La tarde caía sofocante sobre las montañas cercanas
moteándolas de un color rojizo. En un
tinte cada vez más púrpura la noche acechaba sobre los plácidos tejados al
vecindario. Hacía demasiado calor para hacer nada, y la sensación de agobio
crecía lo mismo que la desgana, una desgana que se dilataba, ya sin estructura,
como el hielo del vaso.
Tenía las manos encharcadas, la nuca sudorosa, la frente
nublada y me dolía la cabeza. Las moscas andaban a sus anchas por la terraza,
los mosquitos se afanaban en chuparme la sangre, mi perro ladraba sin parar
mientras corría de un lado a otro como si se hubiera vuelto loco por culpa de
un gatito majadero que deambulaba provocador por el tejado cercano con un equilibrio
digno de un maestro acróbata. Pero aparte de que la tarde caía calurosa, los
mosquitos se estaban dando un festín a mi costa y que el dolor de cabeza iba a más,
todo era perfecto: la calma, la paz, el silencio, la plenitud de no necesitar
nada para ser feliz, ¿qué más podía pedir…? Me gustaba mi nueva vida y adónde
me había llevado.
Entonces el timbre sonó insistente resonando en mis oídos. Me
incorporé malhumorada, no esperaba a nadie y no quería ser molestada. Traté de
no hacer caso al ruido infernal, pero la
persona del otro lado de la puerta no parecía dispuesta a rendirse. Buba, mi
perro, saltó hasta la puerta y se quedó quieto, muy quieto y muy calladito, lo
cual me sorprendió, mi perro jamás se comportaba de esa manera. Me levanté descalza
del sofá, me sujeté un poco mejor el desinflado moño, alisé con una mano los
shorts y coloqué el descocado tirante de mi camiseta que insistía en resbalar
por mi hombro derecho sin permiso. Miré por la mirilla y no vi nada, pero aquel
majadero seguía haciendo sonar el timbre. Suspiré para abrir la puerta en un
acto impensado e impulsivo.
–¡Eh, que vas a quemarme el timbre! –grité sin pararme a
mirar al que tenía delante, quizá porque mi perro se había arrojado a la puerta,
dispuesto a escapar, y yo quería impedirlo.
Lo primero que vi fue una mano que asía por el collar a mi
Buba, y luego reparé en el anillo, aquel anillo de poderoso brillo y mágica
fosforescencia.
Durante algunos segundos la refracción de la gema bailó en mis
ojos hasta que rodó como una bola de billar por el agujero de mis pupilas.
Sentí cierta extraña sensación que no sabría calificar cuando esa mano agarró
la mía. Rápidamente busqué los ojos de aquel individuo, ojos grises, profundos
y siniestros, fríos como el hielo.
–No grites… –su voz
era melosa, y densa como la miel, y a mí no se me ocurrió contradecirle porque
el brillo del anillo seguía encandilando mis ojos con cierto poder hipnótico.
Su mano seguía sujetando mi mano que yo no podía recuperar.
Se coló en el interior cerrando la puerta tras de sí. Buba parecía hipnotizado
igual que yo, mi resistencia no servía porque no se materializaba, así que mi
lucha era estéril. Yo era un trozo de granito, y estaba terriblemente asustada
por advertir que ninguno de mis impulsos eléctricos funcionaba, ninguna de la
ordenes de mi sistema nervioso tenían respuesta.
–No te muevas…
¿Cómo?, pensé, ¿cómo moverme si me sentía hecha de piedra?
Intenté no mirarle, alejar el pánico de mí, dejar la mente en blanco, no
pensar en la piedra del anillo, no pensar que había techo ni suelo. Debí romper
la conexión hipnótica que me atenazaba al intruso porque logré exhalar un grito
terrorífico y desorbitado. Acto seguido una mano grande y maloliente me hizo
callar.
–Error número uno, ¡no se grita! –Susurró muy cerca de mi
oído.
Recuerdo que le miré inquieta sin saber qué hacer, tragando
saliva, mirando en todas direcciones, sintiendo un nudo en el estomago.
Entonces aquel chico de ojos grises me miró a los ojos fijamente, tanto que me
hizo estremecer, creo que nunca había experimentado ese tipo de temor, el del
miedo ramificándose dentro de mí con miles de tentáculos afilados.
–Me sorprende que seas cada vez más fuerte, créeme no va a
pasar nada que vaya en contra de tus principios, sólo quiero que compartas
conmigo un poco de tu fortuna, ¡y del dinero de tu caja fuerte, claro está! Me
ayudas y te ayudo, es simple, ¡nada que pueda lamentar una millonaria como tú!
¿Esto ya había pasado
antes? ¿Eso había entendido? ¿Ese ladrón cara dura había usado la hipnosis para
robarme? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Tan maleable era mi mente? Algunas tinieblas se
disolvieron, el recuerdo empezó a aparecer como el humo de una hoguera
incendiaria. Ese asaltante sabía lo del premio, sabía dónde vivía, sabía cómo
alterar mi voluntad. Me sentí tan invadida que creo que mi primer impulso fue
abandonarlo todo, dejarle ganar.
–Esta vez será un poco más, cien mil, para ir tirando… ¡ni
recordaras que fue tuyo alguna vez!
Intuí la luz que desprendía la gema acercándose a mi
rostro. Era una luz roja que hizo que me escocieran los ojos. ¡Esto no podía
estarme pasando a mí, no podía dejarle ganar!
