miércoles, 22 de septiembre de 2021

Volcán en las entrañas



Vivo en un archipiélago volcánico, islas hechas de fuego, un fuego profundo, magmatico, primigenio. Tierra negra, quemada, forjada por las cenizas de erupciones pasadas, de erupciones vivas, nuevas, recientes. Hay fuego, aquí debajo, hoy hierve, pero ya no a escasos metros de la superficie. Nació el volcán, llegó con terremotos, explosión y humo estromboliano. Dejó tierra rota, luego piroclastos, fragmentos voladores, líquidos y sólidos incandescentes, y chorros de lava ardiente que van arañando y engullendo lo que encuentra a su paso, tiene hambre feroz.

Es un espectáculo aterrador y fascinante al mismo tiempo. Es sobrecogedor escuchar el rugido de la naturaleza, las entrañas del planeta expulsando destrucción que luego será vida, tierra nueva que se abre camino, abrasada por el calor apasionado de su concepción.

Bombas de fuego siguen brotando del nuevo cráter, nuevas bocas aparecen para liberar la presión y los gases, que ya han deformado el suelo. Los tremores sísmicos no paran. Con la oscuridad de la noche el volcán brilla rojo y naranja con un fulgor endemoniado, las cascadas de lava son heridas abiertas y sangrantes, las piedras que salen disparadas al rojo vivo parecen rubís cuyo centelleo no puede apagarse, toda esa fuente de energía irradia luz constantemente. En el subsuelo parece que hubiera una caldera trabajando a destajo para sacar más y más lava. Es un recién nacido, pero tiene mucha fuerza, aún hay mucho volcán en sus entrañas.

 



Estamos ante un momento histórico, -pues descontando la erupción submarina de El Hierro de 2011-, hacía casi 50 años, con la de Teneguía en 1971, que no sucedía una erupción de estas características.

El pasado domingo día 19 de Septiembre de 2021 a las 15.12 en el municipio de El Paso en la isla de La Palma, un nuevo volcán entró en erupción. Ya se sospechaba que pudiera ocurrir algún episodio volcánico desde que el sábado 11 de septiembre comenzara una oleada de terremotos (enjambre sísmico) que culminó con una gran e inesperada erupción. La mayoría de los sismos registrados a lo largo de esa semana (cerca de 20.000) habían sido de baja magnitud, provocados por la acumulación de 11 millones de metros cúbicos de magma que intentaba salir a la superficie. Los seísmos habían sido bastante superficiales, a profundidades de entre 1 y 5 km pero el pasado domingo se dieron a sólo un kilómetro de profundidad, es decir, prácticamente junto a la superficie, todo un indicativo, junto con la deformación del terreno, (elevación de más de 10 centímetros) de que el magma rompería la corteza por alguna parte.

Este volcán sin nombre no es un volcán al uso, es descomunal y no tiene un único cráter como el Etna o el Teide, sino que está compuesto por una sucesión de pequeños volcanes por lo que la lava puede salir por cualquiera de sus cráteres. Según informaciones del comité técnico de vulcanología de Canarias por el momento hay dos fisuras, separadas por 200 metros, por las que sale el material volcánico. Las zonas afectadas fueron  desalojadas por seguridad y que mantiene en vilo a los habitantes de cuatro municipios de esta pequeña isla de 85.000 habitantes

El nuevo volcán está ubicado dentro del Parque natural de Cumbre Vieja que ocupa unas 7.500 hectáreas y abarca seis municipios cuyo destino depende de la actividad volcánica. El parque fue creado en 1987 precisamente para preservar los conos y coladas volcánicas de las diferentes erupciones acaecidas en la zona desde la prehistoria, además de sus bosques de pinar canario y laurisilva.

Recordando la erupción del Teneguía, en los días previos a aquella última erupción de 1971, varios terremotos hicieron temblar también la isla de la Palma hasta que el 26 de octubre Cumbre Vieja volvió a rugir. El espectáculo de fuego en Teneguía fue grabado por las cámaras y aunque no fue destructivo, sí causó un fallecido por inhalación de humo. Fue una de las erupciones más intensas desde 1677 pues hubo otra en 1949 que arrasó campos de cultivo y viviendas tras el paso de la lava volcánica.

