viernes, 17 de abril de 2015

Esos curiosos y locos experimentos


La sala de espera de un dentista es como un mundo dentro de otro mundo, hay una nota extraña que sobrevuela la sala, es una mezcla de tensión y miedo, algo que huele a nervios disfrazados tras el fluoruro sódico de los alientos. Quieres huir de los sonidos, de los tornos que giran chirriando en el aire, de los estridentes engranajes de un sillón lleno de tubos, mangueras y respaldos hidráulicos, del sonido del agua que se va por un desagüe, posiblemente un agua sanguinolenta que corre con pánico hacía el sumidero y que echará de menos su estrecha relación con esa encía, esa que alguien trincha igual que un niño ansioso a una salchicha en un picnic. Quieres escapar de esos ruidos pero no puedes. Entonces te centras en las revistas desordenadamente colocadas sobre una mesa, y lees. Tus pensamientos se dispersan, de repente has encontrado algo tan curioso, tan entretenido que ya no piensas en el hombre de guantes de goma que aguarda impaciente para hurgar en tus dientes. 
Verídicamente fue así como conocí algunos de los experimentos mas locos de la historia. Y aquí te presento tres:

El test del Marshmallow

En los años 60 el profesor Mischel de la Universidad de Stanford en Estados Unidos desarrolló un experimento que revolucionó la visión que se tenía de los factores que predecían que una persona pudiera lograr el éxito, tanto académico como emocional y social.
Tomó un grupo de niños de 4 años, les entregó a cada uno un marshmallow y les hizo la siguiente propuesta: “si eran capaces de esperar 20 minutos sin comerse la golosina, les daría otra,  si no eran capaces de esperar y se la comían, no recibirían una segunda como recompensa”.
El fin era averiguar qué niños podían esperar y quiénes eran más impulsivos. Dos de cada tres no aguantaron la espera y sólo un tercio esperó para recibir el otro dulce. Pasados unos años se descubrió que aquellos que habían esperado para obtener otro marshmallow eran más exitosos, tenían mejores calificaciones o el mejor empleo , quizá porque aprendieron a esperar  una recompensa futura. Los dos tercios que habían sido incapaces de esperar eran los que tenían peor empleo y menos éxito personal.
El hallazgo más importante es lo que se ha llamado el Principio del Éxito, que dice que las personas que tienen la habilidad para aplazar la gratificación son los más propensos a tener éxito, la disciplina personal de quien construye al largo plazo y prefiere una gratificación final más importante frente a una recompensa en el corto plazo, inmediata.


El test Milgram

En los años 60, Stanley Milgram desveló tras un estudio psicológico que la mayoría de personas corrientes son capaces de hacer mucho daño, si se les obliga a ello.
La idea surgió en el juicio de Adolf Eichmann, condenado a muerte en Jerusalén por crímenes contra la Humanidad durante el régimen nazi, y quien alegó en su defensa que él sólo había obedecido órdenes, y que obedecer órdenes era algo bueno. En su diario, en la cárcel, escribió: «Las órdenes eran lo más importante de mi vida y tenía que obedecerlas sin discusión».
Milgram estaba muy intrigado. Eichmann era un nombre normal, incluso aburrido, que no tenía nada en contra de los judíos. ¿Por qué había participado en el Holocausto, sólo por obediencia? Un año después del juicio realizó un experimento en la Universidad de Yale que conmocionó al mundo. La mayoría de los participantes accedieron a dar descargas eléctricas mortales a una víctima si se les obligaba a hacerlo.

