Siempre habían estado juntos, así que no podía recordar la
primera vez que se vieron. Debió ser en la casa de su primo, continuamente
llena de visitas y vecinos. Ella era libre como un pájaro, jovial y divertida,
una niña consentida que no sabía demasiado de la vida, igual que le pasaba a
él. Jugaban juntos pero nunca la vio como una amiga, ella era demasiado
despreocupada como para tomarla en serio o plantarle una etiqueta.
Naturalmente pasaron de jugar a juguetear. No sabía si era
amor lo que le llevaba a mirarla con otros sentimientos porque lo que sabía del
amor era que debía ser un acto hermoso entre dos personas enamoradas, el amor
debía ser una unión de afecto, de entrega, una alianza solemne, pero no había sido
así, no había empezado así.
Había
habido deseo, había habido cierta ferocidad, y un poco de morbo, y un poco de
turbación por si eran descubiertos, y urgencia, había habido urgencia cuando él
cruzó la habitación, la tomó por los hombros, la levantó de la silla y
aparatosamente la besó en los labios. Durante un rato sintieron que podían comerse
a besos... y boqueando ambos intentaron respirar sin conseguirlo. Sus pies
tropezaron. Sus manos se rodearon por las cinturas. Cayeron sobre el sofá uno
sobre el otro, con los ojos relampagueando de avidez. Cuando los labios se
pusieron libidos él la curó posando su boca sobre su boca, y así la
alivió, saboreando con gusto, lentamente, la jugosa carne de sus labios.
Ninguno sabía que se podía sentir todo aquello y celebraron aquel
descubrimiento muchas más veces. Siempre a solas, a escondidas, como dos
amantes clandestinos.
Entonces
él se enteró que ella siempre había sido la novia de su primo, y en el fondo no
se sorprendió ni se sintió traicionado. Se alejó, eso sí, y trató de mantenerse
a un lado. No podía desaparecer del todo así que intentó anestesiar sus
sentimientos, apagarlos, frenarlos, contenerse… Fue ella la que no se ató, la
que no renunció a la pasión que sentía estando a su lado, esa pasión que era la
medicina que nunca recibía, la que su novio nunca le ofrecía. Con ese argumento
volvió a su lado, siempre de manera secreta, siempre velando por no ser
descubiertos. Y fue fácil hacerlo, al menos durante un tiempo.
Su
lugar favorito para encontrarse era allí donde crecía la hierba alta, al otro
lado del caserón, donde terminaban las lindes de la propiedad. Recostados boca
arriba cerraban los ojos a la brisa, medio despiertos, semidesnudos, embrujados
por el sonido que el viento emitía al pasar rozando las hojas de los árboles. Respiraban
juntos, hondo, creyendo que todo sería siempre tan dulce como ese sonido.
Pero la clandestinidad empezó a pesar, y en parte también
los celos, esa tristeza que se le antojaba un cuchillo en su corazón cuando sus
dedos repasaban sobre el cuerpo de ella las señales que otro amante había
grabado a fuego y saliva sobre su cuello.
–Me voy –le dijo un día–, no soporto sentirme así, tan
frágil, tan asustado por lo que siento, por lo que haría por ti, tan abatido,
tan vencido por tu ser, por tu cuerpo, por tu risa, por tu aliento… y por ti.
Y el tiempo siguió su marcha hacia adelante. Unas cuantas
vueltas al sol más tarde volvieron a coincidir. Ella ya era una mujer casada.
Él no aspiraba a ello ni lo buscaba. Respetaba a su primo pero seguía siendo
débil y volvió a sucumbir. Volvió la pasión, la urgencia, la necesidad, y vino
acompañada de un furioso compañero; la posesión.
En público él hacía como si no se soportaran, y a otros
ojos parecería que él se conformaba con un roce accidental, una mirada furtiva,
un saludo casual para sentirla cerca, ese escueto momento del beso en la
mejilla para oler su piel, para sentir su calor… En privado era todo muy
distinto, porque en su escondite la maleza seguía creciendo alta pero la brisa
ya no era fragante ni dulce.
–Tengo miedo cuando me miras así –Le confesó ella en uno de
sus encuentros, cuando, piel con piel, sus senos pequeños y redondos
presionaban aquellos otros, lisos y suaves, que trasportaban hasta su nariz un
ligero aroma a hierba sesgada.