Cabe destacar que tanto La Palma como El Hierro son las islas canarias más jóvenes, y que aún están en fase de crecimiento, tienen volcanes y lógicamente tiene que haber erupciones. La única isla canaria en la que no ha habido vulcanismo reciente es La Gomera.

 









Fuentes;

https://www.visitlapalma.es/actualidad-erupcion-volcanica-la-palma/

https://www.elmundo.es/cienciaysalud/ciencia/2021/09/17/6143417b21efa0201a8b458e.html

viernes, 17 de septiembre de 2021

Las victorianas joyas de Rosalind Mallowan 6 (fin)

 


Lemoine clavó su mirada en él, sabía de sus artimañas con la póliza de seguros y la manera en que se lo había hecho firmar a su tía casi en su lecho de muerte. No era ético pero era completamente legal, y el que su infeliz esposa hubiera concebido el robo le había venido de perlas para sacar una futura tajada. De todos los miembros de la sala era el único que iba a conseguir alguna compensación. Aunque bastante tenía ya con el escarnio y los cuernos de su infiel esposa. El dinero parecía un digno consuelo después de todo.

-¿Quieren sentarse o hablamos de pie?

Ninguno se movió y Heracles prosiguió su discurso, que era lo que más le gustaba de su oficio, aparte de las conclusiones finales.

-Un veneno es cualquier sustancia que introducida en un ser vivo es capaz de producir graves alteraciones funcionales incluso la muerte. Y precisamente por esta causa es que murió Rosalind, ¡envenenada! –Buscó en los documentos una frase, una palabra clave–: ¡Y aquí está!, un clásico, causa de la muerte, arsénico…

-¡Eso no puede ser! –exclamó el coronel Scott–.  Perdón por dudar de su buen trabajo doctor Clarks o Banks, pero en la primera autopsia no pudieron encontrar ninguna causa concreta de la muerte.

-Perdone que le interrumpa –respondió el doctor–, pero ya que usted me ha mencionado es justo que le diga que la primera autopsia nunca se realizó, fue un montaje orquestado por el asesino.

-¿Por qué dice eso?

-Por que los informes forenses que se presentaron estaban firmados por mí, y yo, jamás hice ese trabajo. –El doctor señaló al inspector–. El señor Lemoine vino a hacerme una serie de preguntas, y obviamente ese informe pertenecía a una mujer de edad similar pero que no correspondía con la señora Mallowan, lo habían falsificado colocando su nombre en vez del nombre de la sujeto real. Sólo una persona podía haberlo hecho, un colega de profesión que ya está detenido, y que ha desembuchado el soborno. Operó el cuerpo, lo vació, pero no buscó ningún indicio de muerte.

El doctor Banks explicó lo que anotó en un segundo informe, autentico esta vez, en el que halló varias inflamaciones en el esófago, los pulmones, el estómago y los intestinos, junto con una decoloración en el estómago que podría determinar el consumo de un elemento irritante. Algunas muestras de tejido y de cabello  fueron analizadas químicamente, que arrojaron la verdad más cruel: un continuado envenamiento por arsénico.  

-El arsénico es un veneno elegante –susurró pensativo Heracles Lemoine–. Cómo usted –dijo mirando a Ada Templeton–;  ¿verdad mi pequeña Voisin?

La Voisin fue una bruja, adivina y envenenadora profesional de París en la época de rey Sol, uno de esos datos que al inspector le gustaba compartir dejando enredar en su lengua algunas palabras francesas, “affaire des poisons”.

Ada negó con la cabeza, Brian también negó, como el señor Mallowan, incapaces de ver en la dulce muchacha a una asesina, pero llegaron las evidencias. Un recibo de una farmacia a nombre de una tal Margaret Nolmettep, un anagrama de Templeton que todos los Mallowan conocían, especialmente Rosalind, porque ese fue el nombre con el que internó a su hermana quince años atrás en un centro psiquiátrico, y si ésta llevaba muerta casi esos mismos años, ¿quién era la mujer de la farmacia?

-Una mujer elegante –repitió Lemoine–, ¡eso ya lo he dicho! Joven, con gafas oscuras, que en un descuido se quitó, para enseñar sus fantásticos ojos verdes cuando tuvo que firmar en un recibo, cosa que hizo aprisa, con letra pequeña, de garrapata, torcida por los nervios.

