El cielo era un espejo brillante, suave, placenteramente fresco y claro en donde el aire helado era un soplo que acariciaba mi nuca, que me cosquilleaba. El cielo era un verso, una estrofa plateada que sabía a corazón de almendra, que poseía la textura del melocotón y el color de la ciruela… Atardecía. Sus nubes eran doradas, blancas, finas y desgastadas, eran estelas donde se escondían estrellas. Anochecía y la luna se colaba en aquel cielo, tan esbelta y altiva como una reina, la reina de la noche oscura.
Aquella perfecta luna causaba un sorprendente efecto en todo, en las mareas, en los días, en los cielos, en mi sangre… en mí. Y todo daba vueltas, y me ardían las venas y la humanidad que conservaba salía volando, escapándose, esfumándose.
La luna no me traicionaba, pero me quemaba, me quemaba y tenía que gritar. Y huía, debía hacerlo.
Sentía por momentos que mi alma se condenaba. Así que algo muy dentro de mí protestaba, como si renunciara a sentirse así de despreciable, como si ya no soportara a mi otra mitad, esa que me resultaba tan abominable. Y yo me dividía, y ya no podía soportarlo. Si tenía que aceptar esa existencia entonces sería como él, como mi padre. Pero no quería ser como él, no quería ser como el conde…
¿Renunciar? ¿Acaso se puede renunciar a algo así, algo que esta tan dentro de ti, tan profundo, tan arraigado?
¿Y que diría él sentado en su trono de noche y sangre?
Seguramente optaría por alguna célebre frase que simplificase lo que su cabecita vacilante no pudiera extraer de su conciencia.
Aquella perfecta luna causaba un sorprendente efecto en todo, en las mareas, en los días, en los cielos, en mi sangre… en mí. Y todo daba vueltas, y me ardían las venas y la humanidad que conservaba salía volando, escapándose, esfumándose.
La luna no me traicionaba, pero me quemaba, me quemaba y tenía que gritar. Y huía, debía hacerlo.
Sentía por momentos que mi alma se condenaba. Así que algo muy dentro de mí protestaba, como si renunciara a sentirse así de despreciable, como si ya no soportara a mi otra mitad, esa que me resultaba tan abominable. Y yo me dividía, y ya no podía soportarlo. Si tenía que aceptar esa existencia entonces sería como él, como mi padre. Pero no quería ser como él, no quería ser como el conde…
¿Renunciar? ¿Acaso se puede renunciar a algo así, algo que esta tan dentro de ti, tan profundo, tan arraigado?
¿Y que diría él sentado en su trono de noche y sangre?
Seguramente optaría por alguna célebre frase que simplificase lo que su cabecita vacilante no pudiera extraer de su conciencia.
-¡¿Que, qué?! ¡Que mi único hijo, mi heredero, el único vampiro de nuestra estirpe tiene la estúpida idea de dimitir y retirarse cuando ni siquiera ha llevado a cabo su investidura de sangre?
Y se levantaría de su trono con la frente perlada por el sudor, y sin perder su compostura me miraría desde lo alto con esa cargada mirada de decepción que tanto me dolería. Entonces yo asentiría y mi padre cerraría los ojos abatido por el dolor y la sorpresa.
Tras reponerse apretaría los puños al tiempo que diría con afectada voz:
-¿No te has parado a pensar que el procedimiento más eficaz para poder renunciar a una cosa, es poseerla?
¿Cómo renunciarás a tu don, a tu poder si no ha sido aún tuyo, si siempre lo has combatido y anulado?
-No necesito poseerlo, me basta con sentir que no lo quiero.
Y al oír mi propia voz si que pensaría que parecía valiente, tal vez porque nunca había estado mas seguro de lo que quería, aunque en el fondo nunca me había sentido mas asustado que aquella vez.
-¡Sólo haces esto porque eres un rebelde!, un rebelde que quiere ponerme a prueba, sublevado e insurgente como ahora eres mas vampiro que nunca… y eso te duele.
Su voz me lastimó en los oídos, y tuve que gritar para defenderme, defenderme de esa cruel verdad.
-¿Rebelde, padre? El rebelde no puede ser un héroe más que cuando su rebelión es pura. Por lo tanto no soy rebelde, soy un héroe.
-¡¿Pura dices?!-gimió y sibilinamente añadió, -tan pura como la sangre en las fauces…
-No hay pureza en la violencia.
