miércoles, 27 de febrero de 2019

Ritmo 0



Sin reacción,  sin movimiento, ritmo cero, estático, pasivo, en total estado de vulnerabilidad: la inacción tiene un poder de atracción para la impunidad...
Aquel experimento de 1974 lo acabó demostrando, que cuando no te defiendes, cuando eres el blanco fácil y el punto débil, los fuertes, los que dominan la situación se hacen más insensibles ante la capacidad de resistir en silencio, de aguantar sin rechistar. Ante la no protesta aparece un monstruo que crece, que se hace más grande cuando se alimenta de la atonía, sus garras son violentas y crueles cuando no hay grito cómo respuesta. Marina Abramovic recogió algunas evidencias con su perfomance “Rhythm 0”…

Marina Abramovic (Yogoslavia) tenía 28 años cuando decidió culminar su serie de “Ritmos” con una de las performances más polémicas jamás realizadas.
En “Ritmo 10” (1973), la artista es filmada mientras apuñala la superficie que media entre los dedos de su mano. Cada vez que yerra y se inflige un corte, cambia de cuchillo, así hasta lastimarse una veintena de veces. Es entonces cuando reproduce la grabación y procede a repetir tanto aciertos como errores. En “Ritmo 5” (1974), se sitúa en el interior de una estrella de cinco puntas a la que acto seguido prende fuego. Allí mismo recorta su cabello y uñas y los arroja al fuego para, a continuación, tumbarse entre las llamas hasta perder la consciencia por la falta de oxigeno. En “Ritmo 2” (1974) consume dos psicofármacos prescritos para el tratamiento de la catatonia y la esquizofrenia que le provocan reacciones muy adversas. Abramovic ya había puesto en grave peligro su integridad física o incluso su vida; pero en “Ritmo 0” perdió literalmente el control. Literalmente porque hasta entonces todo había dependido de su voluntad pero ésta vez su capacidad de disposición se redujo a fijar unas normas previas bastante laxas:

Hay 72 objetos en la mesa, que cada uno puede usar sobre mí como desee.
Performance: Yo soy el objeto.
Durante este periodo me hago plenamente responsable de todo lo que ocurra.
Duración: 6 horas (desde las 20:00 hasta las 02:00)


Los 72 objetos fueron: revólver, bala, pintura azul, peine, cascabel, látigo, lápiz de labios, navaja, tenedor, perfume, cuchara, algodón, flores, cerillas, rosa, vela, espejo, vaso, cámara Polaroid, pluma ―de ave―, cadenas, clavos, aguja, imperdible, horquilla ―para el pelo―, cepillo, vendas, pintura roja, pintura blanca, tijeras, pluma ―de escribir―, libro, hoja de papel en blanco, cuchillo de cocina, martillo, sierra, taco de madera, hacha, estaca, hueso de cordero, periódico, pan, vino, miel, sal, azúcar, jabón, pastel, arco y flechas, paquete de cuchillas de afeitar, plato, flauta, tirita, alcohol, medalla, abrigo, zapatos, silla, correas de cuero, hilo, alambre, azufre, uvas, aceite de oliva, agua, sombrero, tubería de metal, ramita de romero, bufanda, pañuelo, bisturí, manzana. Éste es el orden original en el que se colocaron en una lista impresa, y no cabe duda de que no fue aleatorio.


En principio, nada malo tenía por qué sucederle, no como en sus anteriores “Ritmos” dónde casi todos ellos se habían basado en la realización de actos potencialmente peligrosos; pero en “Ritmo 0” no tenía más que quedarse quieta sin la ayuda de ninguna droga. Debería haber sido su performance más plácida; pero se acabó convirtiendo en una pesadilla: “La experiencia que saqué de aquella obra fue que en tus propias performances puedes llegar demasiado lejos, pero si dejas que el público tome sus propias decisiones, puedes acabar muerta”.
Aunque varias de sus performances habían sido dolorosas y agotadoras, ninguna de ellas supuso una tortura comparable a la que sufrió durante las seis horas de “Ritmo 0”. Durante la primera mitad de su desarrollo, el público se limitó a hacer el tonto ―que, en el fondo, era lo que se espera de él― acariciándola con la pluma, dándole besitos o “regalándole” la rosa, entre otros muchos actos insustanciales. Sin embargo, bastó que transcurrieran esas tres horas ―curiosamente, el tiempo máximo que un individuo medio tolera pasar en el cine sin empezar a despotricar y a agitarse en su asiento― para que la locura se apoderase de la sala. Su ropa fue completamente arrancada con ayuda de las tijeras; un tipo que debía de creerse más genial que ella le practicó un corte en el cuello y se puso a chuparle la sangre; la pintaron y escribieron por todo el cuerpo; la pellizcaron y laceraron y le escupieron en la cara; vertieron sobre su cabeza todos los fluidos disponibles; aferraron con cadenas a su pecho el tallo espinoso de la rosa; la tumbaron en la mesa y clavaron el cuchillo entre sus piernas, a escasos centímetros de su vagina; alguien cargó el revólver, se lo hizo empuñar y le dirigió la mano hacia el cuello, animándola a apretar el gatillo ―por suerte, entre las normas no había contemplado acatar órdenes―; otro directamente lo amartilló y la estuvo encañonando la sien durante varios minutos; se desataron peleas entre los que deseaban martirizarla en nombre del arte y los que pretendían protegerla...


