¿Café… y una disculpa?
Cicerón
Hay sensaciones en la vida irrepetibles… una de ellas es estar sentada en un restaurante mas de una hora, peinada, maquillada y acomodada con las mejores galas que se tenga para impresionar a alguien que ni siquiera aparece, alguien que ni siquiera tiene la decencia de llamar para disculparse.
Es genial cuando todos se han dado cuenta de que te han dado plantón… menos tú. ¡Sí!, es fantástico soportar la mirada compasiva de la camarera y los cuchicheos de los comensales de la mesa de al lado porque evidentemente estas fuera de lugar y no sabes que hacer, ¡y claro!, eso se nota, los mismos, que luego te ven en la parada de guagua aguantándote el dolor de pies y la decepción sin poder disimular el hambre y la pesadumbre.
Ya me había acostado cuando tocó a mi puerta con los nudillos. Y, al tiempo que entonaba mil y un perdones, entró a la habitación haciendo reverencias y genuflexiones. Pero… yo no le había dado permiso para que pasara, y no pude evitar mirarle muy seriamente.
-¿Estas enfadada conmigo?
-Oh sí, estoy que “me hierven los huesos de rabia en el puchero de los rencores” –me miró creyendo que así era y yo añadí-: ¿a estas alturas no sabes utilizar un teléfono? Si no podías ir, ¿por qué no me avisaste?…
Se sentó a los pies de mi cama y me contó que esa misma tarde había recibido una llamada (de esas que nunca suceden) con una oferta increíble, una colaboración con una reputada universidad privada, había urgencia en que participara en un estudio subvencionado por noséquien. Todo fue tan precipitado, le apuraron tanto para que se presentara en nosédonde de inmediato que yo…
-Volé de tu cabeza, ¿no? Te olvidaste de mí y de que habíamos quedado, ¿no es eso?
-No, no es eso… y te prometo que no volverá a pasar de nuevo, nunca, nunca más…
-¿Nunca? -chiflé- nunca es una palabra definitiva, ¿no será peligroso que hagas esa promesa?
Yo no iba a crear nuevas expectativas, de todas formas le perdoné, dejando a un lado los resentimientos.
-Te debo una comida, ¡y comeremos juntos! Yo no olvido mis promesas...
…Bien que sí, pensé pero alejé a la arpía mala que había en mí y asentí.
Después de hacer hueco y de aclarar su agenda encontró un momento en el que podríamos almorzar juntos. A mí no me venía bien pero sacrifiqué mi plan para amoldarme a su “horario”. Por suerte esa vez me avisó con tiempo; cuatro minutos antes de la hora acordada llamó para decir que se retrasaría media hora. Veinte minutos después recibí un escueto mensaje en el que se disculpaba de verdad pero la cosa se había complicado demasiado y no iba a poder escaparse.
Lo dejé pasar…
Y fue el Científico el que insistió en volver a quedar.
Desganada del todo no mostré mucho entusiasmo pero, de alguna manera, cedí. Entendía lo absorbente que podía ser su profesión, una profesión a la que estaba totalmente entregado.
Pasaron algunos días y entre medias algunas cancelaciones mas.
Hasta que se lo puse fácil: compré unos sándwiches y unas cuantas bebidas y me dirigí a su nuevo trabajo. No pude pasar de la puerta ya que, la verdad sea dicha, no me dejaron entrar. Podía comprender las rigurosas medidas de seguridad pero me sentí idiota… todavía más.
Con carita de tonta marqué un par de veces su número telefónico hasta que por fin lo cogió. Al saber que le esperaba afuera con un picnic no le quedó más remedio que salir corriendo para ir a mi encuentro… Un encuentro de… ¡seis minutos!
-¿Mañana?, ¿aquí?, ¿lo podemos dejar para mañana? -saltó sobre el césped dejando caer la servilleta, y, sin separarse su móvil, dijo-: te juro que será un verdadero plan, ¡y yo compraré la comida!
