Reinando Zonzamas llegó a la
isla de Lanzarote una embarcación española al mando de Martín Ruíz de Avendaño.
Al ver la nave en la distancia los isleños se aprestaron al combate.
Trascurrido el tiempo Ruiz de Avendaño decidió ir a tierra en son de paz,
llevando consigo un rico vestido que regaló al rey como muestra de amistad.
Zonzamas aceptó el regalo, y en muestra de amistad, entregó al recién llegado
ganado, leche, queso, pieles y conchas, invitándolo a descansar en su morada de
Acatife.
Allí eran esperados por la
reina Fayna y sus hijos, Timanfaya y Guanareme. Como huésped de los reyes pasó
Avedaño varios días más en Acatife. Más tarde retornó a su barco y partió.
A los nueve meses la reina
Fayna dio a luz una niña de tez blanca y rubios cabellos, a la que puso por
nombre Ico. El pueblo murmuraba y renegaba de la princesita y de su origen. Así
transcurrió el tiempo, y la niña creció sana y hermosa al cuidado de Uga, su
aya.
Transcurrido el tiempo
Zonzamas y Fayna murieron. Los Guaires, reunidos en asamblea, proclamaron rey a
Timanfaya. Con el paso de las estaciones Ico se fue convirtiendo en una bella
joven. Guanareme se enamoró de ella y acabó por hacerla su esposa.
Tiempo después otras naves
vizcaínas y sevillanas llegaron a las costas de Lanzarote en busca de esclavos.
Los lanzaroteños se aprestaron para la defensa. En la lucha muchos isleños
murieron, otros fueron hechos prisioneros y encadenados como esclavos para ser
vendidos a la Península. Entre estos últimos estuvo Timanfaya.
Desaparecido el rey, los
Guaires se reunieron otra vez para elegir un nuevo soberano. Este debía ser
Guanareme, pero nadie osó pronunciar su
nombre pues si era elegido su esposa Ico, debería ser reina y su nobleza,
origen y sangre eran discutidos. Su piel y sus rubios cabellos recordaban
demasiado la lejana llegada de Ruiz de Avedaño y si Ico no era hija de
Zonzamas, no podía llevar la corona.
Deliberaron largamente los
Guaires. Finalmente decidieron que, para llegar a la verdad, la princesa fuese
sometida a la prueba del humo. Quedaría encerrada en una cueva acompañada de
tres mujeres no nobles. Después se llenaría el aposento con un humo espeso y
continuado; si la sangre de Ico no era noble, perecería como las otras mujeres.
Si sobrevivía sería signo inequívoco de su nobleza. El día siguiente sería
testigo de la prueba.
Por la noche Uga, la niñera
de Ico, la visitó con el pretexto de animarla, pero nada más quedar a solas la
vieja aya le dio una esponja a la princesa diciéndole que, al llegar la hora de
la prueba, la empapara de agua y la pusiera en su boca, con lo cual saldría
viva de la cueva. Ico hizo caso. Cuando fue abierta la cavidad las tres mujeres
villanas yacían muertas, mientras que ella salió con vida. En adelante sus
súbditos no dudaron de su nobleza.
Ha llegado el Día de Canarias. Hoy la
patria nos reclama con el verde de la retama y la frescura del alisio, un
alisio que sopla henchido de historias y leyendas, como la de Ico, la reina
pálida salvada del desastre por una esponja oportunamente empadada en agua, una
historia que siempre me gustó por lo sencillo y astuto del asunto.
Hoy llamarme guanche, como dice Carlos
Pinto Grote, “hijo de los volcanes y las lavas”.
¡FELIZ DÍA DE CANARIAS!