Abramovic sangró y lloró impasible y en silencio mientras duró aquel martirio, y su imagen final recordaba mucho a la de un Cristo despojado. De la lista de objetos que compuso y de la manera en la que los ordenó, así como del hecho de que los situara en una mesa que recordaba a un altar sacrificial, se puede inferir que ése era precisamente el efecto que había imaginado. En definitiva, se prestó conscientemente a ser el objeto de un sacrificio sin ritual preestablecido, y es posible que hubiese acabado crucificada si la obra hubiese durado más tiempo ―no en vano, había colocado clavos, madera y un martillo entre los 72 objetos―. El porqué tuvo que durar exactamente seis horas sólo ella lo sabe. El caso es que concluido ese periodo, Marina resucitó. De repente, sin que ninguna señal lo anunciara, comenzó a moverse y a comportarse con un ser consciente. Se puso en pie y, desnuda y magullada, hizo ademán de acercarse a su público: bastó ese simple gesto para que todos los asistentes huyesen despavoridos.

“Todavía tengo las cicatrices de los cortes que me hicieron. Fue un poco de locos, me di cuenta de que el público podía matarme. Si les otorgas plena libertad, se pondrán lo suficientemente frenéticos como para matarte. ¿Qué fue lo peor? Un hombre apretó el revólver contra mi sien con mucha fuerza. Podía sentir sus intenciones, y también podía oír a una mujer diciéndole que hiciera lo que tuviera que hacer. Pero lo peor fue aquel hombre que siempre estaba allí, sólo jadeando. Aquello fue lo más aterrador. Después de la performance, descubrí un mechón de pelo blanco en mi cabeza. No pude librarme del pánico en una buena temporada. Gracias a esa performance, sé hasta dónde puedo llegar sin ponerme en un riesgo semejante”.

Las conclusiones del experimento fueron varias:
En primer lugar, que de encontrarse con una persona que no luche o se defienda, la fuerza de las personas que la quieran manipular es ultrajante. Por otra parte demuestra que la naturaleza humana se alimenta de las acciones de los demás cuando las acepta, aunque estas sean deplorables, si están bien vistas por la mayoría, no se condenan. Por último demuestra la importancia de las personas que son testigos de acciones viles y que no hacen nada para evitarlas, Abramovic se encontraba en una sala llena de espectadores y mientras bebían su sangre y la atropellaban, ninguno dijo nada.
Y es por esto que el experimento no ha perdido la  vigencia, nos sirve como un recordatorio de algo muy importante: si no luchas, si dejas que te conviertan en un objeto inanimado que no reacciona nunca dejaran de abusar de ti.


Fuentes:

2 comentarios:

Raquel dijo...

Es impactante leer sobre esto pero te hace pensar, el ser humano es capaz de todo si no se le pone límites, de lo mejor pero también de lo peor como en este caso; ¿hasta dónde hubieran llegados si no hubiera testigos, si hubieran estado solos, si en lugar de 6 horas hubieran sido 24?
Terrorífico todo lo que le hicieron, muy extremo todo. A veces estas cosas pueden salir mal, menos mal que en la misma sala había personas que querían protegerla.

Ana Bohemia dijo...

Hola Raque, deja muy patente que el ser humano por si mismo es capaz de las peores atrocidades sobre una victima que no se queja ni pelea. Y deja patente como algo en principio inocente se puede descontrolar y mucho, que entre todos los objetos hubieran escogido los que infringían dolor dice mucho de esa personalidad sádica y cruel que tienen muchos dentro de sí esperando por salir a la mínima oportunidad.
A la pobre la dejaron traumatizada, que horas mas largas tuvo que pasar.
Un besote, gracias por leer.
:D

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