Al provocarle de aquel modo él dejaría su trono y bajaría los peldaños que nos separaban, uno a uno hasta quedar ante mí, frente a frente.
Recuerdo como sus ojos analizaron los míos. Fue allí, acongojado como un niño, cuando sentí la desidia que empezaba a corroerle por haber engendrado un heredero tan distinto a él.
Mi padre se quedó así unos segundos, pero yo no me moví, aguantaría estoicamente su respiración entrecortada, su furia, sus deseos de golpearme.
Su mano se acercó a mi rostro y yo imaginando que me abofetearía esperaría el golpe con fingida resignación… entonces desviando su mano a mí hombro me diría:
-¿Por qué me cierras tu corazón? Ama lo que eres o nunca serás feliz…
-¿Y que soy?
-Eres mi hijo y eres vampiro.
-No quiero vivir en la noche.
-¿Por qué la temes?
-Porque me gusta el día…
-El día es nuestra noche, la luna es nuestro sol, la sangre nuestra vida.
-¿Y mi alma?
Valoraba demasiado esa parte de mi ser como para renunciar por completo a ella.
-Se debe convertir el alma en una fortaleza inexpugnable.
Alcé la vista hacía mi padre y dije:
-¿Por qué?
-No importa porque, importa que esa es la manera, así se ha hecho siempre, así se hará.
Y entonces él daría por hecho que yo lo había entendido, así sin más, como si de repente hubiera borrado esa idea loca de mi cabeza, pero por supuesto no la había borrado… no podía.
-Oí una vez que el alma es un estanque lleno de agua y que sus voces son la luz que ilumina ese estanque. Si esto es cierto no habrá estanque sólo silencio…
Sólo en el silencio hay un vacío y yo necesitaba sentirme lleno, sentirme pleno y entero.
-Te equivocas hijo, no hay fuerza en el alma, la fuerza está en el cuerpo.
Yo tenía que refutar sus palabras rápidamente y él me escucharía.
-¿Y si la realidad es el alma?, el alma contiene la esencia del hombre, el cuerpo no es más que instrumento del alma, morada o prisión de la que ha de salir para gozar de la felicidad eterna, lo dijo Sócrates y yo lo creo, y no deseo perder mi esencia, mi identidad.
Mi padre sacudiría la cabeza y resoplaría alejándose hacía la jarra de vino, y luego de servirse un trago, brindar a mi salud y empinar del vaso me señalaría con jactancia y diría:
-Crees porque no has visto, sólo nosotros vemos, ya que somos eternos, no pienses erróneamente, no creas que es un don, es un lastre. Un lastre que te ata a los sentimientos, al sentido, te encarece y te ahoga, sin esa atadura serás mas libre…
Volvería luego a atacar la jarra, esta vez para servirme un buen vaso, que yo rechazaría para darme importancia. Y todo aquello me daría que pensar.
En su bien defendida y representada postura yo no significaba más que un reto, el reto de devolverme al buen camino. Bajo esa agobiante presión soportaba un peso aún mayor, el de revelarle la verdad de todo, el porque de todo.
No quería ser distinto, y no quería porque amaba…
La amaba a ella, aventurándome a perder mi humanidad, me exponía a perder mis sentimientos, al amor que crecía en mí.
-¿Sabes hijo?, poseemos para perder, es ley. Yo una vez tuve una esposa y murió, tuve un hijo… ¡tengo un hijo!, y está ante mí, no desearía perderle por nada del mundo, pero si se atreve a retarme, a contrariarme, a humillarme entonces le echaré de mi casa, le perderé, y me dolerá porque estoy seguro que volverá a mi en cuanto comprenda que hay cosas de las que no se puede huir.
-De ti, por ejemplo.
-Por ejemplo.
-¿No crees que sea fuerte para soportarlo, verdad?
-La fuerza es el derecho de las bestias, así que estoy seguro que lo soportarás.
-¡Porque soy una bestia!
-Las bestias no piensan, atacan por instinto, incluso a veces a la mano que las da de comer.
-Yo no soy una bestia padre, las bestias no aman.
Y a él se le inflamarían los ojos de ira gritando que el amor es la principal trampa del alma, porque complica la existencia del hombre más cuerdo, y ya no es sensato, ya que elimina todo sentido del tiempo, destruye todo recuerdo del principio, y anula todo temor de un final.