–Y yo –susurró él muy despacio en su oído–, tengo miedo de
sentir ciertas cosas que aún están en mí, que me arañan y me consumen, sin
embargo, ¿por qué te quiero?
–No
deberíamos seguir con esto, no podemos, ya hay rumores, sabemos que
nuestros actos traen consecuencias…
–¿Desde cuándo te importa eso?
¿Le
importaba?
Él tenía razón, no lo hacía. Y por otro lado estaban demasiado atrapados en su
espiral amorosa como para salir indemnes de ello. Nunca serían un capítulo
cerrado.
–Me
acerco a ti y tú huyes, te tiendo mi mano y la rechazas. Sólo hay un lugar en
el que realmente seas mía y es este… –Él apresó con sus manos su rostro–. No,
no hagas eso, entornas los ojos cuando estas cansada, no quieres decir adiós,
no quieres decir hasta aquí, no quieres ver ni sentir esto, pero siempre vienes
y sientes esto, hay algo en ti que sólo se quiere dejar llevar, antes te creías
fuerte ahora eres sólo débil…
–¿Hasta cuándo podremos seguir con esto?
–¿No puede ser para siempre?
Y sintió que en realidad ya habían pasado una eternidad
allí tumbados, en la hierba, sobre la tierra, sin que importara nada ni nadie,
esclavos de algo que no deberían sentir y que sin embargo sentían, explotando
una pasión que nunca terminaba.
“Y así dos orillas
tu corazón y el mío, pues, aunque las separa la corriente de un río, por debajo
del río se unen secretamente”.
José Angel Buesa
9 comentarios:
Un relato muy bonito y con pasión. El amor siempre es bello pero sin que haya falsedad y engaño. Un abrazo
Ana, siempre me sorprendes aun sabiéndote tan excelente escritora. ¡Qué bien recreado! He sentido a los personajes y no puedo juzgarlos. Eso me gusta; creas empatía porque son tan reales que podrían ser amigos nuestros.
Un beso.
Un relato magnífico, como siempre.
Carol.
Un hermosa historia de amor secreto ¡qué preciosidad de relato! tiene la dulzura y la intensidad precisa.
Escribes muy bien, Ana, me ha encantado.
Un beso enorme.
Me ha encantado ese final abierto allí tumbados sobre el prado, envueltos por el olor de la hierba segada, como los protagonistas de "El amante de Lady Chatterley". Un amor con aromas de jardín.
Saludos!
Borgo.
Hola Ana, muchas gracias por leerme, no se puede condenar al amor.
Un abrazo
:D
Hola Carol, otra vez y como siempre muchas gracias, eres siempre muy amable conmigo y con lo que escribo, ese me ayuda bastante.
Un abrazote
;)
Hola Montse, gracias a ti por tu dulzura, encantada de que te guste el relato.
Un besote inmenso
:D
Hola Miquel, pues sí, has dado en el clavo, con aroma a jardín. Muchas gracias por visitar mi blog y leerme.
Un abrazo
;)
"El mayor error del ser humano es intentar sacarse de la cabeza aquello que no puede sacarse del corazón"
Me ha gustado muchísimo el relato, pasión en tus letras.
Besitos Bohemia
Hola Lopillas, sabiduria popular en muchas frases y refranes, siempre en torno al amor y al desamor, creo que son fuerzas que nos mueven, a veces se nos distrae la brújula porque el amor tiene esa capacidad, nubla, pero es así.
Gracias por leerme, feliz de que te guste.
;)
Hola Ana.
Me ha gustado el relato, lo he sentido muy real. Hay mucha gente que se comporta así. Vienen, van y vuelven varias veces como si fueran droga el uno para el otro aunque sean como el agua y el aceite. Es una pena, pensando en la vida real, que se den situaciones como la que describes. Ya tiene que doler que te traicione quien quieres, pero que encima sea con un familiar tuyo o un buen amigo, tiene que ser el colmo, pero este primo está muy ciego porque no se entera o... no le interesa enterarse
Un abrazo :)
Hola Natalia, muchísimas gracias por sentirlo real, por leerlo, y opinar. El amor es una droga, para el cerebro, así que es lógico que haya personas que se enganchan la una a la otra de manera muy insana. Las traiciones sentimentales duelen y mas viniendo de gente muy cercana... sí yo creo que ese rimo no quería enterarse.
Un abrazo gigante
:D
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