Siempre fue un objeto triste, apartado, relegado al frío y los días de lluvia. Su espíritu jamás fue alegre, así que no despertaba simpatías ni apegos. Su nacimiento tuvo lugar en una pequeña fábrica de grises muros. No fue hijo único. Jamás fue un paraguas elegante, a pesar de sus rígidas varillas de acero y su bonito mango de cuero. Sus acabados de plástico le restaban calidad, pero sus líneas cóncavas y su sofisticado acabado salvaban dicha impresión. Cerrado se convertía en un excelente bastón, todo un clásico que nada tenía que ver con esos desenfadados “de bolsillo” que parecían burlarse de su impecable sobriedad.
“Y tú de que te ríes, ¿eh? ¡Si sólo vales para una cosa!”
Si, era cierto que aquellos modernos paraguas de colorines sólo servían para guarecerse de la lluvia, mientras que él… Pero nadie lo compraba, nadie lo quería. Daba lo mismo lo alto que fuese, lo cómodo o eficaz, simplemente nadie reparaba en él.
El tiempo cubrió al paraguas de polvo, y al fondo de la estantería, olvidado, pasó el pobre sus primeros años de vida, en silencio, en la oscuridad. Cuando alguien reparaba en él enseguida lo apartaba a un lado; decían que era feo, triste, caduco… ¡Y con que insolencia lo miraban los “de bolsillo”, con cuanta superioridad!
“Dos usos puedes tener, pero si nadie te quiere… ¿Qué empleo, entonces, puedes hacer?”
Y tenían razón. Deprimido pensó en la posibilidad de no conocer los días de lluvia, ni las gotas de agua, de no valer jamás para lo que había sido creado. Y ello le provocó una inmensa tristeza.
“Si sólo fuese una sombrilla, quizás mi destino fuese otro, vería el mar, y el sol, la ciudad y el campo. Y quizás alegre sería mi ánimo”
Durante un tiempo tuvo envidia de aquellas sombrillas de rayas que no permanecían en la fábrica más de dos semanas, incluso de los toldos, de los parasoles. Pensar en la vida que éstos llevarían le llenó de desasosiego.
“¿Qué tengo yo? Nada, sólo la esperanza… ¡y es tan poco eso!”
“¿Poco?” Oyó replicar a alguien. “¿Dices que es poco lo que tienes?”
El paraguas negro se encontró a otro paraguas negro mucho más viejo que él, ya desgastado, sin brillo, agujereado. Era el primer paraguas que aquella empresa creó, un molde en desuso, una muestra que sólo servía como recordatorio de épocas anteriores.
“Soy viejo, gordo, pesado. Así me hicieron, fui una innovación hace mucho tiempo. Me etiquetaron como “el primer impermeable” y fui muy popular, ¡que tiempos aquellos!”
El paraguas negro se sintió invadido cuando aquél lo observó con parsimonia.
“Mi nueva y joven copia” Farfulló el viejo, repasando después como por encima, su obsoleta estructura de madera y hueso de ballena, sintiéndose pesaroso además de abatido.
“Mírame, tengo mas de ciento cincuenta años y peso casi cinco kilos, la gente se cansa sólo con mirarme…”
Por algún motivo comprendió que la situación del viejo era mucho peor que la suya y sintió una gran compasión, porque el pobre y anciano paraguas ya no tenía ni un poquito de esperanza… así que era mucho menos de lo que él poseía.
Se hicieron amigos, claro, porque sabía que si le ofrecía su amistad, el pobre viejo tendría algo, algo más que nada.
Su joven y moderna copia se hizo su confidente, y de él oyó muchas cosas interesantes, cosas de si mismo y cosas del mundo. Y durante un tiempo no le importó el no ser vendido, porque tenía al “viejo impermeable” para alegrarle el día.