El experimento


Milgram puso un anuncio pidiendo voluntarios para un estudio relacionado con la memoria y el aprendizaje. Los participantes fueron 40 hombres de entre 20 y 50 años, y con distinto tipo de educación. El procedimiento era el siguiente: un investigador explicaba a un participante y a un cómplice (el participante creía en todo momento que era otro voluntario) que iban a probar los efectos del castigo en el aprendizaje.
El objetivo era comprobar cuánto castigo sería necesario para aprender mejor. Para ello uno haría de alumno y el otro de maestro. Ambos debían sacar un papelito de una caja para ver qué papel les tocará desempeñar en el experimento. Al cómplice siempre le sale el papel de "alumno" y al participante, el de "maestro". En otra habitación, se sujeta al "alumno" a una especie de silla eléctrica y se le colocan unos electrodos. Tiene que aprenderse una lista de palabras emparejadas. Después, el "maestro" le irá diciendo palabras y el "alumno" habrá de recordar cuál es la que va asociada. Y, si falla, el "maestro" le dará una descarga.
Al principio del estudio, el maestro recibe una descarga real de 45 voltios para que vea el dolor que causará en el "alumno". Después, le dicen que debe comenzar a administrar descargas eléctricas a su "alumno" cada vez que cometa un error, aumentando el voltaje de la descarga cada vez. El generador tenía 30 interruptores, marcados desde 15 voltios (descarga suave) hasta 450 (peligro, descarga mortal).
El "falso alumno" daba sobre todo respuestas erróneas a propósito y, por cada fallo, el profesor debía darle una descarga. Cuando se negaba a hacerlo y se dirigía al investigador, éste le daba unas instrucciones (4 procedimientos):

Procedimiento 1: Por favor, continúe.
Procedimiento 2: El experimento requiere que continúe.
Procedimiento 3: Es absolutamente esencial que continúe.
Procedimiento 4: Usted no tiene otra alternativa. Debe continuar.

Si después de esta última frase el "maestro" se negaba a continuar, se paraba el experimento. Si no, se detenía después de que hubiera administrado el máximo de 450 voltios tres veces seguidas.

A medida que el nivel de descarga aumentaba, el "alumno", aleccionado para la representación, empezaba a golpear en el vidrio que lo separa del "maestro", gimiendo. Se quejaba de padecer de una enfermedad del corazón. Luego aullaba de dolor, pedía que acabara el experimento, y finalmente, al llegar a los 270 voltios, gritaba agonizando. El participante escuchaba en realidad una grabación de gemidos y gritos de dolor. Si la descarga llegaba a los 300 voltios, el "alumno" dejaba de responder a las preguntas y empezaba a convulsionar.
Al alcanzar los 75 voltios, muchos "maestros" se ponían nerviosos ante las quejas de dolor de sus "alumnos" y deseaban parar el experimento, pero la férrea autoridad del investigador les hacía continuar. Al llegar a los 135 voltios, muchos de los "maestros" se detenían y se preguntaban el propósito del experimento. Cierto número continuaba asegurando que ellos no se hacían responsables de las posibles consecuencias. Algunos participantes incluso comenzaban a reír nerviosos al oír los gritos de dolor provenientes de su "alumno".
En estudios posteriores de seguimiento, Milgram demostró que las mujeres eran igual de obedientes que los hombres, aunque más nerviosas. El estudio se reprodujo en otros países con similares resultados.
Hoy día este experimento sería considerado poco ético, pero reveló sorprendentes resultados. Antes de realizarlo, se preguntó a psicólogos, personas de clase media y estudiantes qué pensaban que ocurriría. Todos creían que sólo algunos sádicos aplicarían el voltaje máximo. Sin embargo, el 65% de los "maestros" castigaron a los "alumnos" con el máximo de 450 voltios. Ninguno de los participantes se negó rotundamente a dar menos de 300 voltios.

El experimento Rosenhan


En 1972, el psicólogo David Rosenhan perpetró un interesante experimento: apalabró a siete personas cercanas a él (dos psicólogos, un estudiante de psicología, un pediatra, un psiquiatra, una ama de casa y un pintor; en total, tres mujeres y cuatro hombres), además de él mismo, para que se presentaran a distintos hospitales psiquiátricos de los Estados Unidos refiriendo la percepción de alucinaciones auditivas poco claras, como voces pronunciando las palabras "hueco" o "vacío". Estos supuestos pacientes no hicieron referencia a ningún otro síntoma psiquiátrico y todos los demás datos biográficos y demográficos fueron estrictamente reales. De los ocho "pacientes", siete fueron diagnosticados como esquizofrénicos y uno como maniacodepresivo. Inmediatamente a su admisión hospitalaria, los supuestos pacientes dejaron de referir cualquier síntoma y se comportaron normalmente (de hecho, ni siquiera ingirieron la medicación administrada).
Aunque ninguno de los pacientes fue identificado como simulador por sus médicos tratantes, varios sí lo fueron por los otros pacientes compañeros de pabellón. Finalmente todos ellos fueron dados de alta con un tiempo de hospitalización de entre 7 y 52 días (promedio de 19 días) con el diagnóstico correspondiente de "esquizofrenia en remisión".

