Hay
venenos rápidos como el amor, y hay venenos lentos como el desamor… que se
vuelven mucho más efectivos con la ayuda de alguna grácil toxina, pequeñas
gotas suministradas con la idea de no dejar rastro en el organismo, la
habilidad más que especial de Betty que ella había perfeccionado después de
cinco largos años de infeliz matrimonio. Esta destreza como envenenadora y
potencial asesina le había dado un sentido a su vida, esa vida que se había
quedado en pausa aquel fatídico día en que Bill la maltrató por primera vez.
Betty
tenía veinticuatro años, eso creía, lo que ponía en su partida de nacimiento
parecía un poco inventado, un papel grueso y borroso en el que se desdibujada
la fecha 1905, aunque la tinta bien podía estar engañándola, ¿acaso un seis, un
siete, en vez de un cinco?, lo mismo daba, ya no se sentía joven, Betty sentía
que había perdido toda su frescura lo mismo que ese ajado y mohoso papel.
Bill
era tres o cuatro años mayor, un chico antaño fuerte y bronceado que pertenecía
al cuerpo de Marines de los Estados Unidos. Ya no estaba en activo, su
repentina y duradera mala salud se lo había impedido, lo que al mismo tiempo
había agudizado una antigua lesión de guerra. Aquel incidente le había costado
algo más que la movilidad de su brazo izquierdo, lo había trasformado en un
monstruo que entraba en combate con su mujer siempre que podía. Los celos, la
desconfianza, el alcohol, compañeros de cama y de vida, una multitud en la que
no entraba nadie más… de eso bien se
ocupaba él.
Betty
no era feliz, no era lo que quería, no era lo que deseaba para sí misma…
Ella
quería más de la vida, más emoción, mas jazz, mas música, puede que algunas
escapadas, un coqueteo espontaneo y eventual, sonrisas, proposiciones…
Betty
no quería un trío con el odio, la rabia ni la posesión, que era lo que Bill le
ofrecía, Betty quería recuperar su libertad, pero estaba atada, atada a esa
vida desgraciada, a ese hombre que nunca le daría el divorcio, a ese ser sin
corazón que estrujaba el suyo siempre que quería. Estaba cansada, harta de no
ser ella misma, de solo ser una ama de casa y esposa ejemplar. Y fue así como
descubrió las historias de Circe y Toffana, ¡que fascinación!, ¿si supiera Bill
lo que su inofensiva mujer tramaba cada mañana en sus horas de biblioteca?
Lo
que había empezado como una manera de amansar a la fiera se convirtió en la
única manera de sentirse libre, su única salida, la forma más efectiva de
cambiar de vida, acaso la más cruel, era cierto, pero prefería no pensarlo
mientras escondía la botella con el cráneo y las tibias en cruz bajo el
entablado de la cocina. Además los resultados la animaron a seguir…
Poco
a poco Bill fue ablandándose, siempre estaba cansado y resfriado, dormido no
era una amenaza, y ella empezó a proporcionarse todo tipo de diversiones sin disimulo
ni cargos de conciencias. Hacía tiempo que ya no sentía nada por Bill por lo
que no estaba en la obligación de cuidarlo, él no la había cuidado precisamente
bien en los últimos años así que pensó que era el karma, ¡se lo merecía! Así
fue cómo Betty fue endureciendo su corazón con cada gota de veneno vertida en
la taza de Bill, y aquella chica se transformó, confiada en que nadie descubriría
su secreto, en la excusa de que sólo se trataba de aplacar la furia de un
monstruo.
Con
el pretexto de olvidar su pecado salía cada noche a bailar, a beber a los
clubs, a gastar el dinero de Bill, perdiendo la noción de la realidad. Pronto empezó
a coquetear con personajes peligrosos, hubo flirteos y amantes, de alguna
manera volvió a emplear sus dotes como envenenadora cuando algún tipo
despechado empezaba a ponerse muy pesado. La mala salud quita las ganas de
acosar. Aunque la dosis suministrada a su marido no había cambiado, éste,
repentinamente, volvió a recuperar un poco sus fuerzas, las necesarias para
darse cuenta del derroche de su mujer. Y no le dejó opción, Betty tuvo que
doblar la dosis de veneno, esperando que la ponzoña volviera a amansar la furia
interna de su marido. Funcionó tan bien que el monstruo se durmió para siempre.