-El amor es un arma pendenciera, un sentimiento cruel que te vuelve loco, te atrapa, te enreda y eres suyo. Un hijo mío no se embaucaría por dicho sentimiento…
Mi padre me lanzaría todo tipo de calificativos por mi mala cabeza. Y yo tendría que convencerle, decirle que el amor es fuerte, que mi amor era grande, tan grande como para enfrentarme a mi propia naturaleza.
Supongo que a mi padre le entraron unas terribles ganas de partirme la cabeza por las cursilerías, porque dijo con tronada voz:
-Tú mismo lo has dicho: ¡tú propia naturaleza! Me temo hijo que no puedes elegir. Dentro de un día, cuando cumplas la edad adecuada tu instinto se desatará. Así que tomarás tu camino y yo no te arrancaré la piel.
Oírle me inquietó enormemente.
-¿Haga lo que haga perderé mi alma?-proferí asustado.
-Siempre ha sido un préstamo- anunció, y sus labios se curvaron violentamente hacía arriba, -lo que eres no se puede esconder, no hay ceremonias, no hay entregas ni renuncias, simplemente sucede. Un día, sin más, tu alma desaparece.
Me tambaleé. El corazón me dolió y corrí, desaparecí de su vista. No podía perderla, la quería, no podía dejarla…Alguna forma habría de conservar mi humanidad, alguna manera habría, me emperré. Pero me dio miedo pensar que aquel que veía sería mi último atardecer. Mi alma es mía, mi alma es mía, repetí, pero vi la verdad en aquel azul herido del atardecer, no era mía… nunca lo fue.
4 comentarios:
De nuevo, felicidades, la canción le viene al texto como anillo al dedo. Prepara el contexto y tus palabras quedan muy bien.
No soy mucho de historias de vampiros...pero he querido leer tu entrada. Te quedas un poco triste...por lo de perder su alma, o que más bien nunca ha sido suya. Creo que lo importante es nunca perder la esencia de uno mismo, aunque en este caso, parece inevitable.
Besos!! :)
Me he metido completamente en esta escena como si estuviera allí, con ellos, presenciando el terrible descubrimiento del chico; perder un alma quesiempre fue un préstamo; descubrir lo inevitabe de su condición y aceptarla.
Me ha gustado porque es muy tu, muy Ana.
Un beso.
Uf! Tremendo relato, excelentemente escrito y desarrollado. Los diálogos perfectos, marcando el caracter de cada personaje y dejando reflexiones de una forma natural y expontánea.
Tengo una duda sobre los tiempos de los verbos pues en los diálogos mezclas presentes con potenciales...
La historia me ha enganchado desde el principio y esa lucha interna del protagonista conmueve y te pone enseguida de su parte. El final es esperanzador y triste al acabar. Pero ¿no hay como un resquicio abierto para que el lector pueda seguir imaginando un después?
Escribes muy bien Ana ¿porqué no te decides a llevar tus relatos al Tintero? Tal vez ya lo has hecho con un nick que yo no sé... Bueno si no es así, yo te animo a que lo hagas. El tema de esta semana es 'Un día de lluvia'. Y enhorabuena por tu relato.
Besos.
Gracias Virginia viniendo de alguien que escribe tan bien tu valoración es un honor. Sí, el final queda triste, pero puede ser porque ese no es el final, la historia continua pero no quería alargarme mucho.La música me encanta y la verdad es que le iba al pelo a este fragmento.
Besos:)
Gracias Raque, la historia continua a lo mejor un día la pongo, pero necesitaría dos blog mas. Un besote. ;)
Gracias Durrel, me siento halagada de tu valoración. Decidí publicar este relatillo precisamente por la fuerza de sus dialogos. En cuanto a los tiempos verbales tienes razón, supongo que es una mezcla entre lo que él creía que pasaría y lo que pasó, pero quedó raro, no muy bien explicado, pero gracias por la corrección. En cuanto al final, sí, había un resquicio para un después, pero no quería eternizarme, jaja. Gracias por tu ofrecimiento de llevar mis relatos al Tintero, lo tendré en cuenta. No tengo nick, pero alguna vez publiqué algo a nombre de mi hermana y me gusta mucho el tema de esta semana, los días de lluvia me inspiran mucho.
Ah, bienvenida al bohemiomundi, ya sabes que puedes pasar por aquí cuando quieras, siempre serás bienvenida.
Un beso
:D
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