Le vi alejarse por el jardín con tanta prisa que dejó impresionada su silueta en el aire. Inspiré lentamente y me recosté sobre el mantel. El sol me dio en la frente, así que pensativa entrecerré los ojos: ya no quería seguir con aquello, estaba harta y cansada de andar siguiéndole y esperándole en todas partes… ¡si ni siquiera éramos amigos!
Oficialmente me rendía…
Pero no, no me rendí; le di una última oportunidad. Cómo una especie de prueba, a ver si era capaz de cumplir aquella promesa.
¿A las tres?, ¿habíamos quedado a las tres? A las cuatro y media aún no le había visto el pelo. Pregunté por él. Alguien me chivó que estaba en otro pabellón, en la biblioteca. Al parecer aquella elitista universidad poseía una excelente biblioteca de consulta, sobre todo para aquellos que demostraban tomarse muy en serio su profesión.
No tuve problemas en llegar allí, esa vez nadie me impidió el paso ni nada por el estilo, y pude adentrarme en la templada sala con total naturalidad.
Era un lugar precioso, muy moderno, con aberturas y claraboyas por todos lados, un espacio diáfano pero acogedor con mullidos asientos de vivos colores y lámparas con bombillas especialmente diseñadas para el descanso de los ojos. Él se encontraba de espaldas a la puerta, completamente solo, inclinado sobre varios papeles y libros.
Le espié un buen rato. Entonces se levantó un segundo, momento que aproveché para esconder una nota en el tratado de ¿eh?... bueno en el libraco que estudiaba.
Tardó exactamente diez minutos en llegar a la hoja en la que había escondido mi mensaje y poco menos que unos segundos en alcanzarme en el jardín.
-Lo siento, no tengo perdón, yo…
-Da igual –le corté- sólo quería decirte que mejor nos olvidamos de la promesa, no me debes nada y no tienes que sentirte mal, ¿vale? Me voy…
Intenté deslizarme por el camino de piedra hasta la salida, pero, no pude dar más que un par de pasos.
-¡Espera! -me sujetó por la muñeca débilmente- por favor no te marches, yo… no me parece bien lo que he hecho, por favor…
-No sé…
-Venga –gimió esperanzado- ¿café… y una disculpa?
¿Café y una disculpa? ¿Es que no podía decir que no? ¡Era una palabra como otra cualquiera y encima muy sencilla y muy sonora!: NO.
Pero no fue no, fue sí.
El lugar escogido estaba a pocos metros de la universidad. Por si surgiera alguna imperiosa urgencia y tuviera que salir por patas, pensé maliciosa pero contuve mis pensamientos, aunque no mi gesto malhumorado. Gesto que el Científico tuvo por fuerza que percibir.
La energía a nuestro alrededor era muy baja, y yo no hablaba, me dedicaba a arrancarle servilletas de papel al servilletero, o a jugar con las bolsitas de azúcar y las pajitas de plástico. Sus intentos de conversación no eran retribuidas en absoluto. Mi poca voluntad de arreglarnos le cortó un poco…
-¿Sabes que las flores blancas del tronco de cafeto desprenden un olor desagradable? Es curioso, ¿verdad?, porque el olor del café es el mas embriagador que existe, ¿no te parece?
Me hundí de hombros mientras me rascaba el cuello.
Pero él no se amilanó por mi aptitud…
-¿Sabes? El consumo de café era un privilegio de los señores orientales de los primeros siglos de nuestra era –Yo desvié la vista observando los frisos del hule. Carraspeando por mi pasotismo, añadió-: y no se extendió por Europa occidental hasta finales del siglo XVII. Fue en esa época cuando se crearon, primero en Marsella y después en París, en 1672, las “casas de café” que darían su nombre a los modernos “cafés” ¿No te encantaría ir a Paris sólo para sorber café?
Sus cejas se arrugaron ante mi indiferencia, pero, siguió con lo suyo, ¡cómo si no entendiera nada a pesar de sabérselas todas!
