Su
radio-despertador perteneció a su padre, Martín lleva oyéndolo sonar 30 años,
programado para encenderse con su emisora favorita que ahora está centrada en
pasar partes de actualidad sobre la pandemia. Es un despertar crispado, desagradable,
que le oprime el pecho. No es lo mismo levantarse con Marvin Gaye que con la
cifra de contagiados. Ya desde ese momento su ánimo se tiñe de gris, no se colorea
ni cuando su novia, a su lado en la cama, le rodea con los brazos la cintura
desnuda, ni cuando se detiene en su nuca para aspirar con cariño el olor de su
pelo revuelto. Él tiembla, por muchas cosas, frío, miedo, amor, y se aprieta
contra ella que se endereza para dejarle llegar a la ducha, liberándolo del
secuestro fallido de todas las mañanas.
“Hoy
no tardare”, son las falsas promesas que rompe todos los días. Martín es
policía y con frecuencia los operativos en los que se ve envuelto pueden complicarse
demasiado. Ella ya no le pide que lo jure, sería un gasto de saliva inútil, y
al momento le oye bajar a la carrera los tres tramos de escalera hasta la
calle. Tan rápido se va que, sin querer, le da una patada a su bici de montaña,
hace demasiado que está ahí, al lado de la puerta, cómo diciendo algo, con las ruedas
desinfladas. No quiere detenerse demasiado pero se da cuenta de que el barro
seco de las llantas le ha dejado una mancha en el pantalón oscuro. Ese barro
tiene historia. Los caminos ya han tenido tiempo de secarse al sol de la
primavera, pero ese barro aún es una huella del invierno, de antes de que todo
se detuviera.
Martín
va en coche al trabajo, así que acelera un poco, jugueteando con el dial de la
radio, que salta nervioso por voces, ecos, hasta que encuentra la música con la
que viajar fuera de todo esto, de la gravedad y la incertidumbre.
Dentro
del coche policial asignado no suena nada que no sea la emisora policial o los
avisos de emergencias y protección civil, a veces hay interferencias,
cacofonías que no quieren decir nada pero que parecen mensajes del más allá.
“¿Me copias?” Pero él se ha desconectado de la rutina, hasta que reciben un
aviso y las sirenas rompen el techo de sus tímpanos.
Ya
ha desbaratado algunos bares ilegales abiertos en garajes, o gimnasios que
operan de extranjis a puerta cerrada, ya ha tenido que disolver misas y orgías,
y tenido que multar a bañistas y ciclistas que egoístamente se saltan el
confinamiento porque se creen por encima del virus, de las normas, del bien
común, ya ha visto demasiada picaresca, demasiada desobediencia, demasiados
irresponsables insolidarios, ya ha tenido que mediar en peleas conyugales, en
agresiones, robos, asaltos, pero lo peor es la gente que se resiste.
Martín
está preparado para actuar, no con guantes ni mascarilla, eso no se lo
enseñaron en la academia, pero está entrenado para la gente que pierde los
nervios. Cómo ese loco de esa tarde, ese que dice que si se acercan les va a
escupir en la cara. Martin sabe que hay muchos enfermos que se escapan de los
hospitales sin que les den el alta. ¿Puede
este ser uno de ellos? El tipo está amenazando al empleado de una
gasolinera para llevarse todo lo que quiere.
Tiene una actitud chulesca y agresiva. Se jacta, diciendo que está
infectado y que va a hacer que mueran todos. En cuanto tratan de reducirlo,
colocándole una bolsa de plástico en la cabeza, éste consigue lanzar algunos
proyectiles de saliva, que desafortunadamente van a estamparse en la cara de
Martín. Se le encoge el estomago, asqueado de lidiar con delincuentes, con
tramposos, con esa maldad gratuita que es la que hiere al mundo, la que lo
enferma.
Música: The Heavy -
What Makes A Good Man?
6 comentarios:
Me encantan tus cuentos, especialmente estos "Esenciales" porque gracias a tus palabras logro empatizar con el personaje.
Haces mucho bien con tus palabras, Bohemia.
Enhorabuena, un gran abrazo, y ya lo sabes: te quiero mucho 😘 😘 😘 😘
Gran relato, dicen que la realidad supera la ficción, tú la has plasmado real y cruda, tal y como es.
Tiene que ser tremendo. Qué homenaje tan chulo estás haciendo Bohemia. Sin trampas ni cartón.
Besitos!
Hola Carol, gracias por empatizar con el personaje, y gracias por seguir valorando este blog y las palabras. Un fuerte abrazo, yo también te quiero mucho amiga.
:)
Hola Beni, encantada con tu visita al blog, la realidad de estos trabajadores esenciales es así de cruda y dura. Saludos.
:)
Hola Lopillas, gracias por visitar y leer mi blog, y por gustarte este homenaje a los trabajadores esenciales. Besotes
:)
La maldad gratuita. Admiro a quien tiene que lidiar con ella a diario. Admiro que no pierdan la fe en las personas, a pesar de todo. Con lo sencillo que sería todo con un poco de educación, empatía y civismo.
Saludos!
Hola Cleveland, opino igual, admirable quien tenga que aguantar la maldad porque si, y a los que siguen confiando en que todo el mundo tiene su lado bueno y merece que se valore, pero es un trabajo muy quemado. Educación, empatia y civismo faltan en los diccionarios de muchas personas. Saludos y gracias por comentar y visitar el blog.
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