Sin reacción, sin movimiento, ritmo cero, estático, pasivo,
en total estado de vulnerabilidad: la inacción tiene un poder de atracción para
la impunidad...
Aquel experimento
de 1974 lo acabó demostrando, que cuando no te defiendes, cuando eres el blanco
fácil y el punto débil, los fuertes, los que dominan la situación se hacen más
insensibles ante la capacidad de resistir en silencio, de aguantar sin
rechistar. Ante la no protesta aparece un monstruo que crece, que se hace más
grande cuando se alimenta de la atonía, sus garras son violentas y crueles
cuando no hay grito cómo respuesta. Marina Abramovic recogió algunas evidencias
con su perfomance “Rhythm 0”…
Marina
Abramovic (Yogoslavia) tenía 28 años cuando decidió culminar su serie de “Ritmos”
con una de las performances más polémicas jamás realizadas.
En
“Ritmo 10” (1973), la artista es filmada mientras apuñala la superficie que
media entre los dedos de su mano. Cada vez que yerra y se inflige un corte,
cambia de cuchillo, así hasta lastimarse una veintena de veces. Es entonces
cuando reproduce la grabación y procede a repetir tanto aciertos como errores. En
“Ritmo 5” (1974), se sitúa en el interior de una estrella de cinco puntas a la
que acto seguido prende fuego. Allí mismo recorta su cabello y uñas y los
arroja al fuego para, a continuación, tumbarse entre las llamas hasta perder la
consciencia por la falta de oxigeno. En “Ritmo 2” (1974) consume dos psicofármacos
prescritos para el tratamiento de la catatonia y la esquizofrenia que le provocan
reacciones muy adversas. Abramovic ya había puesto en grave peligro su
integridad física o incluso su vida; pero en “Ritmo 0” perdió literalmente el
control. Literalmente porque hasta entonces todo había dependido de su voluntad
pero ésta vez su capacidad de disposición se redujo a fijar unas normas previas
bastante laxas:
Hay 72 objetos en la mesa, que cada uno
puede usar sobre mí como desee.
Performance: Yo soy el objeto.
Durante este periodo me hago plenamente
responsable de todo lo que ocurra.
Duración: 6 horas (desde las 20:00 hasta las
02:00)
Los
72 objetos fueron: revólver, bala, pintura azul, peine, cascabel, látigo, lápiz
de labios, navaja, tenedor, perfume, cuchara, algodón, flores, cerillas, rosa,
vela, espejo, vaso, cámara Polaroid, pluma ―de ave―, cadenas, clavos, aguja,
imperdible, horquilla ―para el pelo―, cepillo, vendas, pintura roja, pintura
blanca, tijeras, pluma ―de escribir―, libro, hoja de papel en blanco, cuchillo
de cocina, martillo, sierra, taco de madera, hacha, estaca, hueso de cordero,
periódico, pan, vino, miel, sal, azúcar, jabón, pastel, arco y flechas, paquete
de cuchillas de afeitar, plato, flauta, tirita, alcohol, medalla, abrigo,
zapatos, silla, correas de cuero, hilo, alambre, azufre, uvas, aceite de oliva,
agua, sombrero, tubería de metal, ramita de romero, bufanda, pañuelo, bisturí,
manzana. Éste es el orden original en el que se colocaron en una lista impresa,
y no cabe duda de que no fue aleatorio.
En
principio, nada malo tenía por qué sucederle, no como en sus anteriores “Ritmos”
dónde casi todos ellos se habían basado en la realización de actos
potencialmente peligrosos; pero en “Ritmo 0” no tenía más que quedarse quieta
sin la ayuda de ninguna droga. Debería haber sido su performance más plácida;
pero se acabó convirtiendo en una pesadilla: “La experiencia que saqué de aquella obra fue que en tus propias
performances puedes llegar demasiado lejos, pero si dejas que el público tome
sus propias decisiones, puedes acabar muerta”.
