Es tan temprano que el sol me hiere la vista. Sé que no debería pero paso de entrar en clase, voy con un poco de retraso y no me apetece más broncas por parte del profe de tecnología. ¿Es mi excusa? Si, y me ayuda con los remordimientos de conciencia. Perderé la asignatura, voy camino de eso, pero a una parte muy pequeñita de mí le importa un bledo.
Atajo por una calle anexa al instituto dispuesta a llegar a un parque próximo. Me gusta pasar el rato bajo el tapiz de árboles multicolores. Lo hago siempre que me doy a la fuga de mis responsabilidades. Esa sensación de conexión con la naturaleza me ayuda a llegar al fondo de mi misma. Es mi parte zen, que busca su introspección.
Ya estoy allí. Percibo algo diferente pero no puedo especificar qué es. Oigo los pájaros. Sus canturreos se abren paso entre los ruidos de los coches y de las maquinas depredadoras de asfalto y parecen parches de luz sonica. Los veo, vuelan a rasante, quizás queriendo encontrar en la parte baja de la ciudad un poco de aire fresco con el que serenar sus cansadas alas. Ya no vuelan en bandadas, en la ciudad el alimento no es bueno y no hay para todos, por eso su vuelo es ahora independiente, sólo los más fuertes sobreviven. Me gusta mirarlos pero ahora me parecen extraños.
Desde allí se divisa el mar, una línea azul que se desvanece, que apaga sus colores. Miro el océano, ¡ya no hay gaviotas! Un graznido de alarma roba mi atención, cómo si los pájaros me estuviesen dando la razón. Luego se alejan espantados, condenando al parque a un silencio sepulcral que acelera mi corazón.
El mar está triste, gris y oscuro, sus aguas están espeluznantemente tranquilas, cómo si se hubiesen congelado. Las barcas están inmóviles, ni siquiera se percibe el ruido de las olas al romper en la orilla. El cielo está incoloro, no hay nada, sólo un silencio que se extiende por calles y plazas, por todos los rincones, por el parque, sobre los edificios, en el césped, en los pájaros, en las ramas repentinamente petrificadas.
Es extraño, parece que sólo yo existo en el mundo, cómo si yo fuese el único ser vivo. Y me da miedo sentirme así.
Abandono el parque y empiezo a correr en dirección al puerto que no está lejos, en el mercado debe haber alguien, ¡tiene que haber alguien! Pero al llegar no veo nada, todo está vacío, mis pasos provocan eco y ese es el único sonido que tengo en mi cabeza. Esos pasos,mis pasos...
Doy vueltas y vueltas, el viento me acompaña jugando con mi pelo y con las hojas del suelo. ¿Dónde está todo el mundo?
Grito, pero nadie me oye.
¿Hay alguien?
Pero nadie me contesta.
Es como si la humanidad hubiera sido engullida por el vacío, un vacío desesperante, pálido, lleno, desafiador.
Música: Ane Brun- To let myself go.