Repentinamente se rió para sí diciendo:
-Hay… hay una historia que… A finales del siglo XVI la iglesia italiana combatió el café presionando al Papa Clemente VIII con el fin de que vetara el “brebaje de Satanás”, así lo llamaban, jaja, pero… -en ese instante nos trajeron los balsámicos y humeantes cafés, y el Científico esperó a que el camarero se marchara para seguir- pero antes de pronunciarse, el Papa quiso probarlo y al primer sorbo exclamó: “Sería pecado dejar a los descreídos una bebida tan deliciosa; ¡venzamos a Satanás impartiéndole la bendición, para hacer ésta una bebida verdaderamente cristiana…!”
Yo estaba tan en las nubes que no supe cuando hizo aquella bolita de papel con la servilleta ni cómo utilizó una de aquellas pajitas como cerbatana, porque repentinamente aquel mísil se estampó en mi ojo.
-Ahhh, ¿pero…?
El Científico bajó el arma.
-Por fin he captado tu atención, ¿que demonios te pasa?
-Nada –gruñí.
-Sí, ¡seguro! -suspiró- ¿por qué estás tan callada?, ¡ya me he disculpado contigo! Aunque deberías entender que ahora…
-Que ahora yo no cuento nada. ¡Sí!, estaba equivocada en una cosa, ¡nada más!
Él me miraba como si no me entendiera. Pero… ¡claro que no! Hablábamos dos idiomas diferentes. Le vi beber de su taza. Aproveché que tragaba y que no podía replicarme enseguida para decir:
-No te voy a negar que últimamente me he sentido un cero a la izquierda, un cero abandonado. Sólo soy tu “casera” pero creía que éramos algo más, que por lo menos éramos… amigos. Y los amigos se tienen en cuenta siempre, no se abandonan de primeras por un trabajo o… por otras cosas.
El café siempre tenía la capacidad de enredar mi lengua así que me sorprendí de que en aquel instante pudiera soltar todo aquello de carrerilla y sin tartamudear. Aún así si que noté que me avivaba, que estimulaba mi garganta, que me hacía cosquillas en el paladar y me incitaba a ser apasionada y sincera. Tanto que me contuve antes de decir nada más, antes de meter la pata.
-¿Estas estresada? -masculló-, no tendría que haberte invitado a tomar café, te ha puesto… nerviosa.
Ojala yo pudiera ponerte nervioso a ti alguna vez, pensé al abandonarle allí. Pero eso… eso sólo sería una ingenuidad.
Y sin más salí a la estampida de la cafetería.
Música: Cee Lo Green- Fuck you.
Fuentes: Larousse juvenil
8 comentarios:
Santa paciencia!!! El muchacho le gustaba eeeeh!?
Me has enganchado de tirón hasta el final :D
Besote
Hola Lopillas, la paciencia esta bien cuando la practican contigo... pero para que nos vamos a engañar eso no se da muy a menudo.
Muchas gracias por engancharte al relato y leerlo del tirón a pesar de su extensión.
Un besote grande
:D
La vida misma, ANa. paciencia? La justa.
Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
Hola Mos, bueno por otro lado dicen que la paciencia es una virtud, ¿no?, pero todo se agota, a unos les dura mas y a otros menos.
Un abrazo y gracias por tu visita.
:)
Se pone emocionante.
Me ha encantado saber los orígenes del café.
Besitos.
Besos Carol, gracias por leerme, todo un placer.
;)
En realidad hay veces que los chicos no merecen más que una mirada rápida, pero si sabes que no es de esos, el punto es saber hasta donde estas dispuesta a llegar. A mi me pasa la revés, ojalá supiera decir un poco más que si a las cosas.
Saludos Agar Mitzi, gracias por acercarte a este blog.
Decir si es tan importante como decir no y también hay que aprender a dar oportunidades a las cosas, ¿verdad?
;)
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