Las
primeras luces clarean la ciudad, se arrastran por debajo de la persiana, acaban
filtrándose en su dormitorio, el amanecer siempre llega, no es un eslogan del
señor fantástico, es que así funciona el mundo. Que siga habiendo cierto orden
natural, aunque sea en la hora en que amanece, le proporciona tranquilidad.
Malena
ha aprendido a moverse por la casa compartida como un gato, sin hacer ruido,
sigilosa. También ha aprendido a dejar su desgana y su miedo debajo de la
almohada, a que no se le note que está agotada y asustada. Como cajera de
supermercado está en primera línea del coronavirus, sus guantes, sus mamparas, sus
medidas profilácticas se quedan en pañales para toda la carga vírica a la que
puede estar expuesta, ni ella misma lo sabe. Han reducido el horario de
apertura pero está trabajando más que nunca, sin embargo nadie premia su
esfuerzo, su sueldo siempre ha sido bajísimo, pero la precariedad va mucho más
allá de lo monetario. Está en los turnos extenuantes, en la demanda de
proactividad de sus pagadores para enmascarar las multitareas de sus
trabajadores, “repón mercancía, limpia, despacha fruta, no respires un segundo,
que pueden pensar que te están regalando el sueldo”.
Malena
se mueve a pie por la ciudad, su uniforme es como un salvoconducto, poco menos
que la capa de Superman. A ella nunca le ha gustado; el polo lleno de bolitas
por los lavados, los pantalones cargo con mil bolsillos donde aparecen chicles,
notas, gomas de pelo, bolígrafos sin tinta, las botas reforzadas que tanto le
aprietan… Es una chica presumida, pinta su boca de rojo aunque nadie repare en
ello, las mascarillas ha enmascarado su sonrisa. Arregla sus uñas aunque se
acaben rompiendo. Sus vaqueros viejos le quedan grandes, ella que tanto
presumía de sus curvas no tiene tiempo de comer, quince minutos de descanso que
se quedan en diez, en cinco, y que nunca le dan a tiempo, no hay nadie para
sustituirla, ni siquiera para ir al baño.
Malena
suele doblar turno, ella nunca dice que no, tiene que mandarle dinero a su
madre, tiene que ahorrar. Le gustaría dedicarse a otra cosa, aunque tampoco lo
tiene claro. Mientras tanto trabaja en la caja. En su tiempo libre se evade
haciendo tiradas de tarot, las cartas son como ancestros con mucho que decir, y
a ella le gusta escuchar. Otra cosa que le gusta son las baladas, se emociona
cantando, aunque le da una vergüenza horrible que la oigan.
A
Malena no le desagrada el trabajo, aunque últimamente eso ha cambiado, no
soporta a la gente que rompe la barrera, ni a esos que lanzan las monedas con
asco, ni entrar en un debate inútil con los ancianos que vienen todos los días
a comprar dos cosas cuando están dentro de la población de riesgo, no le hace
ninguna gracia esa gente de humor dudoso que le tose o estornuda encima sólo
para hacer el chiste, ni puede con los comentarios malintencionados de las
marujas que le dicen con tonillo eso de que por lo menos tiene trabajo.
A
veces disimula la humedad de sus ojos, y la frustración, porque con los guantes
puestos tampoco puede enjugarse los ojos. Semanas atrás le hacía gracia atender
las llamadas alarmadas de los que creían que el desabastecimiento había llegado
al papel higiénico, ahora a los que llaman con el mismo cuento tiene ganas de
chillarles que sí: “Sí, claro que queda papel higiénico y cuando no llegue nada
mas os lo podéis comer con un poquito de sal, al gusto eso sí, que si no se sube
la tensión”. Aunque aún más estresante
es estar todo el día respondiendo a la razón de que no quede tal o cual cosa.
“¿No vas a reponer?”, preguntan como si dieran por hecho que ella tiene que
estar a mil cosas. “No, las estanterías están así para que les dé el aire”. Lo
peor es que algunos se lo creen, cómo si la gente se estuviera acostumbrando al
cinismo.
A
pesar del aforo limitado se agolpan en su mostrador, Malena está cansada, y le
pide a la mujer que se ha acercado más de la cuenta si se puede poner detrás de
la línea. Ha sido educada, sin embargo el rostro de la desconocida se desfigura
hasta tal punto que pronto empieza a proferir insultos y humillaciones contra
ella. “Hedionda y apestada serás tú, si esto te jode haber estudiado, gilipollas
de mierda”. Por un segundo Malena cree perder la entereza, ya ha tragado
demasiada mierda, lo ha oído pero siente la mirada de su supervisor clavada en
ella, y haciendo de tripas corazón hace cómo si no pasara nada y dirigiéndose a
la cliente le pregunta si necesita una bolsa.
Música: Rozalén-Aves
enjauladas
3 comentarios:
Ana Bohem, que sabía que este post de "Esenciales" a iba a ser de una chica que trabajase en un supermercado. ¡Qué fuerte! ¡Estoy dentro de tu mente escritora! A ver si se me pega algo, que por cierto...
Por supuesto me ha encantado. Magnífico, y como siempre, te quiero Bohemia.
Me gusta que escribas literatura comprometida.
Eres un crack.
Te admiro.
Un fuerte abrazo y muchos besos.
La verdad que la atención al público es extenuante, hay de todo por estos mundos. Imagina en estas condiciones.
Chapeau tu serie esenciales
Besitosss
Hola Carol, pues muchísimas gracias por tu valoración, siempre tan amable, tenía que ser una empleada de supermercado, pensaste bien. Un besote inmenso y gracias por todo.
:)
Hola Lopillas, desgasta mucho estar delante del público, los clientes, hay de todo, pero muchas pasan muchas líneas y se toman muchas confianzas. Un besote y gracias por comentar.
:)
Publicar un comentario