Hay un dicho africano que dice que aquéllos
que llegan antes al río encuentran el agua más limpia. Así recuerdo a Makeba,
como la mas rápida de las niñas de mi hacienda, la primera en llegar al río y
en saltar a él, poco importaba la ventaja que me concediera, ella siempre me
superaba, incluso si yo hacía trampas ella siempre llegaba al agua antes que yo.
Han pasado cincuenta años pero si me esfuerzo la veo como aquella muchacha
desgarbada que fue, aquella niña adornada con coloridos retales y aretes
dorados que siempre reía con unos ojos radiantes e intensos como el atardecer.
Nuestras pieles eran distintas, nuestras
sonrisas iguales, eso era lo que nos unía. Aunque también ese sano espíritu de
la niñez, el de querer salir al mundo, el de querer explorar lo que nos rodeaba,
y el de que nada nos parara.
A mis once años Makeba representaba la
libertad, la aventura, la osadía, todo eso que a mí no se me permitía. Con ella
descubrí el valor de la naturaleza. Junto a ella viví en la propia naturaleza.
Los mejores recuerdos, al menos lo mas dorados, pertenecen a mi infancia junto
a Makeba: las largas tardes al sol persiguiendo insectos, nuestra manía de
descubrir peligrosas madrigueras y de incordiar a sus azarosos moradores,
nuestras acampadas bajo las estrellas, sus improvisados platillos cocinados sobre
las llamas de una fragante hoguera, el vértigo de trepar a los arboles más
altos sólo por el gusto de llegar arriba, nuestras excursiones por el rio sobre
una insegura canoa de corteza, su pacifica presencia cantando una distraída
nana por las noches en su cabaña, ese aire terso y sano de la meseta…
Hace mucho que mis pies no recorren África,
esa parcheada piel hecha de muchos paisajes, hace mucho que dejé atrás a Makeba
y a la niña que fui, pero una parte de mí nunca dejará de guardar la esperanza
de que algún día nuestros caminos vuelvan a cruzarse, porque “las huellas de
las personas que caminaron juntas nunca se borran”.
Hay otra cosa que sé, y es que la tierra
en donde el sol siempre quema tiene mil nombres, pero yo siempre la llamaré mi hogar.
Música: Miriam Makeba - Emabhaceni