Sobre las seis de la tarde la enjuta señora Mallowan entró de puntillas en una oscura habitación que no era la suya. Al encender la lámpara se llevó un buen susto, no había esperado hallar allí al atusado detective.
-¿Busca a alguien? -preguntó éste con su
marcado acento-, ¿alguien que no ha
venido...? ¡Oh, es inútil!, no ha aparecido y no va a venir, Nancy tampoco,
pero no tema ya están en busca y captura. No ponga esa cara, duele, ¡lo sé!,
pero es mejor que se despida de él, igual que usted le va a decir adiós a su
libertad, después de todo, ha sido cómplice de un ladrón…
-¿Cómo lo sabe?, ¡¿cómo demonios lo supo?!
-Fue por un pequeño detalle, su llavero, ese
que aferra entre sus dedos, no es suyo, ¿verdad? había una S, de Smith
naturalmente, ¿y porque iba a tener usted las llaves de su mayordomo si no era
para entrar en su habitación siempre que quisiera? La historia que contaron
sobre el lío entre la cocinera y su querido Smith era una fábula, el lío era
con usted, usted lo quería y estaba dispuesta a fugarse con él, pero no iba a
irse con las manos vacías, no después de soportar a su marido por veinte años,
tenía que asegurarse una coartada, no podía permitir abandonar su hogar y que
el robo la salpicase. Habría sido escandaloso. Lo calculó todo, pensó que podía
fingir un robo, y abonó el terreno, le pidió a su querido Smith que coqueteara
con la cocinera para imputarla más tarde, sería sencillo. Usted conocía a la
perfección las dotes de seducción de su querido Smith, un hombre atractivo,
fornido y deseable. Un hombre capaz de engatusar a cualquier mujer, de arrebatarla de tal manera que no le
importase cometer un delito, ella lo haría por él, él la convencería de huir
con las joyas. Era su plan, ¿verdad?, pero, algo pasó después, ¿no es así?,
algo que la alertó, algo que la ha traído hasta aquí, ¿qué buscaba?
Clarissa cerró los ojos
con fuerza, inspirando lentamente por la nariz, trastabillando con sus pies al
retroceder, se sabía atrapada, así que, ¿para qué fingir más? Sería inútil.
-Oh querida madame, sería lógico pensar que
haríamos un registro de las habitaciones de los sospechosos, principalmente del
fugado señor Smith. Usted lo sabía y tenía que precipitarse. ¿A que tenía
miedo? ¿A qué encontrásemos aquí algo que la relacionase con él? Entre otras
cosas sí, pero no fue precisamente eso la que la ha traído hasta aquí…
El detective esperaba
ante ella, cómo un sabueso que parecía olfatearla sin descanso, esperando,
aguardando a que hiciese o dijese algo que la delatara más, que la hundiera
definitivamente en el fango.
Clarissa no lo supo,
pero sus ojos se posaron inconscientemente sobre la mesilla, desviándose
rápidamente a otro lugar cuando sorprendida se percató de las hostigadores
miradas del inspector Lemoine. Fue tarde, aquel baile de miradas despertó su
interés. Atusándose uno de sus bigotes el hombrecillo sonrió y observó
intrigado aquel mueble. Dirigiéndose a él sus manos tiraron del pomo, abriendo,
sin parsimonia, el único cajón de la mesilla.
-Tengo curiosidad -dijo y…
Sacó un par de guantes y
un martillo. La señora Mallowan no pudo ocultar su gesto, tampoco su súbita
palidez. Había algo en su mirada, ¿decepción tal vez? Sí.
-¿Para qué quería esto? O… ¿o no lo quería?
Ella sofocó un gruñido,
y mordiéndose el dorso de la mano, cayó derrengada sobre la cama. El cabello
desordenado le caía sobre la cara, su respiración violenta sacudía los
revueltos mechones de su cabello. Su gesto contraído delataba toda su rabia,
toda su impotencia.
Olvidándose de fingir,
importándole muy poco la compostura, los rabiosos llantos no impresionaron al
detective, curtido por años de profesión.