“Nací lejos. Viví en Londres, ¿sabes donde queda eso? ¡Acullá! El mejor lugar en el que puede vivir un paraguas. Allí es posible salir a diario, no como aquí. Y lo sé porque tenía amigos, viejos paraguas afortunados. Yo acabé en manos de un comerciante que me trajo hasta aquí. Durante meses pasé mis días en un despacho, oyéndole. ¡Era tan interesante!, sabía mucho de nosotros… Tenía un hijo, un niño que siempre jugueteaba con mis varillas, mientras oía las lecciones que su padre le hacía de nuestros antepasados. Por eso sé tanto…
Más de dos mil años a nuestras espaldas, esa es la edad que estiman de nuestra creación, lo cual es mucho. Imagina cuan importante ha sido desde el principio de los tiempos cubrirse del sol o de la lluvia. Los antiguos egipcios, los asirios, los chinos, esos ya nos conocían desde hace tiempo, hasta que fuimos exportados. Y entonces nuestro uso se hizo mas, digámoslo, lujoso, ¡a la par que burgués! Reinas y emperadores nos utilizaban para cubrir sus nobles pieles y protegerse. Y llegaron las mejoras: tejidos impermeables, varillas plegables. Hasta que un día dejamos de ser exclusivamente negros, ¡eso fue toda una revolución!
Pero yo conocí la gloria, ¡fui el primer impermeable! Me analizaban, me admiraban, estrujaban en mi interior para arrancar mis secretos y para copiarlos. Era el mejor paraguas de la fábrica, un amuleto para el empresario, un intocable, un invendible.”
Como le admiraba el paraguas negro, con cuanto respeto lo estudiaba, como le entretenían sus historias. Durante meses no necesitó de nada más para sentirse pleno. Oír al viejo hablar y divagar, embrollar sobre sus andanzas colmaba su antigua necesidad de salir al mundo, como un consuelo. Pero un día las historias empezaron a repetirse, las conversaciones a hacerse tediosas, sin emoción, sin novedad. Y de nuevo sintió el paraguas negro las petulantes miradas de los “de bolsillo”, dichosos de saber que su destino no se iba a parecer en nada al suyo.
“Eres casi una reliquia, como sigas aquí mucho tiempo mas sólo servirás para acabar en un museo de trastos inútiles” Se jactaban, hiriendo al desafortunado paraguas negro. “Tú y tu amigo sois tal para cual”
Ese eco dejaban los odiosos “de bolsillo” al marcharse cuando un comprador los sacaba de las estanterías. Como disfrutaban al pasar por su lado, al alejarse para siempre de la fábrica gris.
El paraguas negro vio desfilar a los compradores uno tras otro. Vio como elegían, como decidían. Incluso alguno llego a cogerlo entre sus manos, sopesando su peso, repasando sus líneas, pero al final siempre preferían alguno mas colorido y moderno, alguno que no fuese tan rígido.
“¿Y eso te va a poner triste? Bah, ¿para que quieres irte? Aquí estas bien, conmigo, ¿verdad? Lo de ahí fuera tan poco es tan estupendo”.
¿Y eso qué? Pensaba. Él quería salir, quería verlo por si mismo. Quería que alguien lo necesitara, lo quisiera.
“¿Vas a dejar que eso te afecte? Hasta esos engreídos paraguas de mini tamaño se verán un día relegados. ¿Crees que no lo sé? Es lo que he visto todo este tiempo, un día saldrán unos nuevos que predecirán el parte climatológico, u otros que serán aún más tecnológicos. Un día lo que es moda dejará de serlo, pasará. Es así y hasta esos presuntuosos que se van de aquí riendo se volverán unos amargados”.
Como nosotros. Pensó el paraguas.
La pesadumbre del paraguas negro duró tanto como para que el viejo impermeable se percatara y se preocupara. Ya no hablaba. Ya no miraba con interés hacía la tienda, ya no intentaba llamar la atención de ningún comprador. Simplemente estaba ausente, perdido en sus pensamientos, absorto en sus cavilaciones.
“No querrás ser comprado cuando te cuente lo que sé. No querrás ir a un lugar donde el viento lucha férreamente contigo, donde te tira fuerte y te desgarra la tela, y te dobla las varillas. No querrás ir a un lugar como ese, en donde con frecuencia te dejan olvidado en cualquier esquina, en cualquier recibidor. En donde te tiran a la basura en cuanto los topes de plástico se caen, o el mango se desacopla. Aquí estamos bien, a salvo de todo eso…Estamos juntos, sin miedo al abandono, o al viento, o a la fuerte lluvia. La vida aquí es cómoda”
Demasiado. Pensó ofendido el paraguas negro. Y gritó:
“Tengo que correr el riesgo, es mi destino, es mi deber, es para lo que he sido fabricado. ¡No puedo quedarme aquí!”
