Fue un hombre longevo, tuvo tiempo
de sobra para gastar muchas vidas. En una llamó la atención de Hitler por su
desempeño como atleta. En otra, sobrevivió a mes y medio a la deriva en pleno
Pacífico, pero para ir a caer en manos de un notorio verdugo nipón de la II
Guerra Mundial. En la tercera, el evangelista más célebre de nuestra era le
ayudó a resurgir de sus cenizas y se convirtió en inspiración de una superproducción
hollywoodense.
Louis Zamperini (1917-2014) nació en una
familia de inmigrantes italianos en Olean, en el Estado de Nueva York. Como ni
él ni ningún miembro de su familia hablaba inglés, Zamperini estuvo con
frecuencia en el visor de los abusones, por lo que su padre le enseñó a boxear.
Pronto fue tan bueno peleando que se convirtió en un camorrista motivo por el
que su hermano mayor tuvo que enrolarle en el equipo de atletismo del instituto
para evitarle líos. En 1934 en un encuentro clasificatorio de los campeonatos
de California estableció el récord escolar de la milla con una marca de 04:21.2
que se mantuvo en su categoría durante 20 años. Sus éxitos atléticos le
ayudarían a lograr una beca universitaria y una plaza en el equipo olímpico de
Estados Unidos para los Juegos Olímpicos de Berlín celebrados en 1936. Allí competiría
en los 5.000 metros. Con sólo 19 años Louis se convirtió en el olímpico
estadounidense más joven de la especialidad hasta aquella fecha.
Aunque su actuación en los Juegos no
brilló, (acabó octavo en la final), su esprín sí debió de ser memorable, porque
llamó la atención del mismísimo Führer quien bromeó con él cuando Louis subió a
saludarle a la tribuna. El líder nazi, en cambio, no causó gran impresión en Zamperini:
“Yo era políticamente muy ingenuo”, relató en una entrevista al The New York
Times, “y Hitler me pareció un tipo gracioso, como algo sacado de una película
de Laurel y Hardy”.
Tres años más tarde, poco después de
graduarse, se alistó para combatir en la Guerra del Pacífico. Fue asignado a la
dotación de un bombardero B-24.
El 27 de mayo de 1943 su avión, que
gozaba de pésima reputación por sus repetidas averías, se desplomó a más de mil
kilómetros al oeste de las islas Hawai. Tres de los once miembros de la
tripulación sobrevivieron al choque inicial (uno murió semanas después), pero
los supervivientes —que fueron dados por muertos: la familia de Zamperini
recibió un telegrama de condolencia firmado por el presidente— pasaron 47 días
a la deriva en una balsa, defendiéndose de los continuos ataques de tiburones y
alimentándose de albatros y peces. Hasta que alcanzaron las islas Marshall,
donde fueron inmediatamente capturados por los japoneses.
Les trasladaron al campo de internamiento
de Ofuna, en Japón, donde pasarían el resto de la guerra. Allí, Zamperini fue
objeto de la atención preferente de Mutsuhiro Watanabe, cuyas torturas y malos
tratos a los prisioneros le valieron el honor de que el general Douglas
MacArthur le distinguiera con el número 23 en su lista de los 40 principales
criminales de guerra.
Acabada la contienda, Watanabe logró
escapar y Zamperini, muchos años después, buscó reconciliarse con él, aunque
Watanabe se negó.
Afectado gravemente durante años por el
estrés postraumático, cayó en el alcoholismo, del que fue rescatado tras
atender a un sermón del famosísimo predicador evangelista Billy Graham, quien
le ayudaría además a lanzarse al frondoso circuito estadounidense de oradores
de autoayuda.
Al atleta no le faltaron nunca los
reconocimientos, pero su estatura como celebridad adquirió proporciones
gigantescas cuando en 2010 Laura Hillenbrand publicó su biografía de Zamperini “Invencible:
una historia de supervivencia, valor y resistencia durante la II Guerra Mundial”.
El libro se convirtió en un éxito de ventas instantáneo e inspiró a la actriz
Angelina Jolie quien sería la encargada de llevar a la gran pantalla su épica
historia.
Particularmente lo que más me llamó la
atención de esta historia fue el hecho de que con el tiempo Zamperini buscara a
su verdugo para reconciliarse con él. Creo que demostró un gran coraje al
regresar al lugar donde fue maltratado. No tuvo que ser fácil renunciar al rencor,
perdonar las injusticias y los abusos, pero ahí reside la fuerza de un hombre,
en su capacidad para reponerse y para ser más fuerte que el odio. Creo que esa
es la verdadera valentía, ahí está la verdadera historia épica, en el perdón.
Vengándose, uno se iguala a su enemigo;
perdonándolo, se muestra superior a él.
Francis Bacon
Perdonar es el valor de los valientes.
Solamente aquel que es bastante fuerte para perdonar una ofensa, sabe amar. Gandhi
Fuentes:
YouTube
4 comentarios:
Querida Ana:
El mundo está repleto de personas maravillosas de las que no sé nada, y te doy las gracias por dármelas a conocer.
Reconozco que la historia de vida de este señor me ha impactado y me ha inspirado en algo que ya tenía un tanto desenfocado en mi vida: el perdón.
Una persona maravillosa. A esa alma me hubiese gustado asomarme, como dijera Lorca, porque el sol me hubiera reconfortado.
Abrazos.
Carol
Hola Carol, eso que dices es importante, no desenfocarse de los buenos sentimientos. Perdonar es muy difícil, hay que ser muy valiente y muy generoso, creo que es de las cosas mas complicadas, yo admiro a los que se reponen y no guardan rencor, no todo el mundo puede.
Me gustó la historia de este superviviente y ver que la vida te da siempre oportunidades para salir de los momentos malos.
El maestro Lorca, que cosas tan bonitas escribía.
Un abrazo gigante
;)
Una vida increible y muy dura. Sin embargo, cuando el mal infringido contra alguien es tan grande, no comprendo el perdón, el perdón auténtico, el que nace en el corazón. No lo comprendo ni sería capaz de darlo. Un artículo realmente muy interesante.
Gracias por tu comentario Amparo, como ya comenté en la entrada creo que el perdón fue el acto heroico, hay que ser muy valiente para pasar por alto todo el gratuito mal que te hicieron y no guardar rencor.
Saludos
;)
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