Aunque
varias de sus performances habían sido dolorosas y agotadoras, ninguna de ellas
supuso una tortura comparable a la que sufrió durante las seis horas de “Ritmo
0”. Durante la primera mitad de su desarrollo, el público se limitó a hacer el
tonto ―que, en el fondo, era lo que se espera de él― acariciándola con la
pluma, dándole besitos o “regalándole” la rosa, entre otros muchos actos
insustanciales. Sin embargo, bastó que transcurrieran esas tres horas
―curiosamente, el tiempo máximo que un individuo medio tolera pasar en el cine
sin empezar a despotricar y a agitarse en su asiento― para que la locura se
apoderase de la sala. Su ropa fue completamente arrancada con ayuda de las
tijeras; un tipo que debía de creerse más genial que ella le practicó un corte
en el cuello y se puso a chuparle la sangre; la pintaron y escribieron por todo
el cuerpo; la pellizcaron y laceraron y le escupieron en la cara; vertieron
sobre su cabeza todos los fluidos disponibles; aferraron con cadenas a su pecho
el tallo espinoso de la rosa; la tumbaron en la mesa y clavaron el cuchillo
entre sus piernas, a escasos centímetros de su vagina; alguien cargó el
revólver, se lo hizo empuñar y le dirigió la mano hacia el cuello, animándola a
apretar el gatillo ―por suerte, entre las normas no había contemplado acatar
órdenes―; otro directamente lo amartilló y la estuvo encañonando la sien
durante varios minutos; se desataron peleas entre los que deseaban martirizarla
en nombre del arte y los que pretendían protegerla...
Abramovic
sangró y lloró impasible y en silencio mientras duró aquel martirio, y su
imagen final recordaba mucho a la de un Cristo despojado. De la lista de
objetos que compuso y de la manera en la que los ordenó, así como del hecho de
que los situara en una mesa que recordaba a un altar sacrificial, se puede
inferir que ése era precisamente el efecto que había imaginado. En definitiva,
se prestó conscientemente a ser el objeto de un sacrificio sin ritual
preestablecido, y es posible que hubiese acabado crucificada si la obra hubiese
durado más tiempo ―no en vano, había colocado clavos, madera y un martillo
entre los 72 objetos―. El porqué tuvo que durar exactamente seis horas sólo
ella lo sabe. El caso es que concluido ese periodo, Marina resucitó. De
repente, sin que ninguna señal lo anunciara, comenzó a moverse y a comportarse
con un ser consciente. Se puso en pie y, desnuda y magullada, hizo ademán de
acercarse a su público: bastó ese simple gesto para que todos los asistentes
huyesen despavoridos.
“Todavía tengo las cicatrices de los cortes
que me hicieron. Fue un poco de locos, me di cuenta de que el público podía
matarme. Si les otorgas plena libertad, se pondrán lo suficientemente
frenéticos como para matarte. ¿Qué fue lo peor? Un hombre apretó el revólver
contra mi sien con mucha fuerza. Podía sentir sus intenciones, y también podía
oír a una mujer diciéndole que hiciera lo que tuviera que hacer. Pero lo peor
fue aquel hombre que siempre estaba allí, sólo jadeando. Aquello fue lo más
aterrador. Después de la performance, descubrí un mechón de pelo blanco en mi
cabeza. No pude librarme del pánico en una buena temporada. Gracias a esa
performance, sé hasta dónde puedo llegar sin ponerme en un riesgo semejante”.
Las
conclusiones del experimento fueron varias:
En
primer lugar, que de encontrarse con una persona que no luche o se defienda, la
fuerza de las personas que la quieran manipular es ultrajante. Por otra parte
demuestra que la naturaleza humana se alimenta de las acciones de los demás
cuando las acepta, aunque estas sean deplorables, si están bien vistas por la
mayoría, no se condenan. Por último demuestra la importancia de las personas
que son testigos de acciones viles y que no hacen nada para evitarlas,
Abramovic se encontraba en una sala llena de espectadores y mientras bebían su
sangre y la atropellaban, ninguno dijo nada.
Y
es por esto que el experimento no ha perdido la
vigencia, nos sirve como un recordatorio de algo muy importante: si no
luchas, si dejas que te conviertan en un objeto inanimado que no reacciona
nunca dejaran de abusar de ti.
Fuentes:
2 comentarios:
Es impactante leer sobre esto pero te hace pensar, el ser humano es capaz de todo si no se le pone límites, de lo mejor pero también de lo peor como en este caso; ¿hasta dónde hubieran llegados si no hubiera testigos, si hubieran estado solos, si en lugar de 6 horas hubieran sido 24?
Terrorífico todo lo que le hicieron, muy extremo todo. A veces estas cosas pueden salir mal, menos mal que en la misma sala había personas que querían protegerla.
Hola Raque, deja muy patente que el ser humano por si mismo es capaz de las peores atrocidades sobre una victima que no se queja ni pelea. Y deja patente como algo en principio inocente se puede descontrolar y mucho, que entre todos los objetos hubieran escogido los que infringían dolor dice mucho de esa personalidad sádica y cruel que tienen muchos dentro de sí esperando por salir a la mínima oportunidad.
A la pobre la dejaron traumatizada, que horas mas largas tuvo que pasar.
Un besote, gracias por leer.
:D
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