sábado, 12 de diciembre de 2015

Escribiendo


De niña y adolescente me gustaba escribir desde la cama, con la libreta y mi bolígrafo, era un ejercicio nocturno y prolífico, un poco incómodo para la espalda, molesto para el cuello, desgraciado para las sábanas que corrían el peligro de un rayón de tinta, pero agradecido para el alma soñadora.
De joven (bueno de más joven ;)) escribía sin música, sin ambiente, sin mesa ni silla, en cualquier parte, para pasar el rato, por hablar conmigo misma, porque sí. No importaban los ruidos o las interrupciones, nunca perdía el hilo.
Recuerdo bien cuando cambié el boli por la máquina de escribir, y la maquina por el ordenador. Recuerdo la fuerza con la que tecleaba, una manía adquirida de quien por costumbre aprendió a mecanografiar en una de esas antiguas máquinas con teclas recias, duras, desengrasadas y rotas. Una de esas máquinas cantarinas, un poco musicales, con campanillas sonando al final de cada margen, con tecla de retroceso, palanca, rodillo y tabulador. Una máquina heredada, con historia, y un poco abandonada… hasta que yo la encontré.
Folios y más folios llenaba, a veces hasta con tinta roja si la cinta entintada negra se gastaba. Nunca corregía mis textos sobre la marcha, casi no los leía hasta que acababa, a veces ni puntos y aparte ponía para ahorrar, no era de extrañar que el resultado fuese una densa maraña negra, algo parecido a pequeñas hormiguitas recorriendo el papel. Si cerraba un ojo y los miraba con el rabillo del ojo, me parecía que ahí se movían, en aquellas sendas caleidoscópicas, muy vivos, entre esos pequeños espacios en blanco, de un lado para el otro, mordiendo el papel con sus finos dientecillos.  
El ruido de las teclas se me metía tan adentro que creo que hasta me hacía delirar…
Cuando escribía sólo importaba la historia, ni el frío ni el calor me sacaban de mi universo inventado. Sólo estábamos nosotros, sólo éramos mis personajes y yo. No cabían los parones para ir a picar a la nevera, ni el segundo o tercer descanso para roer la azucarada chuche, ni el minutillo para mirar el móvil, ni el paseo hasta la ventana...
Sigo escribiendo (o lo intento), pero ni de lejos con la misma intensidad y pasión que cuando lo hacía en aquellas libretas escolares, de noche, en mi cama, con el boli bic de cristal azul. Mis distracciones se han desatado, mis manías también: el clima me afecta, el runrún de la gente que pasa, las voces que llaman, los pasos que vienen y van, el perro que me mira, esa campanita siempre alerta del mundo virtual, ese buzón entrante que no parpadea pero lo parece, el ruido de los aparatos eléctricos en funcionamiento, sobre todo, odiosamente, especialmente, la secadora, infernal artilugio que me saca de la atmosfera que de pronto me cuesta crear, tengo que releer y corregir, y seguir corrigiendo lo corregido, y leer, y decirlo en voz alta, y cambiar la voz, y… ¡no funciona!
He vuelto a escribir desde la cama, te confesaré así ente nosotros que todo bien, como no hay ruido puedo concentrarme, sólo hay un pequeño problema con el que no contaba (o que no recuerdo que antes me pasara) … lo rápida, lo instantánea, lo indignamente que me entra el sueño cuando lo hago, ¡ay, creo que me estoy haciendo mayor! Que va, si es que así no se puede.


Eso de las manías al escribir es tan universal en el que tiene por diversión esto de juntar letras, que mira tú si no…