Ada suspiró observando con desagrado como a Brian se le inundaban los ojos de lágrimas, su primo, un pariente al que no veía como tal, sino como amante, y al único que a su parecer, le debía una disculpa que él no aceptó.

-Tú siempre lo supiste, Brian, que la odiaba, y que ella no me veneraba como todos creían, que sólo sentía culpa por lo que le había hecho a su hermana, a mi madre. Traerme aquí sólo era su forma de compensar algo, aunque la mayoría de las veces no podía evitar mirarme y tratarme como a una bastarda.

El chico salió de la sala sin atreverse a mirarla a la cara, perseguido por John. El coronel y el albacea fueron invitados a macharse de la habitación cortésmente, cosa que hicieron con discreción, afligidos y desolados, sin chistar. Ya a solas, la chica se volvió hacía la chimenea, oyendo chisporrotear las ascuas del tronco que allí ardía. No suponía un peligro potencial, por eso el inspector permitió que removiera los rescoldos con el atizador, que ella colocó de nuevo en el gancho sin pensar.

-¿Por qué?

-Usted ya lo ha oído, y ya lo sabe –dijo ella.

-¿Cómo?

-Con veneno, también lo sabe –respondió tranquila.

-¿Desde cuándo?

-¿El recibo de la farmacia no lo dice? –sugirió la muchacha con descaro.

Sí, llevaba más de un mes, casi tres, envenenando el agua del hervidor de té de Rosalind. Al principio calculando la dosis, aumentándola gradualmente pero con discreción, siempre en su presencia, para que ninguna de las sirvientas metiera la pata o hubiera errores inesperados. Confesando que cuando las molestias intestinales empezaron a manifestarse en su tía, incluso se dejó envenenar a sí misma para saber cómo y cuánto dolor padecía de verdad Rosalind.

-Fue horrible –confesó, con una mirada perdida y enloquecida–.  Corrí a la farmacia para comprar un emético, un purgante que me ayudara a vomitar el veneno. Fue la noche más espantosa de mi vida, pero imaginar que esa noche sólo era una muestra de lo que Rosalind había estado sufriendo todo ese mes, me animó a continuar, y me trajo mucha felicidad. Recuerdo que ella pensó que algo nos había caído mal a las dos, y al día siguiente compartimos la cama, dos enfermitas hablando del pasado, de joyas, de hombres…

“Ella fue un monstruo con mi madre, una hipócrita que tuvo muchos amantes, mas de los que tuvo su hermana. Si nunca quedó embarazada era porque ese oscuro vientre no podía engendrar vida, más bien aniquilarla. Mi madre sí, y ese fue su pecado. La vergüenza de la familia.

>Ella era débil, demasiado emocional e inocente. Su bondad le impedía ver la maldad en otras personas, por eso nunca superó que el amor de su vida, mi padre, no se casara con ella. Pero si no lo hizo también fue culpa de Rosalind. Rosalind era catorce años mayor que mi madre, siempre la manipuló, siempre la envidió, porque era hermosa, porque era libre, porque no le importaba el apellido, por eso ella era Margaret Templeton, hasta que todo el mundo creyó que ese era su verdadero nombre. Templeton era el falso apellido de mi padre, ese hombre sin recursos del que se enamoraron las dos hermanas, el hombre más apuesto del mundo, y el más tramposo.

>No era un buen hombre igual que Rosalind no era una buena mujer, era una bruja vieja y amargada que siempre le tuvo manía y odio a mi madre, tan  inocente y dulce y libre, quien siempre vivió intentando ser feliz, creyendo en los demás, ¡que ilusa! Cayó en las garras de mi padre, un hombre que no sentía nada por ella salvo la codicia de un cuerpo joven y bello, y de la herencia asociada a ese cuerpo joven y bello. Rosalind también se encaprichó de ese hombre guapo que prefería mirar a su hermana antes que a ella. Mi madre apenas tenía 22 y ella ya superaba los 30. Cuando mi padre eligió a mi madre, Rosalind no lo pudo soportar e hizo todo por separarlos, hasta que lo tentó con lo único que interesaba a un hombre como él, ¡el dinero! Él lo aceptó encantado. Pero un día quiso volver, se había enterado que yo venía en camino, un bebé que él no había buscado. Rosalind lo impidió otra vez, hizo todo lo posible por amargar la existencia de ese hombre, le metió en problemas, consiguió que lo encarcelaran, y luego de unos años de haber soportado palizas en una cárcel de mala muerte él enfermó. Cuando la enfermedad se instala anega una parte del cerebro, debilita el corazón, pretende que entres en comunión contigo mismo, que no dejes flecos sueltos, que te vayas en paz al más allá. Imagino que debió creer que se lo debía, a mi madre, y le envió una carta explicando todo; que se quería hacer cargo de mí pero que su hermana no lo había permitido.

