La lectura es el
mejor ejercicio para el cerebro, le da agilidad, lo hace preciso, agudo y
despierto, la lectura hace a la persona completa, la eleva, la llena, le hace
recrearse, vivir, soñar, creer. La lectura siempre ha sido una parte importante
en Bohemio Mundi. Hace siglos que no comparto reseñas o impresiones sobre
libros, y hoy quiero remediar eso, no con muchas palabras, sólo con una, una
sola.
Aquí van algunas
palabras, algunos libros y mis impresiones personales, puedes estar de acuerdo
o no. Una bohemia espera tus comentarios. ¿Has leído alguno de estos libros?
¿Opinas como yo? ¿Tendrías alguna recomendación que hacerme?
Como siempre,
¡feliz lectura!
“Confesiones
de una heredera con demasiado tiempo libre” de Belén Barroso. “Tres abuelas y
un cocinero muerto” de Minna Lindgren. “Yo antes de ti” de Jojo Moyes. “De
hombres y langostas” de Elizabeth Gilbert.“El exorcista” de William Peter
Blatty. “Alas de fuego” de Laura Gallego.“Ready Player One” de Ernest Cline.
“Una vacante imprevista” de J.K.Rowling.“El corredor del laberinto” de James
Dashner. “Cada siete olas” de Daniel Glattauer. “Ciudades de papel” de John
Green. “La isla de Alice” de Daniel Sánchez Arevalo.“El hogar de miss
Peregrine para niños peculiares” de Ramson Riggs.“Alguien como tú” de Xavier
Bosch. “El noviembre de Kate” de Mónica Gutiérrez. “Martina con vistas al mar”
de Elisabet Benavent.
Me encanta su
trabajo, es precioso, colorido, su estilo es fresco, nada sobra, los colores
fluyen con armonía, sus imágenes tienen chispa y carisma. Hoy te presento a
esta genial ilustradora de nombre Esther Gili.
Esther
Gili (Madrid, 1981 estudió Ilustración en la Escuela de Arte n.10 de Madrid.
Desde entonces trabaja como ilustradora para varias editoriales y colabora
regularmente con el estudio USER T38 realizando ilustraciones y storyboards
para cine y publicidad. Ha recibido varios premios de cómic e ilustración, como
el INJUVE o el Jóvenes Creadores de Madrid.
LIBROS
"Olivia
y las plumas" editado por Kireei (2017).
"39
Semanas y mis experiencias como madre novata" editado por Lunwerg (2016).
"Palabras
de Sirena" editado por Mosquito
Books (2016).
"Encantadas"
editado por Lumen Infantil (2015).
"Cantar
de Mio Cid" colección clásicos a medida de Anaya (2007).
LIBROS
DE TEXTO
Ilustraciones
para la editoriales Anaya, Santillana, SM, Oxford University Press y Edelvives.
PUBLICIDAD
Ilustraciones
para los siguientes clientes a través de USER T38.
Panrico,
Minute Maid, Camper, Tierra de Sabor, Ing, Honda, Cacique, Movistar, La Caixa,
Marcilla, Azucarera, etc.
CINE
Ilustraciones
para "Zipi y Zape y el club de la canica" de Oskar Santos.
Ilustraciones
para la película “Guerrilla” de Steven Soderberg.
Ilustraciones
de los mapas de arranque de la película “Alatriste” de Agustín Díaz Yanes.
Ilustraciones
para el libro de las encrucijadas que aparece en la película “El Laberinto del
Fauno” de Guillermo del Toro.
COMIC
Participación
en "La Vieille dame qui n´avait jamais joué tennis" de ediciones
Dupuis.
Participación
en los Monográficos Arruequen.
Participación
en “Guernica variaciones Gernika” de la Semana Negra de Gijón.
Participación
en el álbum “Lanza en astillero” de Ediciones Sins entido.
Participación
en el álbum “Tapa roja” de Ediciones Sins entido.
No me apetece llenarme de arena, raspa, es un incordio, la
llevas siempre encima, se cuela por debajo del bañador, se escurre entre los
dedos de los pies, se mete en las orejas y entre el pelo, es una lija
insoportable que, grosera, me araña siempre que la brisa cambia de dirección.
He protestado muchas veces ante mis padres durante el trayecto pero ellos creen
que es una inútil exageración, una excusa en la que me parapeto para no admitir
que los sucesos acontecidos en una playa similar a esa hace dos años me han
dejado alguna grave secuela psicológica. No es verdad, ya casi lo he olvidado,
pero son ellos quienes siempre lo traen a mi presente, y a mi memoria, y a mi
modo de ver no creo que les parezca una carga incómoda, creo que les sirve como
justificación ante el mundo para mi extraña forma de ser. “Si el pobre no hubiera sido testigo de aquel trágico acontecimiento…”.“¿Qué?”, me pregunto yo para terminar
la frase, y creo que sé lo que responderían: “Que no estarías como una regadera”.
Nunca he creído que estuviera loco, aunque admito que ese
cuaderno lleno de dibujos extraños no es algo que sea muy normal en un chico de
doce años. Supongo que ese es el motivo para estar aquí. Aunque imagino que los
consejos de Orlando, mi psiquiatra, un hombre empeñado en rescatar a mi joven mente
de un próximo naufragio, han tenido algo que ver.
El olor a algas me revuelve las tripas en cuanto pongo un
pie en tierra firme. Se trata de una cala pequeña, de arena blanca y satinada.