Él no la consoló, no era
su deber.
-No esperaba que él hubiese olvidado aquí
esto, ¿verdad? No era lo que habían planeado. No, no, no… Ustedes habían
quedado en que él le daría un golpe en la cabeza a la cocinera con el martillo,
luego cuando estuviera muerta la dejaría tirada a un lado del camino. Por
supuesto antes colocaría alguna joya menor en alguno de sus bolsillos, ¡un par
de anillos, o tal vez algunos pendientes! Nada demasiado cuantioso. Pero, ¿qué
pretendían con esto? ¡Qué respuesta tan sencilla! Hacer ver que todo había sido
un plan desgraciado, una ladrona que es asaltada en el camino cuando huía con
el botín, ¡tan sencillo como eso! Las demás joyas jamás aparecerían, ¡claro!
Estarían ocultas, hasta que todo pasase, hasta que pudiera salir con ellas del
país sin peligro. Un año, seis meses, podría esperar lo que hiciera falta sin
miedo a las investigaciones porque nada la apuntaría a usted, después de todo,
alguien había asesinado a la única sospechosa y ese alguien se había llevado
todas las joyas. Un plan redondo… salvo por un detalle; su querido Smith jamás
pretendió asesinar a nadie. ¡Sí!, ya sé que se lo hizo creer, pero esa no era
su intención, él quería de verdad a esa mujer y junto a ella construyó un plan
mejor. Usted al ver que el tiempo pasaba y no llegaban noticias sobre mujeres
asesinadas en caminos no tan solitarios empezó a sospechar, a ponerse nerviosa,
y decidió entrar en la habitación del mayordomo. Le apremiaba, ¡qué digo
apremiaba!, necesitaba saber si el martillo que robó a su propio jardinero y
que entregó a su amante seguía aquí, ¿qué más podía hacer si no comerse las
uñas al ver que nada pasaba? ¡Y sí!, el martillo y los guantes siguen aquí,
donde usted los dejó….
-No lo entiendo….
-¡Oh, es fácil señora Mallowan!, ha dejado
demasiados cabos sueltos. Para empezar debió comprar un martillo en otra ciudad
o utilizar cualquier otra cosa para su maquiavélico plan; una piedra por
ejemplo. Pero no lo hizo y metió la pata. He estado hablando con el personal de
la mansión, lo sabe, ¿verdad? Sí, claro que lo sabe. He estado haciendo
preguntas, es mi tarea, digamos que así es mi profesión, uno va picando aquí y
allá, intentando que algún pequeño detalle por muy pequeño que sea ayude a la
resolución de un caso. Me llamó la atención un par de testimonios; el del
jardinero para empezar, nada extraño había sucedido y no había visto nada, lo
único raro que recordaba era que le habían desaparecido un par de guantes y un
martillo, el mismo que usaba para el huerto, unos utensilios que, como es
comprensible, echaba bastante de menos. Bueno, eso por sí sólo no tendría nada
de raro, podría haberlos extraviado... Entonces hablé con la ama de llaves, es
muy discreta como ya sabe, lo que no quiere decir que sea ciega o sorda, ¡y no
está nada sorda, se lo aseguro! Sabía muy bien la relación que le unía a usted
con el mayordomo. Me costó mucho hacerla hablar, pero yo insistí en que era
importante, en que si sabía algo tenía que decirlo o se convertiría en
cómplice, y ella, temerosa, no quería por nada del mundo acabar siendo cómplice
de dos personas como… En fin, la otra noche hacía la ronda para apagar las
luces cuando les vio…y les oyó. Cuchicheaban en la escalera uno muy cerca del
otro. Era muy tarde, según dijo. Usted ya estaba en bata. Habría salido de la
cama expresamente para reunirse con él, pero eso no era extraño, lo hacía a
menudo, ¿eh?
1 comentario:
Sigo enganchadísima a este relato. Ana, tienes que publicar esta novela en serio, es muy buena.
Muchos besos.
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