>El día que mi madre leyó aquello, se volvió loca. Y Rosalind lo creyó literalmente, tanto así que logró que la internaran en un manicomio. Mi madre era un ser dolorido, depresivo y ansioso que ya había arrastrado muchas crisis pero no estaba loca, sólo estaba triste. En ese horrible lugar fue víctima de una paciente que acabó con su vida cuando aún no había cumplido los treinta años, dejándome huérfana con diez. Rosalind me trajo con ella por un sentimiento de culpa y pena, pero lo único brillante y cándido en ella eran sus joyas, y no su supuesto buen corazón. No creo que nunca me quisiese aunque lo fingía, igual que yo lo hacía, un falso afecto en el que escondía toda mi rabia y mi odio. Ella destrozó la vida de mis padres, hundió mi vida, y por eso deseaba su muerte, ella merecía morir, esa vieja celosa y amargada merecía morir”.

 

Ada no mostró arrepentimiento, ni pena, ni vergüenza, ni dolor, y cuando el agente Mathews la esposó, aún con el puro a medio fumar en la boca, se limitó a cacarear una risita extraña que erizó al inspector Lemoine y que sorprendió al hombre del puro, quién impensadamente abrió la boca dejando caer al suelo, en la alfombra de pelo, el potente habano, dejando para siempre allí la huella de una quemadura.

Heracles Lemoine la siguió con la vista cuando la sacaban de la habitación; tan joven, tan marcada por la vida, por la enfermedad de los que la rodeaban: la locura y la ambición, la envidia y la maldad. Esa niña triste, esa asesina injusta, perdida para siempre dentro de sí misma. Se acercó a la ventana cuando el horizonte era una raya dorada que se atenuaba. Por un segundo sintió lastima de la muchacha, pero ¡ah!, la vida era así, si has perdido, has perdido, y lanzó un suspiro al aire atusando sin querer su estrafalario bigote.

Las victorianas joyas de Rosalind Mallowan 5

 


A pesar de la tibieza con la que la chimenea matizaba la estancia, la atmosfera se enfrió cuando el inspector Lemoine, escoltado por tres hombres de apariencia y edades diferentes, se colaron en la sala. El súbito silencio hizo que el estrepito del fuego se convirtiera en una letanía extraña, como el tic tac de un reloj, o como una cuenta atrás.

El coronel Scott y el albacea Belling, quienes habían estado consolando a un demudado John Mallowan, abandonaron sus butacas movidos como por un resorte. No obstante el afligido señor Mallowan apenas alzó la cabeza para mirar, como si no sintiera el más mínimo interés por los acontecimientos. Puede que el shock de saber que su esposa no sólo lo engañaba con el mayordomo, sino que había pergeñando todo un montaje para robar las joyas de su apreciada y fallecida tía, lo tuvieran más ido de lo normal, además el eco de las suplicas y lloros de su desleal esposa aun resonaban en la mansión.

Brian, Ada y Jonathan permanecían de pie. El primero mirando a través del ventanal como el coche patrulla se llevaba a la infeliz Clarissa, con una expresión que denotaba sonrojo y pena. La parejita de prometidos, se arropaban de manera impostada frente al fuego, aunque sin ningún cariño real por parte de ella, distante, ausente en sus pensamientos. Jonathan, evidentemente nervioso por la presencia policial, soltó a la chica, llevándose sin querer la mano al cuello de su corbata, más concretamente a su alfiler. Ada observó al inspector con soberbia, consciente de que aquel personajillo había llegado al fondo de todo, y en esos ojos verdes despuntó un brillo de maldad, pero una maldad envuelta en un dolor insoportable.

-Se preguntaran porque sigo aquí –bramó Lemoine–.  Me temo que tengo que seguir contando historias tristes.