Ante la duda sobre qué hacer con Bill, sabiendo de antemano que cualquier
autopsia revelaría su acción criminal, le pidió un pequeño favor a un mafioso
del club dispuesto a todo por algunos dólares y otros pequeños favores, ¡impensable
negarle algo a una envenenadora en deuda con lo rentable que sería tenerla en
filas!, y éste se ocupó de su marido con
la misma disposición que quién se ocupa de deshacerse de una pequeña cucaracha
muerta en la alfombra de la cocina.
Al
que le preguntaba por su marido la respuesta era bastante sencilla, y creíble,
porque nadie la cuestionó: Bill la había abandonado, vivía en algún lugar de la
costa oeste, gastándose la pensión del gobierno en margaritas, típico de los
marineros, típico de un hombre como él, con el corazón tan negro como el fondo
del mar.
Ah,
¡que diferente fue todo desde entonces! Recuperada su libertad pensó que a la
casa le vendrían bien algunos cambios, pintar un poco, sustituir esos muebles
tan antiguos y baratos, por supuesto tirar todas las pertenencias de Bill, iba
a necesitar ese espacio extra en el armario, quizás poner una valla que rodeara
la parcela. Tenía tanto por hacer que se sentó un rato en el balancín del
porche. Caía la tarde y la luz rebotaba en sus retinas, se sintió en calma
persiguiendo con la vista el vuelo de una tornasolada mariposa. ¡Todo estaba
cambiando! Y respiró profundamente, orgullosa de lo bonita que se veía la
cicuta que nacía entre las hortensias del jardín.
Música: Beth Hart
& Joe Bonamassa - Your Heart Is As Black As Night
8 comentarios:
Está claro que a Betty se le fue la mano con la dosis, y eso que dicen que el veneno y el perfume... en frascos pequeños.
Siempre he creído que el peor veneno es el resentimiento, es como una poción que uno se toma esperando que haga efecto a otro.
Buen relato, como nos tienes acostumbrados.
Saludos!
Borgo.
Siempre me han llamado la atención los personajes que viven fuera de lo establecido para el común de los mortales como esta Betty tuya. Claro que la pobre pocas opciones tenía con la no-vida que le daban.
Siempre paso un buen ratito aquí
Siempre besitos :)
Magnífico tu relato, Ana, me gusta como describes el desarrollo de la historia para que comprendamos que Betty acabó siendo el verdugo más que la victima y que aquellos que matan el amor, como hizo el marido con ella, acaban por matarse ellos mismos.
Me ha gustado esta frase "endureciendo su corazón con cada gota de veneno vertida en la taza" lo dice todo.
Sigue escribiendo tan bonito, Ana, me encanta leerte ;)
Besitos.
Me ha encantado. En realidad, podría ser una novela, una buena novela. Los monstruos acaban produciendo más monstruos. El círculo cerrado de la violencia y la violencia como única salida. Y es que eso de cultivar algunas plantitas es muy tentador. Hasta la próxima.
Me has encantado .un abrazo
Hola Miquel, pues esa frase me ha gustado mucho "el peor veneno es el resentimiento, es como una poción que uno se toma esperando que haga efecto a otro". El resentimiento es muy amargo, y la amargura es peligrosa.
Un abrazo y gracias por comentar
:)
Hola Lopillas, Betty se salió de lo establecido de una manera muy radical.
Gracias por leerme.
Besotes
;D
Hola Montse, a ella se le endureció el corazón con cada gota, tanto ella como su marido fueron verdugos. Gracias por leerme y por tus comentarios siempre amables.
Un fuerte abrazo
:)
Hola Amparo, un gusto tenerte por aquí otra vez. Enfrentarse a la violencia con mas violencia y odio es siempre un callejón sin salida.
Muchas gracias por comentar.
Un abrazo
:)
Hola Recomenzar, gracias por leerme, me encanta que te encante.Un abrazo
:D
Vengo de un blog amigo, me ha gustado la manera tan original de tus textos, con tu permiso me daré un vuelta por tu blog a seguir admirando tus letras.
Abrazos!!
Hola Rosana Martí, encantada de que descubras mis relatos y mi blog, vuelve cuando quieras, y muchas gracias por leer mi blog.
Saludos
:)
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