La
vista era siniestra. Aquel silencio, roto sólo por el gemido del viento
doblando en las esquinas de los solitarios panteones, le ponía los pelos de
punta. De noche el cementerio adquiría unas dimensiones irreales, como nunca habría
imaginado, cada árbol se alzaba de manera extraña, picuda, esforzada,
proyectando sombras retorcidas que se balanceaban sobre las losas de las tumbas
jugando en una carrera loca contra el viento y las hojas sueltas. Las pétreas
estatuas aparecían imponentes, extrañas, sus muecas forzadas parecían
endurecerse, sus medias sonrisas parecían curvarse, sus miradas frías parecían
adquirir vida pues la seguían con la vista. Pronto se sintió aterrorizada. ¿Que
hacía allí?
Pasar
la noche en el cementerio sólo por una apuesta demostraba una inmadurez
bastante grande, casi tanto como el haberle mentido a su madre al respecto e
igual que quedarse ahí, sobre el duro suelo, abrigada con esa manta de viaje
que había doblado cuidadosamente para que cupiese en su bolso. ¿Por qué había
entrado en aquel juego? ¿Por Sergio? No, no por él… por sus ojos, unos ojos
profundos, preciosos, a los que no podía resistirse.
Creía
que era una chica con agallas, creía que él la admiraría por aquello. Sabía que
era una atrevida aventurera, una osada, pero… pero aquello había empezado a
superarla. ¿Y quien iba a pegar ojo en un lugar así? Lo intentó, se acurrucó
sobre una tumba pequeña, muy lisa, casi tanto como una mesa de billar y
encogida se envolvió con la manta. Casi estuvo a punto de cruzar al mundo de
los sueños cuando aquel ruido la despertó…
¿Un
tintineo? ¿Qué era lo que oía?
Con
rapidez se deshizo de la manta y de manera nerviosa examinó las negras sombras.
¿Qué esperaba encontrar? No lo sabía… Quizás…
Volvió
a cerrar los ojos pero algo pasó zumbando muy cerca de su oído, incomodándola,
rozándola. Nerviosa trató de pensar en otra cosa, en las avispas y en el
delicioso néctar que tenían que extraer cada día con tanta flor como había
alrededor, pero ciertamente no olía a flores…
Repentinamente
algo se movió a sus espaldas. Percibió el rápido movimiento, la brisa veloz de
una huída. Un sentimiento de horror le atenazó de la garganta, no podía
moverse, paralizada por el pánico. De pronto oyó el gorjeo de algún pájaro y no
pudo sino sentirse avergonzada… puede que aquel escenario macabro la tuviese
algo sugestionada. “¡Sólo era un pájaro!”, se dijo intentando calmar su
respiración, sólo un maldito pájaro de esos que hacen sus nidos en los bosques
oscuros y silenciosos de los camposantos.
Carraspeó,
trató de relajarse pero volvió a sentir que algo se movía, una sombra. Imaginó
que eran los chicos de la pandilla que sólo pretendían darle un susto y
haciéndose la valiente se encaró a aquella silueta. Le pareció que la sombra
respondía con una risa ahogada y aquello le dio el empuje que necesitaba para
ir detrás, en una imprudente persecución.
Mas
adelante una débil luz ocre, como la vacilante luz de las velas, se abría paso
en lo que parecía un antiguo mausoleo cuya puerta estaba abierta. La sombra
penetró en el interior del panteón como si su intención fuese dirigirla a aquel
lugar, y así lo hizo ella, consciente de su necedad.
Un
frío extraño la embargó cuando avanzó un par de pasos y comprendió que estaba
sola, que allí no había nadie. Pero… ¿y esa música? Sostuvo una vela entre sus
manos temblorosas y descubriendo unas escaleras que bajaban se atrevió a
enfilarlas. Allá abajo el perfume añejo del musgo embalsamaba el aire, las
poderosas arañas habían tejido metros de hilos de niebla, la vetusta pared
estaba hecha de piedra, una piedra de la que sobresalían pequeñas raíces y
ramas. Su cabello se llenó con la pegajosa sustancia de las telarañas y el
polvo que pronto quedó suspendido en el aire, arrastrado por sus pasos a medida
que ella descendía la extraña escalera. Pronto la llama parpadeó y el fuego se
volvió azul.
Agudizó
la vista porque lo que allí descubrió no podía ser… y chilló. Chilló desandando
a la carrera el camino que solo la condujo hasta una pesada puerta cerrada. La
arañó mientras suplicaba que alguien la ayudara, la pateó, la golpeó… Alguien
subía por la escalera. Alguien que sólo buscaba una pareja de baile. Apremiada
intentó buscar otra salida, algún ventanuco, alguna grieta. Lo único que halló
fue aquel sarcófago de piedra. Rodó con esfuerzo la losa y salvando el asco se
metió allí, a la espera de que amaneciera y aquello desapareciera…. Pero a los
muertos no se les engaña, ni se les desprecia, sobre todo en la única noche en
la que se les permite danzar.
Este
relato apareció en número 3 “Especial Samhain” de la revista digital “El vagón de las artes”. ¡No dejes de echarle un vistazo!
4 comentarios:
En lo más intrincado del relato ha sonado el timbre de mi puerta y deberías haber visto el salto que he dado en la silla...
Está espléndidamente narrado y con un muy buen final. Enhorabuena.
Voy a ver la revista :)
Montones de besos
Montones de besos a ti Durrel, por leerme, sumergirte en el relato de esa forma e incluso sobresaltarte. Gracias. La revista está muy bien, te recomiendo que le eches un vistazo.
Un abrazo cariñoso
;)
Hola Ana. La verdad es que desde la primera frase ya no puedes dejar de leer. Claro que eso me pasa con cada post de tu blog, pero es que estos relatos son geniales. Los que publicas.
Yo también voy a visitar la revista.
¡Ay! Tu blog es es esssssssssss
el mejóoooo. XD
Muchas gracias Nicole por tu comentario, eres la mejooorr, jaja. Me alegro de que te haya gustado el relato, la revista es interesante.
Un abrazo cariñoso
:D
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