–El conde de Buffon sólo podía escribir vestido de etiqueta, con puños y chorreras de encaje y con la espada colgando de su cinturón.
–Alejandro Dumas, padre, solía vestir cuando escribía algo similar a una sotana de color rojo, con amplias mangas y en los pies, unas sandalias.
–Chateaubriand dictaba sus textos a su secretario mientras caminaba descalzo sin parar por la habitación.
–Víctor Hugo repetía una y otra vez, mientras caminaba por la habitación, las frases y los versos, para correr a escribirlos cuando le sonaban suficientemente bien.
Para cumplir los plazos impuestos para la escritura, Víctor Hugo le daba orden a su criado de que custodiara sus ropas y no se las entregara hasta que hubiera acabado el plazo, por muy pesado que se pusiera pidiéndolas.
–Jean-Jacques Rousseau prefería trabajar al aire libre, en pleno campo, si era posible con sol y para evitar los ruidos se ponía tapones en los oídos.
–Montaigne escribía encerrado en una torre abandonada.
Schiller, un poeta alemán, escribía con los pies metidos en un barreño lleno de agua helada.
–A Lord Byron le inspiraba el aroma de las trufas y por eso siempre solía llevar algunas con él en sus bolsillos.
–Gustave Flaubert no se ponía a escribir hasta haberse fumado, al menos, una pipa.
Honoré de Balzac se acostaba a media tarde y una criada le despertaba a medianoche. Entonces se vestía con una túnica blanca y se ponía a escribir durante horas.
Balzac consumía tazas y tazas de café mientras escribía. No es de extrañar que así alcanzara la cantidad de obras que alcanzó, más de cien.
–Thomas Mann reunía por las noches a su familia y les leía lo que había escrito a lo largo del día. Su familia opinaba y discutían y a veces Mann cambiaba su texto en base a ello.
–Galdós se ponía una capa sobre los hombros, una boina azul y una manta sobre las piernas y solía hacer pequeños dibujos en sus manuscritos, en los márgenes o entre las líneas.
–Mark Twain llevaba la cuenta exacta de las palabras que escribía y escribía el número cada cierto número de páginas en sus manuscritos.
Georges Simenon marcaba ocho días en un calendario para dedicarlos exclusivamente a escribir, y cuatro días para relectura y correcciones. Las ideas básicas las iba escribiendo en una carpeta amarilla.
Georges Simenon escribía sin parar y para ello tenía muchísimos lápices perfectamente afilados en su escritorio. Su mujer era la encargada de sacar punta diligentemente a aquel ejército.
–Muchos escritores han trabajado habitualmente en cafeterías: Claudio Magris, Larra, González Ruano, Ramón Gómez de la Serna, Sartre…
En cambio, otros no han encontrado mejor lugar que su casa: Don DeLillo, Pío Baroja, Neruda, Domenio Rea… Mario Benedetti, en cambio, necesitaba estar en casa para escribir una novela pero podía escribir poesía en cualquier lado.
Don DeLillo asegura que escribir en el ordenador no le gusta porque echa de menos el repiqueteo de la máquina de escribir. En cambio, Gabriel García Márquez aseguraba que si hubiera tenido antes su ordenador había escrito cien libros y cien veces mejores


Fuentes:

5 comentarios:

lopillas dijo...

jjajjaja a mí me pasa al leer en la cama, me quedo frita en menos uno, fatal.
Muy curiosos los hábitos de cada uno para crear ambiente. Yo tengo mi rinconcito para dibujar y a veces la música me molesta. Adoro el silencio.
Besitos bohemia, siempre enseñándonos cosas tan interesantes

Montse dijo...

¡Qué chulo lo que has escrito sobre como escribes! Tiene humor, delicadeza, realidad y hasta un puntito de fantasía ¡me encanta!
Pues sí, eso de escribir tiene su tela, no me imagino vestida con algo especial, ni descalza, ni en un café (sí tomando café), ni numerando las palabras.. claro que no me imagino escribiendo tan bien como esos veinte ¡excelente tu recopilación!

¿Ninguna mujer?, es curioso, será que nosotras no tenemos manías y escribimos cuando podemos más que cuando queremos. Eso me pasa a mí, jeje.

Muchos besos y feliz finde :)

Ana Bohemia dijo...

Hola Lopillas, a mí me gusta el silencio de vez en cuando, otras necesito un poco de música, me ambienta, pero tiene que ser instrumental, si es con letra entonces me pongo a cantarla sin darme cuenta y no hago nada, jaja... o a bailarla :D
Besotes, gracias por seguir entrando a mi mundi.
;D

Hola Montse, también me percaté de que faltaban mujeres en esa lista, puede ser cómo bien dices que nosotras no estamos para tonterias, y escribimos cuando podemos mas que cuando queremos.
Muchas gracias por seguir leyéndome.
Un besote inmenso.
:D

Anónimo dijo...

Ana:
Gracias por contarnos esa parte de tu vida; no sabes lo bonito que ha sido imaginarte tan feliz escribiendo durante las distintas fases en esta era tan loca de Internet.
Aun así me alegro mucho haberte conocido, pues no solo eres una gran persona, sino que con tus escritos me aportas mucho.
Gracias, amiga.
Carol

Ana Bohemia dijo...

Gracias a ti por leerme. Pues parece una tontería pero fíjate si vamos cambiando y evolucionando que mi manera de escribir también lo ha hecho, ahí es cuando me doy cuenta de que me hago mayor, ay dios.
Yo también me alegro de haberte conocido, eres una parte muy importante del blog y una gran amiga, y me alegra saber que estos pequeños fragmentos de letras suponen algo para ti.
Un abrazo inmenso
:D

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