Unos
ronquidos rompen la monotonía sorda de la madrugada. Es un resoplido largo
seguido de un espasmo al que le sigue un silencio abrupto, es un interminable segundo
sin respiración en el que cabe una vida entera y que va a culminar con un
petardeo de nariz. Marta ha oído esos ronquidos durante veinticuatro años, el
tiempo que lleva casada con Pedro. Es curioso pero esos ronquidos le ayudan con
su insomnio, salvo cuando está muy preocupada, entonces nada le relaja y se
pasa media noche mirando al techo, recordando y pensando.
Conoció
a Pedro cuando era una chavala que no pensaba en el futuro, y por eso se quedó
embarazada por sorpresa y fue mamá a los diecisiete. No estaba en los planes
pero siguieron adelante. Sus padres y suegros organizaron una atropellada boda,
con vestido blanco incluido pero sin viaje de recién casados. Ellos estaban de acuerdo
y firmaron el contrato vinculante con alegría, creyendo que sería divertido eso
de vivir juntos, cuidarse, formar una familia.
Tuvo
a Aralia cuando sus compañeras preparaban sus exámenes de fin de curso, pero
ella no siguió estudiando. Fue duro convertirse en madre, y cómo quería ser
algo más que eso al año de nacer su hija se puso a trabajar limpiando, ni
siquiera se planteó que pudiera hacer algo más.
Marta
es feliz, le gusta estudiar los ronquidos de ese cuerpo cálido y amado que se
tiende a su lado cada noche, le gusta ese hombre despeinado de cejas pobladas,
acento gallego, y ojos azules como el mar profundo. Es su héroe en zapatillas.
Debido al estado de alerta tiene que teletrabajar en casa, es profesor de
primaria y se pasa el día resolviendo dudas de matemáticas e inglés por teléfono.
Marta le admira profundamente, nunca tiró la toalla ni en los peores momentos,
cuando ambos tuvieron que seguir adelante a base de trabajos esporádicos y mal
pagados, pero él terminó la carrera, y ella se siente dichosa de haberle
ayudado en aquellos momentos porque fue cuando mas tuvo que dar el callo. Aún
recuerda los extenuantes maratones limpiando escaleras en una comunidad de
vecinos dónde nadie pagaba las cuotas, el sueldo regalado porque no le
terminaron pagando. Aún recuerda sus trabajos como interna en una casa
pudiente, esas miradas de superioridad de algunos inquilinos porque le
obligaban a ponerse delantal y suecos blancos, la lucha contra algunos estereotipos
y prejuicios sobre sus orígenes presuntamente étnicos, porque aun habiendo
nacido en el mismo país siempre ha tenido que lidiar con el racismo. Nunca
olvidará el menosprecio a su trabajo cuando estuvo unos meses trabajando como limpiadora
en una universidad y esos niños tontos vaciaban las papeleras por los
pasillos para divertirse, como si la cosa
fuese muy graciosa. Tampoco olvidará el tiempo trabajado en el hospital, la vez
que tuvo una grave salpicadura en el ojo con detergente e hipocloruro sódico,
la dificultad para respirar, el escozor, ni esa vez que por poco pisó una jeringuilla
usada que en un descuido había caído al suelo de la habitación de un paciente. Y
ahora, al verla con su uniforme blanco, también la aplauden a ella, que extraño
se le hace que empiecen a valorar su servicio solo por la pandemia. Limpiar en
el centro médico se convirtió en su primer trabajo estable y aunque eso la
expone a toda clase de cosas, se siente realizada porque es una labor tan
importante como fundamental. Mantener los espacios limpios, libres de virus,
libres de bacterias, libres de amenazas.
Últimamente
está tan nerviosa que ha vuelto a fumar, un vicio que ha dejado y retomado con intermitencia.
Por la mañana antes de incorporarse al turno ella fuma un cigarrillo tras otro,
a oscuras, en la calle, aferrada al bolso, esperando que den las siete para
fichar. Ya no habla con las compañeras, se miran con cariño a un metro de distancia,
algunas llevan mascarillas de alegres telas, y otras van con las que dispensa
la farmacia que rondan el euro y que pierden color con la respiración. Esa
mañana le van a hacer la prueba del covid-19 a todas, normas internas y de
control. Marta no tiene síntomas, no debería tener miedo, pero ha escuchado que
van a sacarles sangre, que van a meterles un hisopo hasta el fondo de la nariz,
que hay gente que llora, que duele mucho, que hay gente que se marea. Marta
tiene aprensión, siempre lo pasa fatal cuando se trata de la salud, se vuelve
negativa y neurótica.
