato él me miró con dos ojos muy redondos. ¿Consideraría tal vez que la pregunta no estaba a su altura o era que no la creía científica aún cuando la había sacado de aquella revista que era de su propiedad?
Sus labios se despegaron al fin:
-La pregunta no es cuanto pesa, la pregunta es ¿tenemos alma?- estuve alerta e hice un gesto para que continuará, ¿la tenemos? Él concluyó- no puedo responder…
Le interrumpí:
-¿Cómo es eso?, ¿he dejado sin respuestas al gran Científico?
Él cerró su cuaderno, se rascó la barbilla y sonriendo, dijo:
-Que yo sepa nadie ha podido probar que el alma es algo tangible, material, así que  obviamente no puede ser algo mensurable.
No era eso lo que decía la revista. Advirtiendo mí sonrisilla cínica me obligó pacientemente a que le leyera el artículo. Y eso hice:

“El 11 de marzo de 1907, el New York Times se hizo eco de los experimentos que Duncan MacDougall realizaba con moribundos, pesándolos durante su fallecimiento. En una balanza, dispuesta bajo una plataforma con una cama, cuya probabilidad de error era de tres gramos, colocaba a sus tuberculosos, voluntarios y en fase terminal, y observaba la diferencia de peso que se producía en el momento de la muerte. Y aventuró una hipótesis: el alma podría pesar entre 18 y 21 gramos. MacDougall también midió la pérdida de peso consecutiva a la muerte de 15 perros con su balanza y no constató ninguna diferencia.
Tal vez el peso del alma sean esos 21 gramos. Tal vez esos 21 gramos simplemente sean el peso del último aliento, el aire que exhalan los pulmones en el momento de la muerte. Quién sabe. Pura gravimetría que suena a cómputo de narcotraficante. ¿Qué perdemos al morir? ¿La vida, los recuerdos, la capacidad de amar y ser amado? No: perdemos 21 gramos.“

El Científico se acercó hasta donde estaba y de un manotazo me arrebató la revista, mientras gruñía para sí algo que sonó más o menos como un “¡Déjame ver!” No objeté, tampoco cuando la arrugó y la tiró a la basura.
Boquiabierta le oí decir para justificar tal acción:
-Sensacionalismo, ¡no sé como ha llegado esta revista hasta aquí!, además nada de lo que se dice ahí es concluyente, ¡nada!
-Ya-murmuré poniéndome en pie para marcharme.
-¡Espera!, ¿de verdad quieres saber cuanto se supone que pesa el alma?
Arqueé las cejas. ¿Adonde quería ir a parar? ¿Y que podía yo perder al decir que si?
Dije que si. “De acuerdo, hoy ya es tarde y seguramente no estará, pero mañana podemos visitar a un amigo mío, es médico… bueno lo será… algún día. En fin, creo que podríamos hacer un experimento para comprobarlo, ¿te parece bien?”
¿Dije que si?, ¿Por qué dije que si?, ¿un experimento dónde, en la morgue?, ¿con muertos de verdad?
Aquella noche no pude dormir. Y a la mañana siguiente fui demasiado cobarde y demasiado orgullosa como para echarme atrás. Gentilmente me abrió la puerta de su vehículo y me olvidé de todo. Seguía lloviendo, una mañana oscura y brumosa. La autopista fue una tortura agonizante y lenta. Veinticinco minutos después aparcaba su descacharrado coche en la tercera planta del semisótano, cerca de la entrada de urgencias del hospital universitario.
-¿Vienes?
¡Claro!, ¿me perdería yo esta fiesta?
En silencio recorrimos mil pasillos laberinticos y oscuros. Nerviosa iba pensando en la conversación que habíamos mantenido en su coche… entre otras cosas:

“¡Uno se aflige tanto ante el peso de la vida, te aplasta tanto a veces, y hay conciencias que pesan tanto que no puedo creer que el alma pese tan poquito!”  Y él me había respondido: “Ya. Según la teoría de varios filósofos griegos, solo los humanos poseemos alma, por la capacidad de soñar. Muchos han tratado de encontrar una explicación para el alma, de estudiarla,  y la mayor parte de ellos han llegado a la misma conclusión que promulga la Iglesia: convivimos con ella hasta el momento de nuestra muerte en el que se supone que el alma queda liberada del cuerpo. Basándose en esta premisa, muchos, Duncan McDougall por ejemplo, trataron de averiguar físicamente si era cierto, pero ¿contempló él todas las posibilidades?, ¿variantes de peso, hora exacta de la muerte? Creo que no, por eso no es un estudio médico ni científico concluyente ya que no se pudo probar tal pérdida de peso al morir. ¿Existe realmente el alma? Nadie ha podido verla nunca, no es algo que se sienta. Así que no creo que se pueda dar una respuesta contundente al respecto. Y yo pensé que visto de esa manera se podía decir lo mismo de un átomo, ¿no?”

Con tanto pensar no me había percatado de que ya habíamos llegado. Las palabras “depósito de cadáveres” rebotaron en mi corteza cerebral cuando las leí mentalmente y sólo me atreví a pasar cuando él me rodeó los hombros con sus brazos y me animó a entrar. Me costó respirar, me sentí extraña, muy fría. Las paredes se acercaron, los techos se hundieron, me estaba sintiendo mal, me estaba mareando. Por supuesto él no lo advirtió y se limitó a darme una bata blanca para no levantar sospechas si alguien aparecía de pronto.
Allí no había nadie… vivo, quiero decir, sólo camillas con cuerpos cubiertos por frágiles sabanas blancas. Ya he visto antes esta película y no acaba bien, pensé, ¡tengo que salir de aquí!, desvarié y sentí que perdía la cabeza.
-Que extraño…
-¿Quéee?- no le deje acabar adelantándome con mi pregunta.
Al verme tan asustada el Científico respondió precipitadamente:
-Pues que debería estar aquí, le dije que vendríamos a esta hora, iré a buscarle, puede que este en la sala de al lado y no nos haya oído…
-¡Voy contigo!
-¿En serio?, ¿ahí?-y señaló a un letrero que ponía “Sala del forense”.
Forense quería decir cuerpos humanos abiertos en canal, ¿verdad? Órganos vitales expuestos sobre bateas plateadas, ¿no? Sangre desparramada sobre unos guantes de látex… Pensándolo bien, mejor le esperaba allí.
-En seguida vueeelvo- dijo para hacer la payasada y le vi desaparecer rápidamente de mi vista.
Por favor no me dejes sola, no me dejes aquí, ¡vueelve!
Y allí me quedé: sola, en silencio, en medio de una sala llena de gente muerta, con el corazón ahogado y en un puño, con la garganta cerrada por la tensión. Hipé. Al momento sentí un chirrido, primero leve, luego mas fuerte. Me mordí las uñas inquieta mirando alrededor. El chirrido siguió, un sonido agónico, como de algo metálico mal engrasado. ¿Qué demonios era eso? La respuesta se abrió camino ella solita porque una de aquellas camillas se estaba moviendo…. ¡sola! Se acercaba lentamente hacía mí. Durante un segundo me quedé catatónica, idiotizada, sin poder reaccionar.  Evidentemente eso no era normal… Alarmada traté de salir corriendo justo cuando el ocupante de aquella camilla se convulsionó poniéndose en pie como si hubiera regresado a la vida. No oí mi propio grito de terror porque me quede ciega y sorda a la vez. Huí, y en mi huía choqué con él, era el Científico, se estaba riendo como un loco y su amigo, el simpático de la camilla también.
El Científico me sujetaba por el codo para retenerme:
-¡Esto demuestra que tienes alma!- y sus carcajadas rebotaron dentro de mis oídos, - la he visto correr detrás de ti, trataba de alcanzarte, saliste tan rápido que casi la despegas de tu cuerpo…
¿Lo había preparado todo sólo para darme un susto? ¡Que idiota tan grande! Le miré tan mal que se asustó.