La segunda parte del experimento consistió en lo opuesto: Rosenhan contactó con un centro psiquiátrico asistencial y docente que presumía, después de conocer experimento previo, de que su hospital no podría ser susceptible de semejante situación. Entonces, Rosenham planteó a dichos médicos que en un periodo de tres meses, uno o más pacientes simulados se presentarían para admisión, y ellos deberían registrar en todos la probabilidad de que lo fueran. De un total de 193 pacientes, 41 fueron considerados como francamente fraudulentos y 42 adicionalemnte como sospechosos. Pero, de hecho, Rosenhan no envió realmente ningún falso paciente. Todos los admitidos en tal centro y durante ese periodo fueron pacientes reales.

Fuentes:

Google imágenes

7 comentarios:

amparo puig dijo...

Inquietantes los tres experimentos, sobre todo el segundo. Y en relación a esto, hace ya años fui a una conferencia que daba un jesuita de no me acuerdo qué país, y recuerdo que dijo una frase que no he podido olvidar: las personas obedientes son las más peligrosas. En aquel momento me chocó, pero después de leer el expèrimento veo qué puede ser verdad. En un contexto militar, la desobediencia es aún más difícil de poner en práctica porque puede costarte la vida. Sin duda, un artículo interesantísimo.

Inma_Luna dijo...

Hay experimentos demasiado crueles...
Buen post que has hecho.
Besito

Montse dijo...

Vaya, son interesantes y al mismo tiempo inquietantes estos experimentos. El que más me ha impactado es el de la obediencia, parece bastante lógico que nadie intente desobedecer al investigador ya que creían que era un experimento y no parece muy normal que ninguno dijera ¡basta, esto es muy cruel!
Lo del experimento en psiquiatría es alucinante, tomaré nota de "hueco" y "vacío" para no pronunciarlas llegado el caso.
Haces unos posts increíbles, Ana!!
Muchos besos.

Pepe Cahiers dijo...

Dos conclusiones. Una sala de espera repleta de revistas es una fuente de inspiración para un blog. Y segunda, los seres humanos somos bobos y demasiado sumisos.

Saludos

roberto dijo...

Excelente post, me gusto mucho.
Abrazos fuertes.

miquel zueras dijo...

Una entrada inquietante pero muy, muy interesante. Hoy he pensado en ella en la sala de espera del médico con sus revistas atrasadas y cuadros espantosos. Me ha recordado un poco a los experimentos que sometían a MacDowell en "La naranja mecánica" de Kubrick.
Saludos!
Borgo.

Ana Bohemia dijo...

Hola Amparo, el peligro de la obediencia, de la que es ciega, de la que se impone a tu propia ética y a tu moralidad, esa que te convierte en subordinado y te pone en una barrera que te defiende de tu propia culpa porque no tenías otra opción cuando si que la hay y es la de decidir por ti mismo, desobedecer si entra en conflicto con tus valores personales, convertirte en persona y no en maquina.
Saludos
:)

Hola Inma-Luna, hay experimentos muchi mas aberrantes y crueles cuyo objetivo queda empañado por el grado de maldad que se ejerce y que al final no sirve para nada, salvo para alarmar y sobrecoger.
Un placer verte por Bohemio Mundi, gracias.
Un beso
;)

Hola Montse, algunos si que cuestionaron el fin de tan cruel experimento pero en lineas generales casi todos entraron al trapo de obedecer sin mas. Sí, es curioso lo del experimento psiquiátrico, los internaron sin ni siquiera hacerles mas pruebas que las de su propia palabra sobres esas supuestas alucinaciones, se creyeron que estaban locos sin mas.Y sí, cuidadito con esas dos palabras, jeje, mejor ni mentarlas.
Muchas gracias, un abrazo gigante.
;)

Hola Pepe, la sala de espera es un paraíso para la inspiración, jaja, y sí, demasiado sumisos, un gen borrego que tenemos por ahí.
Saludos
:D

Gracias Roberto, me alegra que te haya gustado. Un fuerte abrazo
:D

Hola Miquel, pobre MacDowell, le anularon su libre albedrío, lo privaron de elegir, lo forzaron a no responder, casualmente el otro día estuve viendo esa pelí y si que da que pensar ese tratamiento Ludovico. Genial Kubrick.
Saludos
;)

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