viernes, 22 de enero de 2021

Las victorianas joyas de Rosalind Mallowan

 


Cuando el sesudo inspector de policía llegó a la mansión Mallowan, el clan al completo se encontraba en una de las salas, desolados por lo ocurrido.

En medio de la habitación, sobre la mesa victoriana de madera maciza se encontraba la caja en cuestión, la misma que hacía muy poco había sido saboteada y desvalijada, la misma que había albergado las joyas más valiosas de la fallecida señora Rosalind.

Brillantes esmeraldas, rubís y gemas de las más importantes del mundo formaban parte del surtido de la venerable anciana, una increíble y deseada colección que era la envidia de media realeza europea, además de ser el objeto de codicia de muchos falsificadores y ladrones. Las joyas, de un coste exorbitado, habían desaparecido el mismo día que la familia Mallowan, herederos de la vieja solterona, tomaban posesión de las pertenencias de su amargada tía.

Heracles Lemoine, famoso detective e inspector, atravesó la puerta del salón acompañado por algunos hombres de uniforme quienes sin demora empezaron a tomar fotografías y a sacar huellas dactilares de la destrozada caja.

Una mujer enjuta lloraba afectada sobre un diván, hipando de rabia. Un hombre de apariencia ratonil trataba en vano de consolar a la despechada mujer, quien rechazaba melodramática el sugerente vaso de bourbon que este había preparado para ella. Junto al fuego un joven delgado y atlético contemplaba las llamas con cierto aire hipnótico. A su lado una muchacha alta y desgarbada ensayaba una mueca de pena, al tiempo que deslizaba una temblorosa e indecisa mano por el hombro del abstraído muchacho. Sobre uno de los brazos del sofá otro joven intentaba parecer ajeno a la situación pero enviaba miradas amenazantes a la escuálida chica, quizás molesto por la innecesaria muestra de afecto, o eso entrevió el maduro inspector, famoso por no escapársele ni el más mínimo detalle. Detrás, dos hombres de aspecto serio intercambiaban confidencias amparados en las caprichosas sombras que la luz de la chimenea proyectaba sobre la estancia. Se trataba del notario quien estaba acompañado del coronel Scott, gran amigo de la anciana y albacea de ésta.  Ambos se quedaron de piedra al ver entrar al famoso detective.

El revuelo fue mayúsculo. Todos conocían al atusado hombre de bigotes estrafalarios, así que todos sabían que de alguna manera aquel hombrecillo llegaría al final del asunto; su fama le precedía.

Como “mesié” Lemoine sólo conocía unos pocos datos de lo ocurrido, enseguida se puso manos a la obra y empezó a interrogar a todos los presentes y a examinar todas las pruebas.

En su investigación le quedó claro un punto: nadie había forzado la puerta principal, tampoco otras puertas ni ventanas, lo que significaba que el ladrón en cuestión no había necesitado forzar ningún acceso para entrar en la mansión. Además la habitación apenas había sido desordenada lo que insinuaba que el ladrón conocía el lugar en donde Rosalind Mallowan guardaba su caja fuerte.

 -¿Y eso que significa? -lanzó teatralmente el detective la pregunta a sus afligidos oyentes-. Significa -entonó con suficiencia después de un segundo de silencio-, que el ladrón tenía libre acceso a la mansión, afinamos un poco mas y digamos que la conocía bien, por lo que podía, ¿por qué no?, vivir aquí…

 -¿Acaso usted nos está acusando a todos? -reaccionó Clarissa Mallowan, la enjuta mujer, quien cambió rápidamente el llanto por aquel tono afilado.

 -Exactement querida dama, pero no tema, si no tiene nada que ocultar estará libre de sospecha.

En seguida se convocó al personal de la mansión. Y sirvientas, criados y jardineros fueron emplazados en el hall, al pie de la escalera. La sorpresa fue mayúscula cuando ni el mayordomo ni la cocinera estuvieron allí para la inspección. Las alarmas se dispararon, pues no era normal que aquellas personas tan eficientes abandonaran su puesto sin más. Los buscaron sin éxito. Y cuando los ánimos ya estaban revueltos se dio en decir que aquellos dos mantenían una relación secreta, y que iban a escaparse, y que necesitaban dinero. Así que el clan Mallowan alzó su terrible voz y acusó de robar a aquellos que se habían ido.

Heracles Lemoine sumido en sus cavilaciones sentía algunas dudas al respecto. Había observado a una de las tímidas doncellas, quien parecía estar mordiéndose la boca para no hablar. Como era natural en él, no tardó en hacerla desembuchar:

 -¿No recuerda señora Mallowan que usted encargó personalmente a Nancy que fuera a comprar la mantequilla que hacía falta para el pudding? -farfulló sin poder apenas mirarla a la cara-, ya sabe que la pobre no sabe montar en bicicleta así que el mayordomo, el señor Smith, se ofreció a llevarla en el coche, usted lo autorizó, ¿no se acuerda?

La enjuta señora Mallowan regañó con hastío la punta de su nariz, como si hubiera olvidado tal detalle. ¿De verdad lo había olvidado o había encontrado la ocasión perfecta para desviar la atención hacía aquellos que se habían marchado?

Las espabiladas células grises del inspector empezaron a burbujear. De todo el clan Mallowan la señora era la que parecía más culpable. Su fingido ataque de nervios, su actitud, esa ambigua mirada… Pero si algo le habían enseñado sus largos años de oficio era que a veces aunque parezca lo que parezca, nada es lo que parece… ¿o precisamente si era lo que parecía?

 -¿Puede decirme si la cocinera y el mayordomo se fueron antes o después de que se perpetrara el robo, señora Mallowan?

Ésta no dio una hora exacta y su testimonio fue bastante vago. El resto tampoco sabía nada; sólo que a las once, hora en la que el notario, el albacea y los señores Mallowan entraron en la habitación la caja ya estaba despedazada sobre la mesa.

Para sorpresa de todos, el detective no realizó más preguntas. Sus ojos parecían indicar, de alguna manera, que ya había obtenido lo que quería. Desconcertados, todos se retiraron a sus habitaciones a descansar. Y así, los Mallowan creyeron que por aquel día se habían deshecho del cargante “mesié” Lemoine.

CONTINUARÁ...

2 comentarios:

Maria dijo...

Hola!
No sabía dónde dejarte este mensaje, así que espero que no te importe que lo haga por aquí.
Formo parte de la iniciativa Seamos Seguidores. Te dejo los enlaces de mis dos blogs, por si te apetece darte una vuelta por ellos, seguirnos y comentarnos :
Saludos desde http://mariainwonderlandbook.blogspot.com/ y http://mariainmagazine.blogspot.com/

Montse dijo...

Ana, es impresionante este inicio de relato, que acabo de leer en sus siguientes tres entregas. El detective ne recuerda al famoso Hércules Poirot de las novelas de Agatha Christie, de hecho todo el relato se esemeja mucho al estilo de la gran dama del misterio ¡mi escritora favorita!
Estoy impresionada con tu relato, a partir de hoy eres tú mi escritora favorita!
Mil besos.

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