Hubo un murmullo, que el inspector logró zanjar haciendo un elocuente aspaviento con los brazos. A su espalda un señor espectral, debido a lo cadavérico de sus facciones, proporcionó al inspector una carpeta con documentos.

-Les presentó al doctor Banks, un excelente profesional forense.

El doctor realizó un saludo con la cabeza, dejando ver una coronilla calva y plateada por las canas. Lemoine aspiró por la nariz, abriendo la carpeta con agilidad, mojando de saliva la yema de su pulgar derecho para pasar páginas y páginas.

-Extenso, ¿verdad? –se dirigió al nutrido grupo–. Verán, tenía mis dudas, una mujer tan fuerte como Rosalind, a pesar de la edad aunque tal vez no tanta pues sólo contaba con 62 años cuando murió, sin ninguna enfermedad previa, que en el transcurrir de un mes acaba feneciendo luego de un misterioso historial de dolor abdominal, diarrea y vómitos, que ella creía el comienzo de un cáncer de estomago no diagnosticado, en la idea de que su padre, hace muchos años, había pasado por la misma enfermedad a la misma edad, algo totalmente fulminante, ¿verdad? Pero a la luz de los nuevos informes del forense me temo que los arrestos de hoy no han acabado. La señora Rosalind fue asesinada y tenemos indicios de que su asesino se encuentra en esta sala…

El murmullo fue esta vez más agudo y nervioso, voces broncas todas ellas, porque la única mujer del grupo permanecía en completo silencio, a la espera, paciente, sin dejar escapar ninguna señal de sorpresa.

-Es terrible, ¿verdad?  –El coronel era el más impresionado, él había amado y odiado a aquella mujer, sentía dentro, en lo más profundo de su corazón, un poderoso sentimiento de venganza, de restablecimiento tal vez, pero no le deseaba la muerte, y en verdad, sentía muchísimo que hubiera fallecido con dolor.

A pesar de dirigirse al notario éste no atendía razones, en una indignación que no resultaba coherente, demasiado agitado y sensible.

Arthur Belling soltó entonces un exabrupto: 

-Ajá, ¿así que esto es lo que creen?, ¡nos está insultando a todos! –las venas de su cuello se engrosaban, enrojecían todo su ser, su rostro y sus ojos–;  no puedo tolerar que diga…

Un abochornado John Mallowan abandonó su mutismo, poniéndose en pie para pedir silencio.

-Cállese por favor…

Belling no lo hizo, recordándole que no era un sirviente más al que pudiera humillar. Brian y Jonathan mediaron, uno con apatía, el otro sofocado por las miradas acosadoras de los dos hombres con trajes oscuros que aguardaban al lado del doctor Banks. Era evidente lo que uno de aquellos señores guardaba en el bolsillo izquierdo de su chaqueta, un impreso doblado de búsqueda y captura cuyo membrete rezaba en letra de imprenta y muy legible: “Michael Miles”.

Lemoine los mandó callar, añadiendo:

-Estoy en la obligación de decirles que todo cuanto digan podrá ser utilizado en su contra ante un tribunal. Hasta que yo lo autorice ninguno de ustedes puede salir de esta sala. Debo comunicarles que entre ustedes hay más de un criminal.

Una enfática pausa precedió a esta sentencia, y mientras los hombres proferían protestas y refutaciones, teatralmente Lemoine se atusó el bigote sin apartar sus ojos de Ada.  

Ella le sostuvo la mirada, tan sublime y tan triste, que Lemoine estuvo a punto de sucumbir ante tanta belleza. Carraspeando para recomponerse, realizó otra presentación más:

-Aquí el agente Mathews, un buen taquígrafo.

Éste decidió encenderse un puro, con los ojos entrecerrados, aspirando la primera calada miró a la concurrencia, aunque especialmente a la señorita que sintió cómo el penetrante humo del habano le bajaba hasta el estomago, causándole arcadas.

-Y por allá tienen al detective Larraby que a su vez trabaja para el juez Marshal, miembro efectivo de la seguridad del Estado, él está aquí con una orden requisitoria, ya que a uno de ustedes le espera un simpático juez que ha deseado dar con su paradero durante cuatro largos años…

No terminó Lemoine su frase cuando en un movimiento inesperado Jonathan Evans conocido en su ficha como Michael Miles corrió como pollo sin cabeza hacía la ventana con la idea de saltar por ella y escapar por el jardín. Apenas había una distancia de metro y medio hasta un arbusto por lo que la altura no era un problema. Con la agilidad propia de la juventud Michael escapó, dejando que el detective Larraby le tomara la revancha al perseguirlo ventanal abajo. Fue una idea estúpida para Miles aunque también para el detective Larraby. Para el primero porque Larraby no era el único policía de la casa y pronto lo detuvieron, y para el detective porque sus hinchados tobillos no resistieron la caída.

