De niña y adolescente me gustaba escribir
desde la cama, con la libreta y mi bolígrafo, era un ejercicio nocturno y
prolífico, un poco incómodo para la espalda, molesto para el cuello,
desgraciado para las sábanas que corrían el peligro de un rayón de tinta, pero
agradecido para el alma soñadora.
De joven (bueno de más joven ;)) escribía
sin música, sin ambiente, sin mesa ni silla, en cualquier parte, para pasar el
rato, por hablar conmigo misma, porque sí. No importaban los ruidos o las
interrupciones, nunca perdía el hilo.
Recuerdo bien cuando cambié el boli por la máquina
de escribir, y la maquina por el ordenador. Recuerdo la fuerza con la que
tecleaba, una manía adquirida de quien por costumbre aprendió a mecanografiar
en una de esas antiguas máquinas con teclas recias, duras, desengrasadas y rotas.
Una de esas máquinas cantarinas, un poco musicales, con campanillas sonando al
final de cada margen, con tecla de retroceso, palanca, rodillo y tabulador. Una
máquina heredada, con historia, y un poco abandonada… hasta que yo la encontré.
Folios y más folios llenaba, a veces hasta
con tinta roja si la cinta entintada negra se gastaba. Nunca corregía mis
textos sobre la marcha, casi no los leía hasta que acababa, a veces ni puntos y
aparte ponía para ahorrar, no era de extrañar que el resultado fuese una densa maraña
negra, algo parecido a pequeñas hormiguitas recorriendo el papel. Si cerraba un
ojo y los miraba con el rabillo del ojo, me parecía que ahí se movían, en
aquellas sendas caleidoscópicas, muy vivos, entre esos pequeños espacios en
blanco, de un lado para el otro, mordiendo el papel con sus finos dientecillos.
El ruido de las teclas se me metía tan
adentro que creo que hasta me hacía delirar…
Cuando escribía sólo importaba la historia,
ni el frío ni el calor me sacaban de mi universo inventado. Sólo estábamos nosotros,
sólo éramos mis personajes y yo. No cabían los parones para ir a picar a la
nevera, ni el segundo o tercer descanso para roer la azucarada chuche, ni el
minutillo para mirar el móvil, ni el paseo hasta la ventana...
Sigo escribiendo (o lo intento), pero ni de
lejos con la misma intensidad y pasión que cuando lo hacía en aquellas libretas
escolares, de noche, en mi cama, con el boli bic de cristal azul. Mis
distracciones se han desatado, mis manías también: el clima me afecta, el runrún
de la gente que pasa, las voces que llaman, los pasos que vienen y van, el
perro que me mira, esa campanita siempre alerta del mundo virtual, ese buzón
entrante que no parpadea pero lo parece, el ruido de los aparatos eléctricos en
funcionamiento, sobre todo, odiosamente, especialmente, la secadora, infernal
artilugio que me saca de la atmosfera que de pronto me cuesta crear, tengo que
releer y corregir, y seguir corrigiendo lo corregido, y leer, y decirlo en voz
alta, y cambiar la voz, y… ¡no funciona!
He vuelto a escribir desde la cama, te
confesaré así ente nosotros que todo bien, como no hay ruido puedo
concentrarme, sólo hay un pequeño problema con el que no contaba (o que no
recuerdo que antes me pasara) … lo rápida, lo instantánea, lo indignamente que me entra el sueño cuando lo hago, ¡ay, creo que me estoy haciendo mayor!
Que va, si es que así no se puede.
Eso de las manías al escribir es tan
universal en el que tiene por diversión esto de juntar letras, que mira tú si
no…
–El conde de
Buffon sólo podía escribir vestido de etiqueta, con puños y chorreras de encaje
y con la espada colgando de su cinturón.
–Alejandro Dumas,
padre, solía vestir cuando escribía algo similar a una sotana de color rojo,
con amplias mangas y en los pies, unas sandalias.
–Chateaubriand
dictaba sus textos a su secretario mientras caminaba descalzo sin parar por la
habitación.
–Víctor Hugo
repetía una y otra vez, mientras caminaba por la habitación, las frases y los
versos, para correr a escribirlos cuando le sonaban suficientemente bien.
Para cumplir los plazos impuestos para
la escritura, Víctor Hugo le daba orden a su criado de que custodiara sus ropas
y no se las entregara hasta que hubiera acabado el plazo, por muy pesado que se
pusiera pidiéndolas.
–Jean-Jacques
Rousseau prefería trabajar al aire libre, en pleno campo, si era posible con
sol y para evitar los ruidos se ponía tapones en los oídos.
–Montaigne
escribía encerrado en una torre abandonada.