Esa
mañana ya ha fumado cuatro cigarros, y su mechero de colores se queda sin gas. Lo
ha estado encendiendo y apagando a cada rato, hipnotizada por la llama, en un
tic extraño al que nadie hace caso. “¿Y si doy positivo y tengo que aislarme de
mi familia?” piensa encendiendo la llama, “¿y si les he contagiado a ellos?”, y
vuelve a encender la llama, “¿qué pasará si estoy enferma?, ¿cómo podré dormir
por las noches sin sentir a Pedro a mi lado?”, y para alejar la triste imagen enciende otro
cigarrillo. La ceniza cae al suelo, el humo sale por su nariz, y así, entre
calada y calada, embriagada por la nicotina que la envuelve piensa que ojalá
ese humo frenara las amenazas y los miedos que se agitan a su alrededor.
Música: Heroes-David
Bowie.
12 comentarios:
Sin duda un colectivo de los más expuestos: el personal de la limpieza.
Siempre a la sombra y pendientes de que todo quede perfectamente limpio y desinfectado.
Los admiro mucho. Tal vez porque mi madre hace muchos años también tuvo que llevar uniforme, delantal, cofia y tacones especialmente comprados para servir la cena, comprendo bien la situación, el riesgo, la dedicación infinita.
Muy bien retratado, Ana, como siempre... Estos esenciales (me refiero a todos los que has retratado) nos salvan la vida cada día. ¡Qué afortunad@s somos al poder contar con ellos! Y qué agradecida me siento....
Gracias por poner con tus letras nuestros sentimientos, querida amiga. Son estos homenajes un reflejo precioso de nuestra gratitud.
¡Te quiero mucho, Ana!
¡Eres extraordinaria como persona y como escritora! ¡Gracias otra vez! 🥰 🥰 🥰 🥰 🤗🤗🤗🤗😍😍😍😍😘😘😘😘😘😘😘😘
Admiro la capacidad que tienes para ponerte en la cabeza de estos esenciales y tramar historias tan bonitas.
Vivan los esenciales y viva tu coco también!
Besitoss
Todos deberíamos sentir ese miedo aunque no nos toque directamente, porque podría pasarnos. Ser conscientes de todo lo que están sacrificando unos cuántos y agradecer y respetar su trabajo con sinceridad.
Saludos!
Genial el escrito, Ana, me has metido su miedo dentro, sentir como ella y las ganas de volver a fumar.
Muchos besos.
Has reflejado muy bien la sensación de miedo e incertidumbre por la que todos pasamos ahora. Yo perdí a una pareja a causa de mis ronquidos. Bueno, no fue el único motivo pero influyó bastante. Ah, además hablo en sueños, ella me hacía preguntas y yo a veces contestaba pero claro, siempre decía la verdad... eso a veces es peligroso.
Saludos!
Borgo.
Bravo, Bravo. He visto la historia. Y ese miedo lo he sentido. Hace 23 años tuve un aborto espontáneo y me anestésico el famoso doctor Maeso , el que contagiada la hepatitis C. Estuve una semana esperando los resultados. Terrible.
Gracias a ti Carol por compartir tanto y tan importante conmigo, por ser una amiga tan buena y una lectora voraz, por tener siempre palabras de apoyo y de aliento, por estar siempre.
Un besote
Gracias por lo del coco, le cuesta mucho arrancar a escribir, le obligo un poco, jeje. Un fuerte abrazo y gracias por comentar.
Besitos
Hola Cleveland, es un miedo de esos que se contagian, que sentimos cada vez más. Hay que tener muy en cuenta el sacrificio de tanta gente, tienen todo el respeto.
Saludos
Gracias Montse, la ansiedad y el tabaco se relacionan, quizás porque es algo compulsivo. Gracias por comentar.
Besos
Hola Miquel, jaja, me ha hecho gracia tu anécdota, no que te dejara si no que te hiciera preguntas estando tú en el mundo de los sueños, se supone que no estás en plenas facultades, pero si que puede ser peligroso.
Un abrazo
Hola Amparo, siento mucho lo del aborto, y encima lo del anestesista chalado, que cosa tan horrible, menos mal que no te pasó nada malo.
Saludos
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