Aquella noche estaba en mi habitación, tumbada sobre el edredón mirando sin leer una novela de amor, cuando trató de disculparse:
-Lo siento, lo de esta mañana ha sido de mal gusto…
-¡No me puede sorprender tratándose de ti! No sé si tienes alma, pero seguro que la tienes negra…
-La lavaré, sólo hay que ponerla a remojo…
-Ni con lejía, no tienes arreglo.
Me miró de reojo y dijo:
-Entonces arréglame…
Sonreí a mí pesar, diciendo:
-¿Y cuanto me pagaras por eso?
 -Respuestas, todas las que quieras a las preguntas que se te ocurran, todas las que tengas en tu alma, esa alma bonita y poética.
-Sólo quieres aliviar tu conciencia porque casi me matas del susto, pero de acuerdo, accederé a perdonarte pero sólo si sabes decirme científicamente que es esto.
Saqué mi teléfono móvil del cajón de la mesilla y le mostré una imagen, una foto que había sacado aquella misma mañana antes de la graciosa bromita en el depósito de cadáveres.
La foto era bastante nítida, sólo había algo que rompía esa nitidez, una forma, una nebulosa que se asemejaba a una silueta humana y que aparecía suspendida a un lado del techo, sobre las hileras de camillas…
Le oí tragar nudos y me adelanté:
-¿Crees en los fantasmas, Científico?
Aunque lo pensara él jamás diría que si… no era racional, no era profesional, pero si no era un fantasma, ¿qué demonios era aquello?


Fuentes: Laverdad.es/el-mundo-es-un-exilio/duncan-macdougall-alma-pesa-entre-18-y-21-gramos. Ciudadanodelmundo.espacioblog.com/ acuanto-pesa-alma. Wikipedia. Google imágenes.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial relato.
Me ha puesto a tono. Brrrrrrrrrrrrrrrr. Ha sido un placer temerario leerlo.
Gracias, Anaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.

MEN dijo...

Muy buen relato, ha sido divertido e intrigante. Yo si creo que tenemos alma, pero nunca me había parado a pensar cuanto pesaría. Si me dan ese susto a mi muero allí mismo y dejo mi alma para que les atormente. jajaja Alma? espíritu? Fantasma? Quien sabe la verdad. Un besito cielo

Ana Bohemia dijo...

Hola Nicole, halagada de que te haya gustado, a pesar de la temeridad, jaja
;)
Gracias a ti por seguir por aquí
Un abrazo

Hola Men, estoy contigo, con cada susto recidbido un pedacito de tu alma se queda ahí, flotando, decidiendo si vengarse de los "graciosillos" Bueno, no sé si existe, pero es divertido hacer teorias e inventar hipotesis.
Me alegro de haberte divertido e intrigado
;)
Un beso

Raquel dijo...

Muy bueno el relato, Ana :)) me he reído mucho.
Sobre lo del alma ya había leído algo de esto, incluso tengo una entrada en mi blog que habla de este asunto. la verdad es que yo no sé qué pensar, no sé si el alma pesa o no, pero de lo que estoy segura es de que tenemos alma; nuestra capacidad de soñar, de inventar, de ir más allá es una buena prueba de ello.
Me ha gustado la entrada, y más con ese relato que me recuerda a tus viejos escritos.
Un beso :)

Ana Bohemia dijo...

Hola Raque, pues si, ¿de donde sacamos la capacidad de soñar, de crear, de ilusionarnos? Tiene que ser del alma, esa cosa que no sabemos si existe pero a la que atribuimos todo lo bueno que tenemos.
¿Mis viejos escritos? ¿De verdad? Entonces no he perido la capacidad de soñar...
Con toda mi alma un abrazo
;)

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