En la sala el revuelo fue tan mayúsculo como el atronador ruido de la sirena policial. Brian miró a Ada que no parecía afectada por la huída de su prometido, ni siquiera se mostró dolida cuando Lemoine explicó quién era realmente Jonathan Evans. Intuyó Lemoine que el chico se moría por consolarla pero estaba petrificado, como si ya un velo hubiera caído, y pronto, en un efecto dominó, terminaran de caer todos.

-Hace un tiempo que se le busca, es un reconocido estafador de gente adinerada, tiene predilección por seducir a jovencitas, la mayoría herederas faltas de afecto y fáciles de manipular.

Ada no pronunció palabra, firme como nunca.

-Si ese tipo que acaba de saltar por ahí es sólo un vulgar ladrón, ¿quién es el asesino de mi tía? –preguntó John Mallowan recomponiendo su figura de cabeza del clan.

CONTINUARÁ...

jueves, 9 de septiembre de 2021

Año 13

 


Le atribuyen al trece una aureola negativa, de mala suerte y mal fario, y puede que tengan razón. En el año trece de creación del planeta, mientras realizaba una incursión por el litoral norte de Bohemio Mundi, fui sorprendida por un grupo de piratas que habían arribado horas antes a la playa de arena blanca.

Imagino que buscando nuevas rutas galácticas hacía Orión se toparon con mi pequeña roca de colores. Con su fama de merodeadores y teniendo en cuenta sus muy lucrativos saqueos no les bastó con sondear el planeta de lejos, entraron en mi atmosfera, enturbiando las aguas cuando fondearon sus naves en la más septentrional de las playas de mi Mundi, con el propósito de arrasarlo todo, arramplar con las riquezas que pudieran hallar y de paso hacer suyo lo que por derecho de creadora era mío.

Los pájaros me lo anunciaron pero no supe interpretar sus cantos, y desventurada, me adentré en una expedición a través de los manglares en el lugar que yo había bautizado como Acuarela, era el nombre que me había inspirado aquel sitio, quizás por la mezcla de colores que simulaban haber sido rebajados con agua; verdes, rosas, turquesas y amarillos pincelaban el paisaje. Pequeños racimos de piedras se apilaban verticalmente a un lado, como haciendo de centinelas de la preciosa playa, entre los que afloraba una cascada ruidosa que olía a refresco de cereza. Tal vez por eso, por el incesante y estrepitoso goteo, no les oí. Cuando de pronto, me vi rodeada por tres o cuatro figuras enmascaradas. Nunca vi sus verdaderas identidades pero apostaría dos galeones de oro a que tenían cara de papagayo. Yo no llevaba armas, ni siquiera mi tan útil pluma de tinta verde, y no pude defenderme, no bastó siquiera mi tan cansina retorica para tumbarles, una lucha en definitiva pasiva que no sirvió para detenerles, y por tanto caí en sus pérfidas redes.

Los piratas son malos por naturaleza, así que puedo confirmar que las historias sobre la crueldad de los piratas son bien ciertas. “Me van a esclavizar, pedirán una recompensa”, presumí, pero nada de lo que imaginé sucedió. Los piratas me quisieron primero como guía, obligándome a llevarles a los mejores rincones del planeta: a las praderas donde las nubes rosas descargaban una lluvia de frambuesas con sabor a caramelo, producto con gran demanda en Brillante Canopo, así que, sirviéndose a placer, cargarían centenas de cajas de contrabando; a las colinas donde crecían las espigas de un silicato -flexible en mi tierra ,de ahí su extrañeza-, llamado Serendibita, que servía en Cor Caroli como componente esencial con el que se fabricaban unas pantallas demandadísimas por su excelente reflejo verdoso; les llevaría también a las salinas de escamas de perla rosa, no comestible, impregnadas de un pigmento rosa natural llamado antocianinas, y a los pozos subterráneos donde brotaba agua purpura que se trasformaba en la lejana Vega en ron “Quemacorchos”. A los piratas, no obstante, no les interesó las localizaciones dónde el recurso era un producto de librería y papelería, puedo garantizar que en lo que estuve con ellos jamás se interesaron por un libro, una historia narrada o un cuento inventado, y que no podían escribir sus nombres sin cometer flagrantes faltas de ortografía, aunque curiosamente sí que eran bastante peliculeros. Así que pude salvaguardar el pinar de portaminas, el monte de libretas sin estrenar y la vereda de clips en la gruta de los De bolsillo.

