La humedad del canal se elevaba en finas volutas
de vapor de agua que formaban nubecitas blancas en torno al estrecho pasadizo.
Agazapado ante la secreta entrada al palacio aguardó unos segundos para
asegurarse de que la rosa blanca que ocultaba seguía entera. Luego de aspirar su
aroma se arrastró entre la espesa mugre llena de ratas. Poco a poco alcanzó por
fin la pequeña portilla. La oscuridad fue sustituida por una explosión de
color, cálida y dorada, que casi invitaba a la ensoñación. El fétido olor del
mohoso túnel se disipó con la exquisita visión de las enjoyadas y perfumadas
damas, exuberantes mujeres que nublaban sus sentidos. Sabía que no estaba
invitado a aquella fiesta. Tampoco lo había estado a la anterior pero eso no le
había frenado.
Recuperando la compostura se ciñó bien la
máscara y fingiendo una altanería casi principesca, adoptando un aire de
aristócrata altivez se movió por la sala con una felina agilidad, ajustando sus
movimientos a los compases de la música.
Sus pies se le enredaban en aquella
exagerada capa de vuelo negra, tan ridículamente grande que estuvo a punto de tropezar y caer de bruces
contra el suelo. Nadie se habría percatado al verle salvando el percance de que
llevaba ropa prestada.
Entonces la encontró. Habían bailado
juntos una vez. Ella llevaba el mismo vestido, tal y como le había prometido.
Se sintió dichoso de que le estuviera esperando y se acercó seductor,
ofreciéndole el único de sus bienes, lo único que realmente era suyo, lo único
por lo que le podría haber reconocido si hubiera querido, si hubiera visto más
allá del disfraz, si no la hubiera cegado su arrobamiento.
Guiñando un ojo ella aceptó la rosa con
coquetería, solemne y aparatosa, ejerciendo las reglas de la mascarada, las
mismas que la obligaban a no preguntar, a no indagar, a dejar la curiosidad
para otro momento.
Jamás habría sospechado que el muchacho
que se postraba a sus pies era realmente su siervo, su vasallo, su criado, ese
que olía a tierra fértil y a tallos rotos, el mismo que cuidaba las flores de
su jardín, el mismo que todas las mañanas, pasara lo que pasara, colocaba
flores frescas ante su ventana.
Música: Vitamin String Quartet
Canciones:
Overture y Sally´s song.
8 comentarios:
"... ese que olía a tierra fértil y tallos rotos..." Te has superado Ana, con este relato de carnaval en el que bailan hasta las palabras. Me ha encantado.
Extraordinario relato, muy propio de la fecha que planea sobre nuestras cabezas, San Valentín.
Fantástico relato, Ana!
Conjugas las dos celebraciones, Carnaval y San Valentín, en una fiesta de palabras y misterio, amor y disfraz, verdad y engaño ¡me ha encantado!
Mil besos.
Gracias Amparo, esa frase del relato es muy evocadora, a mí también me gusta. Me alegra mucho que las palabras de este relato hayan bailado en tu boca y en tus oídos.
Un abrazo
:)
Gracias Pepe, relatos románticos para la fecha mas romántica del año. Un gusto que te haya gustado.
Saludos
;)
Muchas gracias Montse! Hay muchos elementos en esta historia con los que me gusta jugar, los disfraces, el amor, dobles identidades, está el Carnaval y está el amor, y a mí me encanta que te haya encantado.
Mil besos.
:D
Precioso relato. Me ha encantado.
Besos :)
Me has emocionado. Tus cuento es precioso. Podía estar allí, sin que nadie me viera, observándolos, y casi una lágrima cae de pura emoción. Siempre te he dicho que eres una excelente escritora. Enhorabuena. Voy a fundar ya tu club de fans. =)
Abrazos:
Carol
Me has emocionado. Tus cuento es precioso. Podía estar allí, sin que nadie me viera, observándolos, y casi una lágrima cae de pura emoción. Siempre te he dicho que eres una excelente escritora. Enhorabuena. Voy a fundar ya tu club de fans. =)
Abrazos:
Carol
Hola Raque, pues encantada de encantarte. Se agradece tu lectura y comentario.
;)
Hola Carol, me halagas. Yo ya estoy contenta de que te haya resultado un relato bonito y que lo hayas sentido y vivido de verdad. Siempre es de agradecer comentarios tan entusiastas como el tuyo, y te lo agradezco en serio, muchas gracias.
Un abrazo inmenso
:D
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