No,
el espejo no estaba roto, pero ella miraba su reflejo distorsionando sus
facciones, exagerando su nariz, estrechando su frente, separando un ojo y
agrandando el otro, haciendo que sus orejas se vieran diminutas y sus pupilas
intensas, insondables, brillantes cual lagrima de cristal.
No
podía reconocerse… esa no era ella, ni sus ojos, ni su boca…
Quizá
se había perdido a sí misma hacía demasiado tiempo, tal vez ya no sabía quién, cómo
era, ¡nada!, no sabía nada, y no entendía nada, pero esos pedacitos
descompuestos de su propia imagen no eran ella…
¿Quién
era la mujer que la miraba desde ahí?
No
era la chica de diecisiete años que se hacía esa pregunta, era una mujer
plantada en medio de una salina con el viento del mar golpeando su frente,
tendiendo al viento la falda de su uniforme de niña buena. Las arrugas que
nacían ya bajo sus ojos eran párrafos en donde había escrito a base de llantos
historias enteras de desdicha y decepción. Ese súper cúmulo de materia
amontonado en su lagrimal no era un pegote de rímel, eran dos enciclopedias
ilustradas de la soledad y el aislamiento mal llevado.
Hacía
demasiado tiempo que sus padres la habían dejado en aquella cárcel disfrazada
de colegio, y ella había desarrollado un complejo; la niña abandonada, la chica
mala, la horrible estudiante, la ausente, el cero, el visto, el mensaje por
compromiso, la llamada de tres minutos, un gif como felicitación, el plan que
se posterga, la cita cancelada…
No
estaba a gusto, no se sentía a gusto, ni siendo cómo era, ni pensando cómo lo
hacía, ni sintiendo lo que sentía, pero desconfiaba de sus momentos de calma,
esos interludios de la tormenta personal que anestesiaban el rencor, porque la
dejaban a la deriva, naufraga en la salina, sentada sobre la sal que tanto
habían derramado sus ojos. Y no le gustó el saldo, por más que aquellas escamas
de sal fuesen su coraza durante algún tiempo, no le gustó el saldo, no quería
seguir perdiendo, ni pagando un tributo al dolor. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cuál
era el propósito? ¿Arrugarse? ¿Curtirse en esa sal que le estaba secando la
risa y la juventud? ¿Secarse al sol? Ella sólo quería exprimir la vida y ser
fuerte, aceptar que no la querían, sí, pero que no era un cero, ¡contaba! Ella
contaba…
Contaba
hasta diez, hasta cincuenta, y entonces, en aquel momento, con una madurez que no
había tenido nunca, comprendió que había llegado el momento de crecer, de darse
a sí misma el respeto que nadie más le había entregado, el afecto que nunca había
sentido, el cariño que se merecía, el amor, el propio, que disolvería la sal.
Música: Mazzy Star -
Fade Into You