–Schiller, un poeta
alemán, escribía con los pies metidos en un barreño lleno de agua helada.
–A Lord Byron le
inspiraba el aroma de las trufas y por eso siempre solía llevar algunas con él
en sus bolsillos.
–Gustave Flaubert
no se ponía a escribir hasta haberse fumado, al menos, una pipa.
–Honoré de Balzac
se acostaba a media tarde y una criada le despertaba a medianoche. Entonces se
vestía con una túnica blanca y se ponía a escribir durante horas.
Balzac consumía
tazas y tazas de café mientras escribía. No es de extrañar que así alcanzara la
cantidad de obras que alcanzó, más de cien.
–Thomas Mann
reunía por las noches a su familia y les leía lo que había escrito a lo largo
del día. Su familia opinaba y discutían y a veces Mann cambiaba su texto en
base a ello.
–Galdós se ponía
una capa sobre los hombros, una boina azul y una manta sobre las piernas y
solía hacer pequeños dibujos en sus manuscritos, en los márgenes o entre las
líneas.
–Mark Twain
llevaba la cuenta exacta de las palabras que escribía y escribía el número cada
cierto número de páginas en sus manuscritos.
–Georges Simenon
marcaba ocho días en un calendario para dedicarlos exclusivamente a escribir, y
cuatro días para relectura y correcciones. Las ideas básicas las iba
escribiendo en una carpeta amarilla.
Georges Simenon
escribía sin parar y para ello tenía muchísimos lápices perfectamente afilados
en su escritorio. Su mujer era la encargada de sacar punta diligentemente a
aquel ejército.
–Muchos
escritores han trabajado habitualmente en cafeterías: Claudio Magris, Larra,
González Ruano, Ramón Gómez de la Serna, Sartre…
En cambio, otros
no han encontrado mejor lugar que su casa: Don DeLillo, Pío Baroja, Neruda,
Domenio Rea… Mario Benedetti, en cambio, necesitaba estar en casa para escribir
una novela pero podía escribir poesía en cualquier lado.
–Don DeLillo
asegura que escribir en el ordenador no le gusta porque echa de menos el
repiqueteo de la máquina de escribir. En cambio, Gabriel García Márquez
aseguraba que si hubiera tenido antes su ordenador había escrito cien libros y
cien veces mejores
Fuentes:
5 comentarios:
jjajjaja a mí me pasa al leer en la cama, me quedo frita en menos uno, fatal.
Muy curiosos los hábitos de cada uno para crear ambiente. Yo tengo mi rinconcito para dibujar y a veces la música me molesta. Adoro el silencio.
Besitos bohemia, siempre enseñándonos cosas tan interesantes
¡Qué chulo lo que has escrito sobre como escribes! Tiene humor, delicadeza, realidad y hasta un puntito de fantasía ¡me encanta!
Pues sí, eso de escribir tiene su tela, no me imagino vestida con algo especial, ni descalza, ni en un café (sí tomando café), ni numerando las palabras.. claro que no me imagino escribiendo tan bien como esos veinte ¡excelente tu recopilación!
¿Ninguna mujer?, es curioso, será que nosotras no tenemos manías y escribimos cuando podemos más que cuando queremos. Eso me pasa a mí, jeje.
Muchos besos y feliz finde :)
Hola Lopillas, a mí me gusta el silencio de vez en cuando, otras necesito un poco de música, me ambienta, pero tiene que ser instrumental, si es con letra entonces me pongo a cantarla sin darme cuenta y no hago nada, jaja... o a bailarla :D
Besotes, gracias por seguir entrando a mi mundi.
;D
Hola Montse, también me percaté de que faltaban mujeres en esa lista, puede ser cómo bien dices que nosotras no estamos para tonterias, y escribimos cuando podemos mas que cuando queremos.
Muchas gracias por seguir leyéndome.
Un besote inmenso.
:D
Ana:
Gracias por contarnos esa parte de tu vida; no sabes lo bonito que ha sido imaginarte tan feliz escribiendo durante las distintas fases en esta era tan loca de Internet.
Aun así me alegro mucho haberte conocido, pues no solo eres una gran persona, sino que con tus escritos me aportas mucho.
Gracias, amiga.
Carol
Gracias a ti por leerme. Pues parece una tontería pero fíjate si vamos cambiando y evolucionando que mi manera de escribir también lo ha hecho, ahí es cuando me doy cuenta de que me hago mayor, ay dios.
Yo también me alegro de haberte conocido, eres una parte muy importante del blog y una gran amiga, y me alegra saber que estos pequeños fragmentos de letras suponen algo para ti.
Un abrazo inmenso
:D
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