viernes, 9 de octubre de 2020

La sombra


Existimos, nuestra existencia se evidencia en que somos consistentes, nuestra materia orgánica se oxida, respiramos, nos sentimos sólidos porque estamos compuestos por masa ósea y grasa, nuestra gasolina es la comida, nuestro motor un corazón bombeante de sangre, miles de estrellas formadas de electricidad conectan nuestros pensamientos y nuestros impulsos, eso que algunos llamaron la chispa, la vida, un incendio de pasiones y neurosis, un conjunto de células que proyectan nuestra forma, como la sombra, que si ves, o como el alma, que no ves porque nosotros somos su jarrón, el mero objeto que la alberga y la transporta.

La sombra, hay gente que cae en ella, tropezando consigo mismo, aunque hay otro tipo de sombras, sombras que no son comunes, proceden de las tinieblas, drenan la fuerza de los vivos, se dice que son tan obscuras que solo las detecta una luz muy brillante, de resto pueden parecer sombras normales, como la que proyecta ese árbol lleno de ramas. Pero hay sombras mágicas, merodean la tierra habitando entre dos planos: el material primario en el que vivimos y el plano material negativo bajo la forma del ser que era antes de su muerte. Hay sombras que atacan, si lo hacen su contacto se siente frío, consiguiendo que las articulaciones se entumezcan, uno siente que todo se detiene, te paralizas, pierdes los sentidos del oído, el tacto y el olfato, es el momento en el que la sombra empieza a drenarte hasta que consigue dejarte sin energía. Si logra su propósito, la sombra hace que pases al plano material negativo dejando sólo tu sombra en el plano material primario, algunas víctimas mueren antes de ser drenadas por completo y entonces son abandonadas por la sombra. No es algo que todo el mundo conoce, quizás por eso la sombra consiguió perturbar tanto a Javier…

Sus pasos retumbaban sobre el pavimento del aparcamiento de su trabajo, había llovido, por lo que iba esquivando algunos pequeños charcos, las luces parpadeaban y entre sus haces brillantes flotaban pequeñas gotitas, se caló la chaqueta, cerrando su cremallera. Fue entonces cuando le pareció que algo se movía a sus espaldas, se giró curioso, pero estaba solo, lógico, pues la tienda llevaba cerrada al público treinta minutos. La luz de la farola bajo la que se había detenido se apagó, de manera automática miró hacia arriba justo cuando la bombilla volvió a encenderse. Sintió el fogonazo en su retina como un puñetazo en el rostro, frotando sus ojos se sobresaltó cuando vio su sombra en el suelo, tan alargada y negra que le pareció que no encajaba, desproporcionada e irreal. Por un segundo sintió una punzada de nerviosismo en el estomago. Forzó el paso hacía su coche, aparcado al final del todo, a salvo de los clientes y especialmente de sus carritos de compra. Sin embargo por alguna extraña razón sentía que algo lo perseguía, que no estaba solo. Lo atribuyó al cansancio. Dio un paso, y el eco de su paso tardó dos segundos en acosarle, lo que le hizo boquear de miedo. “Tenía que ser alguien”, pensó, pero al volverse para mirar no veía nada, salvo su sombra que de pronto pareció moverse de sitio. “Es por el agua de los charcos”, se dijo, inventándose alguna loca teoría  sobre la reflexión, la refracción, la velocidad de los átomos y el peso de los elementos, y se convenció de que iba a necesitar un buen lingotazo cuando llegase a la casa. Con manos temblorosas encontró las llaves  en su bolsillo que no atinó a manejar bien, se le resbalaron de las manos, rodando sobre el pavimento. Soltó algunos insultos que el viento arrastró por el lugar.  Se agachó, su sombra hizo lo mismo. Resopló. Un frío incómodo le acarició la nuca. Se estaba poniendo enfermo, sólo quería irse cuanto antes de allí, así que alargó sus manos hasta el llavero sujetándolo con brusquedad. Se incorporó pero su sombra no lo hizo.

Quería gritar pero estaba igual de petrificado que su sombra, que el tiempo, que el viento, que todo a su alrededor, a excepción de esa cosa negra, esa sombra que extendía su oscuridad hacía él, una oscuridad sin boca que sin embargo iba a tragarle entero.



4 comentarios:

lopillas dijo...

Ha ha hallowen
Anoche me desvelé y me fui a oscuras al sillón del salón. Encendí el ventilador y la luz del botón de encendido proyectaba una sombra oscilante de un lado al otro muy curiosa en el techo. Quise grabarlo pero no salía nada en la pantalla del móvil. La oscuridad no produce sombras, concluí. Y me volví a la cama :D

Igual si Javier hubiera cerrado los ojos

Besitos bohemia!

Montse dijo...

La sombra que lo engulle igual que nos engullen nuestros miedos ¡genial tu relato, Ana! consigues ponerme la piel de gallina con unas cuantas letras.
Muchos besos.

Durrell dijo...

Relato muy oportuno para estos días, no he podido resistirme a mirar el suelo y buscar mi sombra. La tendré vigilada por si crece...
Muy buen relato Ana. Un abrazo.

Ana Bohemia dijo...

Hola Lopillas, interesante, muy extraño que el móvil no pudiera captar esa sombra, esa pequeña luz, no hay nada como el ojo humano, aunque a veces nos juega malas pasadas y nos engaña un poco.
Tenía que haberlos cerrado. Gracias por leer.
Un besote
:)

Hola Mobtse, los peores miedos son los que nos tragan entero, es muy dificil digerirlos y ellos no nos hacen bien la digestión cuando nos comen.
Muchos besos, gracias por leer.
:)

Hola Durrel, siempre hay que vigilar bien nuestras espaldas, pero es esencial no perder de vista la sombra, tiende a perderse si la descuidas...
Gracias por leer. Un abrazo
:)

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