La orilla está copada por bañistas de pieles oscuras, tumbados en sus tumbonas de
rayas parecen en conjunto unos torreznos bien hechos a la espera de que los
retiren de la sartén, lejos de ese aceite que chirría. Se oyen risas y
chapoteos. Arriba vuelan algunas cometas de kitesurf y me quedo un instante
fascinado por sus colores. Mis padres me han preparado una nueva jugarreta
cuando me presentan a Nico y Andrea, dos niños de mi edad hijos de unos
compañeros suyos de trabajo. Quieren que sea un chico alegre y social, normal, pero
yo tengo miedo de que se rían de mí, he prometido que no me separaría de mi
flotador, sé que resulta infantil y bastante bobo, pero no han podido
convencerme de que lo dejara en casa. Sus condiciones pero también las mías,
ese era el trato.
La arena se siente bastante blanda bajo la planta de mis
pies, pero está demasiado caliente. El viento cesa y el mar parece un plato.
Bajo esa quietud puedo distinguir en el agua algunos pequeños bancos de peces irisados,
lo que de manera fortuita hace que mi respiración se vuelva superficial e incontrolable.
–¿Te pasa algo? –Me pregunta uno de los niños– Estás
sudando mucho…
Y sin avisar tira de mi mano y me lleva hasta donde aguarda
su pandilla. Nos presentamos sin demasiado ingenio. “Esta es María, este es
Jonathan, ella es Carlota, y esos dos son Daniel y Simón”. Me fijo en sus ojos,
en sus pecas, en los dientes torcidos, en las minúsculas motas de conchas y
esqueletos de crustáceos que se han adherido a sus talones.
Sus temas de conversación giran en torno a cosas de las que
no sé nada: youtubers, haters, trolls, y cosas que no me interesan… Me entero
de que María quiere ser maquilladora, y que Simón ya es cocinero, descubro que María
vive a cinco calles de mi casa, María descubre que yo vivo en su mismo barrio,
y Carlota comenta como sin querer que sabe que me enchufan pastillas
antidepresivas porque Andrea se lo ha dicho, al parecer por un descuido de su
madre, ella ha leído “Heridas
Emocionales”, Jonathan no lo ha leído pero se muestra interesado, y suena
falso cuando le propone que se lo preste un día de estos, demasiado simpático.
Daniel interviene para decir (presumir y cambiar de tema) que ha estado en el
parque de Harry Potter no hace mucho. Le doy vueltas a que podría hacer un
esfuerzo y contar algo más pero entonces todos reparan en mi flotador.
Se mofan. Lo ven ridículo, y llegan a ser crueles sin
necesidad. Me enfado, mi cara se acalora, mi estomago se contrae. No me gusta
lo que hacen, lo que dicen, que lo toqueteen, que hagan bromas, que me miren con
esos ojos oblicuos y burlones, ¡no saben nada, no entienden nada! Les arrebato
el flotador ansioso. Lo es, es ridículo, y no tengo justificación. En realidad
sí… podría contarles todo, y no, no puedo atar a mi lengua.
Les cuento lo tranquilo que estaba el mar aquel día de hace
dos años, tan en calma, tan plano, hago una comparación de las olas muertas con
ese mismo mar que tenemos delante, hasta les advierto que podría ser el mismo…
“Sabéis, aún lo veo,
a ese niño descuartizado sobre la arena, vi la sombra de lo que le atacó, era
oscura y alargada, por un momento creí que se trataba de una nube reflejada, pero
la sombra emergió del agua, aquella sombra tenía dientes como cuchillos, que se
hincaron en aquella carne tierna y blanca, oí gritar al niño, lo vi chapotear,
sus ojos asustados me miraron buscando ayuda, su boca se abrió vomitando
sangre, oí masticar a la bestia. Era un tiburón de seis metros. Sucedió todo
muy rápido, pero yo lo recuerdo como algo interminable, sobre todo nadar de
vuelta a la playa aterrorizado, grité tanto, tragué tanta agua. Cuando por fin
llegué a la orilla me arrojé sin fuerzas, incapaz de moverme, paralizado. Quieto
sobre la arena sentí que algo chocó contra mis pies, desvié los ojos asustado,
era un brazo humano, el agua era una sopa llena de pedacitos de carne,
tropezones de grasa y huesos, que yo me había tragado en mi frenética carrera
hasta la orilla. No sé que fue del niño, sólo sé que los que iban subidos sobre
colchonetas y flotadores se deslizaban más rápido sobre el agua, mucho más que
los que nadaban a brazo partido, ¡si yo hubiera tenido un flotador de esos, si
aquel niño hubiera tenido uno…!”
Sé que empiezo a ser desagradable cuando les hablo de aquel
brazo amputado, del muñón arrancado, de los colgajos de piel, del olor de la
sangre, del color de esa carne muerta, ¡y quiero que se estremezcan!, me
divierte hacer que se asqueen, se lo tienen merecido por meterse con un niño
traumatizado. Así que sigo contando cosas, detalles, hasta que todos profieren
un grito asqueado y salen corriendo lejos de mí espantados y horrorizados.
–¿Que les has contado? –Mi padre aparece detrás de mí y no
se le ve feliz.
–Nada papá –ensayo mi mejor cara de inocente–, les hablaba de
mi flotador.
Pero él lo sabe, los dos lo saben, mamá también, que lo que
vi aquel día dejó una marca en mi mucho más profunda que el mordisco de un
tiburón.