Los piratas rompieron muchos de mis folios-ladrillo, que eran castillos levantados en el aire, sólo para tener algo con lo que abanicarse en la playa. Los piratas atentaron contra la fuente de luz que daba brillo a la capital de Bohemio Mundi, la gran bombilla creadora, y sus calles, plazas y barrios se fundieron a negro. Los piratas robaron mis marcadores, mis bolígrafos, mis notas, gastaron las baterías de mis ordenadores y portátiles, cambiaron sin consentimiento las contraseñas de toda la electrónica bohemia, descalabrándolo todo, reduciéndolo a nada, atentando contra la inspiración que era el motor que generaba la energía para que el planeta siguiera expandiéndose, y en consecuencia ganando en riquezas. Todo quedó detenido. En ese secuestro de meses lograron que los valles, los vergeles, los jardines, todo lo que florecía, se fuera apagando y resecando. Y la atmosfera se hizo violenta, tormentas sacudían el planeta hasta entonces templado. Lo sentí encoger, al corazón del planeta, y anhelar sus días de luz. Perdía colores a diario, los piratas los juntaron todos, sin saber que extendían el negro. Para darse luz y calor, quemaron palmeras, selvas, el manglar, el fuego se filtró, llegando a una falla que explotó, agrietando la playa. Esa parte se inundó, y se alejó, como un corcho a la deriva conmigo a bordo. Los piratas lo consideraron divertido, una jaula para bohemios, y allí me recluyeron algunos meses grises, sin darme ayuda, indiferentes y fríos, ausentes. No sabía nadar para regresar a la orilla, y me devané la cabeza para planificar mi huida. “¿Y si me hago amiga de esos delfines?”, pensé un día, podrían remolcarme hasta la playa, pero los pájaros, que venían todos los días a visitarme y darme cháchara, me hicieron ver los contras del plan.  No me quedaba más remedio que aprender a nadar.

El día que llegué otra vez a la playa las olas me escupieron medio ahogada pero aún respirando. Los piratas no estaban ni tampoco sus naves. Lo habían gastado todo y ya no les interesaba lo que había quedado, un planeta con una cicatriz, seco, árido, ventoso, así que, por suerte, se largaron. Dejaron algunas huellas, unas se borraban, otras eran más profundas. Al regresar a la capital, al mirar la fuente apagada, la bombilla creadora, descubrí que parpadeaba azul con estrellitas, no estaba muerta ni moribunda, era otra, pero brillaba. Me senté  a su lado y le conté mi historia, y a medida que hablaba mas crecía en brillo, y en  las calles de Bohemio Mundi ya no era invierno, sino verano, una nueva estación, habiéndose comido toda una primavera de por medio. “Te toca seguir”, oí una voz dentro de la fuente, “no podrás recuperar del todo lo que has perdido, pero sí curarte, y sí curar al planeta, defenderlo de otros ataques, prepararte para otros piratas, nada ha sido en vano, quédate con el aprendizaje”. Asentí justo cuando la luz azul empezaba a colorearse a placer otra vez en mis retinas.

 


Hoy celebramos el trece aniversario de Bohemio Mundi. He escrito este relato después de meses de ausencia del blog como una forma de homenajearlo. Ojala no hubiera habido un parón pero a veces son necesarios, para reiniciarse, para enfocarse desde la distancia, para respirar y descontaminarse. Por causas que no pude evitar tuve que dejarlo aparcado, pero es mi criatura, es mi planeta, mi espacio, y vuelvo a él con cariño para darle las gracias por resistir aun en sus días más apagados. Hoy  le toca brillar, es mi baliza, mi salvavidas.

Gracias a todos los que aún visitan este lugar, invitados están a frambuesas con sabor a caramelo.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...