–Y no vuelvas a cambiar la contraseña, es terriblemente
frustrante –dijo llevándome por la casa hasta el punto exacto dónde yo ocultaba
el dinero, obviamente ya había estado allí.
Llenó una bolsa con billetes que ni él ni yo contamos. Seguramente
mucho más de lo que venía a buscar.
–Eres mi mejor marioneta, ¿sabes?, la más generosa –sus
manos acariciaron el tirante caído sobre mi hombro lo que me hizo desfigurar la
cara por el asco–, siempre es un placer visitarte…
Mi primer impulso había sido gritar, pero mi segundo impulso
más irracional que el primero fue golpearle, arrebatarle el anillo, revolverme
con él en la mano para advertirle que no diera un paso más hacia mí. Imagino
que no se lo esperaba porque se carcajeó con incredulidad.
–¡No podías permanecer calladita y sin moverte, eh! Ahora
tendré que hacerte daño, ¡anda!, devuélveme eso...
Hablaba en serio pero yo me adelanté volviendo a atacarle.
El brillante anillo le arañó el rostro, rasgando su cara, abriendo una herida
que le cruzó el pómulo y de la que resbalaron algunas gotas de sangre. La joya
brilló fulminantemente, haciendo que el ladrón se quedara aturdido, paralizado,
aparentemente dominado por la poderosa luz. Todo parecía haberse vuelto rojo,
una extraña pero grata sensación de poder recorrió mi espina dorsal.
Sobre la piedra vi cómo las salpicaduras de sangre se fundieron
hacía el corazón de la gema que por unos segundos se volvió oscura y malévola. Y
tuve una visión, temblorosas imágenes de otras épocas, de poderes alquímicos,
brujerías, y rituales, antecedentes de dominación y absolución. Sentí miedo
pero no me atreví a deshacerme del anillo, quizá porque era mi mejor escudo
contra el asaltante.
–¡Quieto! –le ordené, y él ladrón se convirtió en estatua.
Parecía imposible pero ahora era a mí a quien el anillo
obedecía. Me temblaron las manos. La magia del objeto se hizo débil y el ladrón
gruñó empezando a deshacerse de la hipnosis. Buba ladró avisándome. No podía
dudar, era urgente que actuara bien y con rapidez. Empuñando el anillo le
apunté con él.
–Siéntate ahí, no me mires, harás lo que yo te diga, reconocerás
tus delitos, todos, devolverás lo que has robado, te vas a entregar, ni
siquiera imagines que te libraras de esto, ¡quiero que te arrepientas, que
confieses, y que acabes en la cárcel! Di que si…
–Sí –le oí decir.
–Vamos, ¡rápido!, hazlo ahora mismo. Di que sí…
–Sí –fue un sí tan sumiso y resignado como inmediata fue acatada
mi orden.
El ladrón llamo a la policía y se entregó allí mismo.
Desde la ventana vi como las luces estroboscopicas del
coche policial resplandecían.
Anonadada observé el radiante anillo. ¿Debería entregarlo? Tuve esa idea fugaz. Trataba de decidirlo pero
ese rumor no me dejaba razonar, las moscas seguían zumbando a mí alrededor y no
me dejaban pensar, así que de manera inconsciente dirigí el anillo hacia esos
majaderos insectos. Funcionó. Cesó su zumbido, se apagó el incordio, y la mosca
escapó calladamente por la ventana abierta. Abierta se quedó mi boca. ¿Significaba
eso que la magia del anillo afectaba a cualquier cosa viva del planeta?
Increíble, y pensé que después de todo era inútil deshacerme del objeto, nadie
me iba a creer, ¿quién lo haría?, además no se veía tan mal en mi dedo, así que
tuve una idea mejor…
música: Audioslave-Sound of a gun
5 comentarios:
Que relato más mágico. Me encanta cuando con vuestros escritos me transportáis al lugar donde están ocurriendo los hechos. Un abrazo
PD. El día 26 voy a publicar tu entrada sobre el 9, (es que me gusto muchísimo) espero que no te moleste, si no quieres me lo dices. Besos
Hola Ana, encantada yo con que mis escritos te trasporten. Y puedes compartir lo que quieras, para eso estamos.
Un abrazo gigante
;)
¡Fascinante relato! Es intenso, fuerte, intrigante y con un final prometedor ¿qué tal una segunda parte? ¡no estaría nada mal!
Me ha encantado, Ana, me gusta como escribes.
Muchos besos.
Muy buen relato de entorno sofocante para el primer día del otoño. Me ha encantado. La verdad es que por un momento creí que la protagonista quedaba hipnotizada por las luces estroboscópicas del coche policial.
Una vez me hipnotizaron en un espectáculo de mágia. Me quedé dormido unos 15 minutos y cuando me desperté me sentía muy relajado. "15 minutos hipnotizado equivalen a 5 horas de buen sueño", nos dijo el hipnotizador a los tres voluntarios.
Saludos!
Borgo.
Hola Montse, muchas gracias por leer mis relatos, la verdad es que el relato puede dar para mucho mas, para una historia mucho mas larga, si pudiera sacar mas tiempo la escribiría.
Un besote
:D
Hola Miquel, esas luces son subyugantes, jaja. Personalmente me daría miedo que alguien pudiera controlar mi mente de tal manera que yo perdiera el control sobre mi misma, me da pavor, aunque eso de dormir quince minutos y que sepan a 5 horas suena muy bien, jaja.
Saludos
:D
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