“¿Y dejarme? Eres mi único amigo, lo único que tengo, no me abandones, ¡no quiero! Me ofreciste lo único que tengo en el mundo, y ahora, ¿me lo quieres quitar?”
“No, pero no me puedes pedir que me quede. Me da lo mismo si ahí fuera hay un cementerio de paraguas rotos, de esqueléticas estructuras oxidadas alfombrando un vertedero, me da lo mismo si el viento nos arranca la tela o nos lleva volando por los aires. Tengo que salir al mundo, tengo que vivir, que verlo igual que tú…”
El paraguas negro observó al viejo impermeable y por primera vez entrevió su miedo, su verdadero miedo…Éste temblaba, tiritando de frío y de horror, y sus varillas se estremecían.
Entonces el paraguas negro lo comprendió.
“Nunca has salido al mundo, ¿verdad? Siempre has tenido demasiado miedo, ¿no?”
“Te lo dije, ¿lo recuerdas? Fui el mejor paraguas de la fábrica, un amuleto para el empresario, un intocable, un invendible.”
“¿Invendible?” Preguntó perplejo el paraguas negro. “Entonces no conoces la lluvia, no has salido al mundo, nadie te compró jamás, nadie te usó”
“Viví en el despacho del empresario. Una vez su hijo abrió la ventana y me sacó ahí fuera, me abrió, desplegando mi brillante tela al poderoso viento. Durante unos segundos sentí su poderosa mano oprimiendo, sujetándome. Luego me soltó y quedé suspendido en el aire unos segundos, oponiéndome a la fuerza de la naturaleza como pude. Después cedí a ella y el viento me trasportó unos metros, hasta que caí con estrépito al suelo. Mi madera se agrietó, mi tela se agujereó. Y nunca fui el mismo. Me convertí en una tara, en un producto desechable, en un triste recuerdo de lo que fue un innovador paraguas. Nadie me trató con respeto, nadie me usó con amor. Por eso sé lo que te espera ahí fuera. Tengo años de experiencia, de escuchar y de oír, y de ver. Cien y muchos más años. No quiero que nadie te rompa, no quiero perderte”.
“Somos amigos, buenos amigos, ¿verdad? Tampoco yo quiero perderte. Pero mi propósito es ser vendido, mi sueño es ser comprado. Puede que sólo viva un día, pero sabré a que sabe la lluvia, o que dice el viento mientras lucha conmigo. Puede que sea esa única aventura para lo que he estado preparado todo este tiempo. Así que si soy vendido lo aceptarás y te alegraras por mí.”
El viejo paraguas lo aceptó, no estaba en su naturaleza el egoísmo, e internamente deseó, aunque no con maldad, que su amigo nunca fuese comprado.
Y pasaron algunos años. Un día algo ocurrió en la fábrica. Se llevaron a todos los “de bolsillo” y a todos los paraguas. Alguien recogió toda la mercancía, mucha gente atribulada, muchas voces exaltadas, rumores acerca de crisis y quiebras. Y alguien encontró juntos a los viejos paraguas.
“¿Qué hacemos con estos, los tiramos?” Escucharon decir.
“No, déjame ver, éste tiene pinta de ser muy antiguo”
“¡Eso no vale nada! Y esta roto…”
Por suerte el hombre que encontró al “viejo impermeable” era un coleccionista, un hombre que se sintió muy dichoso de llevarse consigo al antiguo paraguas de más de cien años, para otorgarle un buen lugar en su hogar. Un lugar destacado.
“¿Y que hacemos con el otro?”
El paraguas negro sintió por un momento miedo de acabar en un vertedero, miedo de acabar reciclado. Pero no fue así. Fue llevado a un mercadillo y mas tarde regalado a una señora mayor, una mujer que se alegró de poseer un paraguas con tanta solera como aquel. A pesar de que nunca volvió a ver al “viejo impermeable” más que en sus recuerdos, el paraguas negro se sintió feliz, feliz de descubrir por fin la magia de la lluvia resbalando sobre él.
FIN