Tommy sabía sobre mareas que brillan, sobre fosos marinos
que albergan secretos como restos de otras civilizaciones o centros
gubernamentales de cooperación extraterrestre, bien puede que eso no fuese real
más bien una conjetura, pero conocía lo suficiente sobre fondos abisales donde
no ha penetrado la luz y triángulos misteriosos como para hacerse una idea de
que, lo que había allá abajo, en el fondo, fondo, fondo del mar, era
poderosamente desconocido y considerablemente fascinante.
Su fascinación por el mar era tan inmensa como el propio
mar, le venía de siempre, corría por sus venas como el agua salada lo hacía por
la quilla de un barco. Y por eso mismo conocía las historias que había que
conocer. Pertenecía a una estirpe de marineros y hombres de mar ¡todo un estilo
de vida! Además su madre era una de las pocas mujeres fareras que seguían en
activo.
Tommy vivía en un litoral famoso por sus hundimientos,
donde las conversaciones normales giraban en torno a barcos partidos por la mitad como astillas, olas
cual paredes de más de 40 metros de alto obviamente creadas de la fantasía, y
leyendas de fantasmas de ahogados, que se sumaban a las otras historias que
contaban los más ancianos para enfrentarse al mar, leyendas de los
supersticiosos, agüeros que a él no le provocaban ningún temor ya que su
barquita no estaba hecha para manejarla con miedo. Y a eso se dedicaba Tommy
casi todo el tiempo: a bogar al amor de las mareas bajo la sombra del faro.
Los días de tormenta su madre le prohibía navegar y lo
varaba en tierra. Lo malo del caso era que ella consideraba tormenta a
cualquier lluvia que cayera hasta la más insignificante. ¡Qué sentimiento tan cruel era para Tommy no
sentir el viento lleno de sal en la cara! Era tal la nostalgia que a Tommy no
le bastaba con corretear por los astilleros ni jugar entre los esqueletos y
estructuras de los barcos viejos para aliviar su necesidad, el arrullo de las
olas le llamaba como el canto de una sirena.
Aquella noche de tormenta cayeron más de 300 relámpagos en
la costa. Unos buscaban al faro igual que polillas atraídas por la luz, otros
perforaban la rizada superficie marina que por unos instantes se quedaba blanca
y lívida por el sobresalto. Los brillos nocturnos del mar habían sido algo que
Tommy había estudiado mucho, con bastante contemplación y detenimiento. Desde
su ventana, redonda igual que la estructura del faro, descubrió
como unas persistentes luces azuladas parpadeaban a la deriva. No eran luces mecánicas,
no procedían de ningún dispositivo, lo que brillaba ─determinó prismáticos en
mano─ era algo vivo que emitía su propia luz. Estudió el destello durante
horas, esperando. Quedaban apenas un par de horas para el amanecer cuando se
decidió. La tormenta había cesado pero aún se percibía cierta nota eléctrica en
el aire, especialmente por el olor que éste desprendía, tan característico como
el del ozono. Muy de vez en cuando los silenciosos relámpagos coloreaban de
malva la oscuridad, luz que por un momento complementaba a la de su linterna.
Con el chubasquero cerrado hasta las orejas Tommy sostuvo sus utensilios de
pesca, especialmente comprobó el estado de su red, y de un salto se sentó en la
bancada del bote, aferrándose a los remos, ¡no había tiempo que perder! Avanzó
con determinación hacía la luz. Algunos minutos después, cuando le parecía que
estaba a punto de alcanzarla, ésta se
apagó. Tommy la buscó a la desesperada hasta que descubrió que algo iluminaba
el bote desde abajo. Alongado sobre el costado de popa se percató de que se trataba
de su luz, luz que cambió del azul al rojo y otra vez al azul, luz que no pertenecía
ni a un calamar ni a una medusa ni a un alga, era algo que nunca había visto,
sin duda una especie nueva, o una especie vieja, pero algo completamente
extraño y fascinante. Dudó unos instantes pero terminó lanzando la red. Lo que
subió a bordo le maravilló. ¿Qué podía ser eso? ¿Una cría de kraken, tal vez? ¿Algún
ser mitológico perdido en medio de la evolución? ¿O se trataba de otra cosa, algo
que no era de ese mundo, algo que venía de más lejos, de más hondo? Tommy lo
introdujo con cuidado en el agua de su cubo, tenía que llevárselo a su casa
para estudiarlo mejor.
El sol clareaba la madrugada cuando amarró la barca y
corrió con torpeza por el pantalán con el cubo en ristre. No hizo ruido al deslizarse
escaleras arriba hacía su habitación. Se sentía realmente excitado. Temblaba cuando
decidió cambiar de recipiente al espécimen, metido en ese cubo de goma no
podría estudiar con fundamento aquella fisionomía, y era vital que lo hiciera. Lo
apropiado sería buscar una pecera pero él no tenía ninguna. Pensó en algo que
pudiera servirle para tal fin, algo que fuera ancho, no muy grande, y por
supuesto de cristal. Clavando los ojos en la estantería encontró la solución, y
no pudo esperar. Al introducirlo en el antiguo jarrón de cristal de su madre
aquella cosa de un solo ojo cambió de color, esta vez su luz era amarilla,
amarilla y perturbadora, tanto que Tommy se sintió algo cegado y mareado.
Sentado en la cama, incapaz de moverse, descubrió aterrado que lo que él había
metido dentro del jarrón empezaba a cambiar de tamaño... y que obviamente no
era sólo un pez, un pez no caminaba sobre sus aletas.
“Mamá vendrá a ayudarme”, imaginó, “en cuanto oiga el ruido
de los cristales aparecerá”, se dijo a sí mismo para calmar la angustia de presentir
que lo que él había robado al mar era menos insignificante y más peligroso de
lo que se figuraba.
6 comentarios:
Muy bueno, Ana:
¡Cuánta acción para llegar al terror!
Magnífico leerte, como siempre.
Abrazo.
Un placer ha sido encontrarte
Fascinante te relato, lleno de aventuras y misterio ¡miedo da imaginar a ese extraño animal de un solo ojo luminoso!
Me encanta como lo has escrito.
Un besito :)
Enjaulamos pájaros, metemos peces en peceras, ponemos grilletes a los perros y metemos bichos luminiscentes en botes de cristal. No tenemos remedio.
Olí el ozono! :)
Besitos bohemia
Un eléctrico y tormentoso relato. Me ha parecido percibir el aroma del salitre y un mundo lleno de criaturas abisales acechando entre miríadas de peces y algas.
Besos!
Borgo.
Un abrazo enorme Carol, gracias por leerme y por estar.
;)
Un placer leerte Recomenzar, gracias.
:)
Besotes Montse, me encanta que te encante, gracias por todo, y sí que da miedo imaginar que cosa es esa que brilla, tiene un solo ojo y puede cambiar de forma... ¿algo de otro mundo?
:D
Besitos Lopillas, el instinto del hombre es siempre, enjaular, cazar, apresar y retener... no, no hay remedio ni cura. Gracias por leerme.
:D
Besos Borgo, me da miedo pensar lo que puede existir allá abajo, en lo mas profundo del océano, donde el hombre no puede llegar ni ver, donde cualquier cosa puede ser. Gracias por leerme.
:)
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